La i Campeche

El veneno

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Este relato forma parte de las leyendas españolas cortas. A Manuel no le gustaba nada la idea de herir animales, pero se unió a la cacería para conseguir aprobación del padre de su novia. Se quedaba atrás para no tener que disparar, y “corrió con suerte”, aunque no de buena forma; tras una fuerte presión en su pierna, cayó al suelo, emitiendo apenas un tímido quejido, suficiente para que lo escuchara el más cercano de sus compañeros. Con la vista borrosa, distinguía que todos movían sus bocas, pero no escuchaba un solo sonido, hizo el mayor esfuerzo para responder, sin embargo solo tuvo fuerza para cerrar los ojos. Despertó horas después en el hospital, donde le informaron que había aplicado antídotos para las víboras conocidas de la región, sin buenos resultados, porque su pierna seguía consumiénd­ose. Le obligaron a recordar algún detalle con el que pudieran identifica­r a su agresora, pero aun diciendo todo lo que sabía, no sirvió de mucho, decidieron cortarle la pierna por su bienestar. Medida que por supuesto, no estaba dispuesto a aceptar y tan pronto pudo, huyó de ahí.

Caminado con dificultad, ocultándos­e en los callejones oscuros, se detenía en momentos, para callar sus gritos contra alguna pared, mientras el ardor del veneno parecía invadir todo su cuerpo, inmoviliza­ndo sus extremidad­es, sin permitirle dar un paso más. Pronto se unieron mareos a sus padecimien­tos y una sensación de hormigueo en el estómago, que en momentos generaba vacío y contraccio­nes, obligándol­o a volver todo su contenido. Ante tanto dolor experiment­ado, se mordía desesperad­amente las manos, y los labios hasta que los hizo sangrar… en ese instante sus males acabaron, sentía cada milímetro que la tibia sangre recorría hasta llegar a su estómago, para ahí expandirse en una explosión de saciedad que no conocía, sin embargo tal gozo solo duraba unos segundos y quería más, mucho más de lo que podía obtener de sí mismo…

Cobijado por la oscuridad, esperaba al primero que pasara para drenar el vital líquido de su cuerpo, y entregarse a ese frenesí que embriagaba sus sentidos… ahí venia el pobre incauto, caminando distraído con la mirada hundida en el celular, y los audífonos puestos, no lo vio venir, muchos menos lo escuchó, solo sintió un golpe en las corvas que lo llevó hasta el suelo y después una fuerte mordida antes de quedar sin conocimien­to.

Tirado ahí, Manuel succionaba afanosamen­te, entre sonrisas y gemidos de placer… viendo descender frente a él, un hombre vestido completame­nte de negro, no se separó aun del cuerpo, que le estaba sirviendo de alimento. No hasta que el hombre le dio la bienvenida al mundo de los vampiros, una vez comprobada su capacidad para formar parte del grupo.

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