Mentiras y política
La mentira es parte intrínseca de la política. No hay político que, de alguna manera u otra, oculte la verdad. Lo pueden hacer sabiendo que están falseando la realidad para conseguir lo que están buscando; el cinismo maquiavélico de que “el fin justifica los medios”. Pero también lo pueden hacer creyéndose sus propias mentiras. Esto es peor que lo primero. Las sociedades corren un mayor riesgo con lo segundo. El tema se agudiza si todo un régimen está basado en mentiras que los líderes se creen a pies juntillas. Eso, más temprano que tarde, colapsa como un castillo de naipes.
Muchos colegas ya han escrito buenas reseñas de la serie Chernóbil de HBO. Me atrevo a añadir la mía enfatizando precisamente el tema de la mentira en la política. A lo largo de los cinco episodios que cuentan el accidente de la planta nuclear en 1986 en Ucrania, país que pertenecía a la URSS en ese momento, vemos cómo el régimen soviético estaba basado en la mentira. Simple y sencillamente, no había incentivos para decir la verdad.
Desde que explota el reactor nuclear, el jefe de la planta lo niega. La evidencia es contundente, está más que claro la magnitud del accidente, el desastre es manifiesto y, sin embargo, él cree y ordena que una cosa así no puede suceder en la institución a su cargo.
Cual si fuera un potente virus, vemos cómo la mentira se va reproduciendo. El subdirector y director de la planta niegan la explosión y la minimizan. Lo mismo los jefes del politburó local. Uno de ellos esgrime el “contundente” argumento de que un desastre así no puede ocurrir en una planta que lleva el nombre de Vladimir Ílich Lenin. Todos se paran a aplaudirlo. El asunto va escalando y absolutamente todos siguen negando el desastre y mintiendo, aunque algo gordo está sucediendo. Eventualmente, el tema llega al Comité Central del Partido Comunista presidido por Mijaíl Gorvachov. Y sigue la mentira.
En la serie de HBO, el científico nuclear Valeri Legásov es el que se atreve a cuestionar la “verdad oficial” y logra que manden a un ministro segundón para investigar qué está pasando en Chernóbil y reportar a Moscú. Cuando llega, el desastre es más que evidente. Los niveles de radiación están fuera de control. Si no se hace algo rápido, habrá millones de muertos.
El Estado soviético, sin embargo, sigue aletargado. El régimen político desincentiva la verdad. Políticos, burócratas, militares y apparátchik se la pasan cuidando sus huesos. No sólo sus chambas sino literalmente sus huesos porque la KGB está espiando a todos. La realidad, sin embargo, se impone. Los niveles de radiación extremos son captados en los países de Europa occidental. La URSS ya no puede ocultar la verdad.
Por muchas razones, las democracias liberales son regímenes políticos superiores a los autoritarios. Una de ellas es que existen múltiples fuentes de información y, por tanto, resulta difícil esconder la verdad. La oposición política tiene incentivos para dar a conocer los errores del gobierno en funciones. Los medios de comunicación se la pasan buscando historias para poner en entredicho a los poderosos. Las organizaciones de la sociedad civil generan información alternativa para contrastarla con las versiones oficiales del gobierno. En un país democrático-liberal, una tragedia como la de Chernóbil pudo haberse resuelto más rápido, con menos costos humanos, económicos y ambientales, e, incluso, pudo haberse evitado.
No digo más acerca de la serie Chernóbil. Recomiendo que la vean. Pero sigo en el tema de las mentiras y la política. A menudo me pregunto si tal o cual político de verdad se cree la sarta de patrañas que suelta. Una de las características actuales de nuestra época es la creciente presencia de políticos populistas que mienten sin rubor. Trump, Putin, Erdogan, Bolsonaro, Modi, Duterte, Netanyahu, Salvini, Maduro y Orbán, por nombrar los más conspicuos.
Y, sí claro, eso nos lleva a nuestro Presidente. López Obrador es un experto en inventar realidades alternativas, es decir, en mentir y lograr que la gente se lo crea. En 2006, sin presentar ni una sola prueba contundente, fabricó la historia de un gran fraude electoral. Más de un tercio de los mexicanos se lo creyó.
