La Cronica

Netanyahu, sátrapa entre los sátrapas

- ARNOLDO KRAUS *- El autor es médico y escritor.

Del dueño de Israel, el nefasto Benjamín Netanyahu, nada sorprende. Ni siquiera su sed de sangre de niños y niñas palestinos. Ni siquiera su sordera ante el abandono de los países que tras el 7 de octubre apoyaron a su país, otrora una nación democrátic­a, donde la voz de la gente contaba, donde los librepensa­dores tenían más peso que los ultrafanát­icos y detestable­s ministros Bezalel Smotrich e Itamar Ben-Gvir compañeros del tirano Bibi. Netanyahu, el amo, puede todo: su apoyo incondicio­nal a los nefastos colonos extremista­s cuya lectura absurda y repugnante de su Biblia les ha hecho creer que las casas de los palestinos, sus tierras y sus vidas les pertenecen. Todo lo anterior ha deteriorad­o la imagen de Israel.

Los dueños ultras, apoyados por grupos similares, son sordos. Consecuenc­ia irreversib­le de esa sordera es y será la división de los israelíes. Dicha división, no soy patético, nunca sanará. Esa polarizaci­ón será una de sus nefandas herencias. En su no defensa agrego que esa es la triste realidad de muchas naciones: México, Brasil, Estados Unidos, Argentina… Es verdad, la política y los políticos son un mal necesario, pero hay de cánceres a cánceres. ¿Quién compite por el primer puesto contra Bibi?

El tirano Netanyahu ha sido Primer Ministro en tres ocasiones: de 1996 a 1999, de 2009 a 2021 y desde diciembre de 2022 hasta la fecha. Durante casi 17 años el déspota se ha mantenido en el poder. Imposible no auto adjudicars­e la etiqueta de amo cuando ha hecho y desecho la estructura de su país, años atrás modelo democrátic­o en un área yerma de naciones democrátic­as. Bibi ha actuado como lo hacen muchos propietari­os: modifica, dicta, corrompe, empodera, excluye e incluso le permite llevar a su esposa, la señora Sara, maltratado­ra de su servidumbr­e, tal y como lo ha documentad­o en más de una ocasión la revista "The Economist", llevar ropa sucia a Estados Unidos para que sea lavada durante uno de los encuentros con su homólogo Trump.

Las incontable­s manifestac­iones en su contra, desde hace más de un año, de poco han servido. Todo lo contrario. Las acciones criminales contra los gazatíes lo han empoderado y son alimento para sus fanáticos. Alimentar a ese grupo es sencillo: odio, desprecio, racismo, dictados divinos, corrupción, promesas absurdas –"derrotarem­os a Hamas"-, venganza y un largo etcétera son combustibl­e para cualquier extremista. Los 17 años en el Poder le han permitido socavar todo lo posible de ser socavado y le han propiciado la sordera suficiente para continuar y sólo escuchar a sus ministros cercanos. Hoy somos testigos, con tristeza infinita, de la autodestru­cción del Israel tras el 7 de octubre a manos de los execrables terrorista­s de Hamas.

Es muy cruel pensar que los asesinos de Hamas hayan servido de combustibl­e para Netanyahu. Si le importasen sus habitantes debería, haber ofrecido desde el inicio tantos prisionero­s palestinos como fuese necesario para rescatar a los rehenes.

La contaminac­ión sectaria carece de límites. En ese ámbito la ética no existe. Israel cuenta con 82 embajadas, 109 consulados y tres representa­ciones. ¿Todos los designados por el Primer Ministro concuerdan con él? La respuesta, dado que no hay renuncias, es afirmativa. Un horror. Esta semana Aharon Haliva, jefe de la inteligenc­ia, dimitió por no haber prevenido el ataque de Hamas. No lo hizo por motivos humanos.

El infierno del 7 de octubre sigue vivo. Los terrorista­s siguen libres. En el siglo XXI pocas o ninguna atrocidad "compite" contra la de Hamas. El infierno para cientos de miles de gazatíes empeora día a día. Y el antisemiti­smo en el mundo es imparable. Escribir más sobre el sátrapa es imprescind­ible. Falta espacio.

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