Ahora que ya es Presidente, y tiene que enfrentar un panorama económico adverso, afirma que la economía va requetebién de acuerdo a otros datos que él posee. La pregunta es si miente cínicamente sabiendo que está diciendo una falsedad o si realmente se lo cree. Ojalá sea lo primero porque, si es lo segundo, estamos en un gran problema.
NICOLÁS MADURO
Argentina era en 1913 el país más rico de Latinoamérica, con un producto interno bruto per cápita de 3,797 dólares de 1990. Su prosperidad superaba el promedio de las 12 principales economías de Europa occidental, que registraban una cifra de 3,688 dólares. Argentina era más rica que Suecia, con 3,096 dólares, o Francia, con 3,485. La migración italiana al país sudamericano era muy nutrida porque Italia tenía un PIB de solo 2,564 dólares por persona.
Venezuela, que todavía no era entonces productor de petróleo, era bastante más pobre. Tenía en 1913 un PIB per cápita de apenas 1,104 dólares, el 29 por ciento del argentino. México, a pesar de la revolución, era más próspero que Venezuela, con un PIB de 1,732 dólares por persona, aunque mucho menos que Argentina.
El petróleo transformó a Venezuela en el país más rico de Latinoamérica, mientras que el populismo peronista detuvo el desarrollo de Argentina. En 1950 Venezuela tenía ya un PIB per cápita de 7,462 dólares, 49.6 por ciento más que los 4,987 de Argentina. Poco importaba que las petroleras fueran extranjeras y privadas, la riqueza del petróleo levantó el nivel de vida de toda Venezuela. Su PIB per cápita era mayor que los 5,013 dólares promedio de las 12 principales economías de Europa.
Para 1973 el PIB per cápita de Venezuela alcanzó los 10,625 dólares; una vez más era el mayor de Latinoamérica. Esta riqueza, sin embargo, siempre estuvo atada al petróleo. En 1998, cuando los precios del crudo cayeron a su nivel más bajo en décadas (el West Texas Intermediate llegó a 17.53 dólares por barril en noviembre), el PIB por persona de Venezuela cayó a 8,965 dólares. Esta baja fue uno de los factores que llevaron a la elección de Hugo Chávez en 1999. Chile era en ese momento el país más rico de Latinoamérica, con 9,756 dólares por persona. (Todas las
“Nuestro comandante Chávez ha sido bautizado como el Cristo redentor de los pobres de América. Por tanto
nosotros somos sus apóstoles”.
cifras hasta aquí provienen de los trabajos de Angus Maddison y sus discípulos del Development Centre Studies y se expresan en dólares internacionales de 1990.)
A pesar de las malas políticas de Chávez, Venezuela logró mantener un PIB per cápita razonablemente alto gracias a los elevados precios del petróleo. Todavía en 2015, según el FMI, registraba 10,570 dólares corrientes, menos que los 14,900 de Argentina o los 13,570 de Chile, pero arriba de los 9,670 de México. En 2019, sin embargo, la cifra de Venezuela se desplomó a 2,720, apenas arriba de Honduras, con 2,570, o Nicaragua con 1,980. Del más rico, Venezuela ha pasado a ser uno de los países más pobres de Latinoamérica. Mientras tanto, Chile se encuentra ya cerca de los niveles de un país desarrollado, con 15,780 dólares. Argentina ha caído a 10,600 dólares y México se mantiene en 9,860 (IMF datamapper).
Las variaciones en las economías latinoamericanas nos ratifican que las políticas económicas sí importan. La prosperidad que Argentina y Venezuela llegaron a tener se desplomó por la mala calidad de sus políticas públicas. El populismo hace daño. Quizá no se note de inmediato, pero en el largo plazo sus consecuencias son muy claras.
México nunca ha sido el país más rico de Latinoamérica, ni siquiera en los tiempos, hoy tan añorados por el gobierno, del desarrollo estabilizador del viejo PRI. El crecimiento mexicano ha sido decepcionante, pero por lo menos no hemos cometido los errores que hicieron que Venezuela pasara de ser el país más rico a uno de los más pobres de la región.
RENUNCIA
José Narro ha decidido renunciar al PRI debido a una "grosera" intervención del gobierno en el proceso de selección de un nuevo presidente del partido. Parecería que el PRI está empeñado en autodestruirse. Narro era la mayor oportunidad para construir un partido sólido e independiente.