La i Campeche

El Viejo árbol

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Nuestra costumbre familiar, era reunirnos en el campo cada seis meses. A los niños les encantaba porque la pasaban muy bien en el lago. Y nosotros podíamos relajarnos un poco. La mañana siguiente de nuestra llegada, uno de mis hijos entró al cuarto llorando, porque su hermano no quería jugar con él, y había pasado horas hablando con un viejo árbol del jardín, mirando fijamente hacia una de las ramas. Cuando fuimos hasta ahí, no nos prestó atención, así que mi esposo lo llevó adentro cargando.

Estaba nervioso, ansioso viendo por la ventana, contando una historia de su amigo del árbol y cuanto este se molestaría por haberlo abandonado. Tras horas de interrogat­orio, terminó llorando inconsolab­lemente, por lo que, decidimos mostrarle que los niños no viven en los árboles.

Pronto todos los demás vinieron a curiosear, no les mencionamo­s ninguna palabra, pero los más pequeños de inmediato corroborar­on la historia de mi hijo, afirmando que había alguien en el árbol. Algunos salieron corriendo, otros más gritaron espantados, decían que el pequeño estaba desnudo, que su piel era blanca, sus ojos grandes y completame­nte negros. Además le molestaba que lo estuvieran viendo, por lo que gruñía y mostraba sus afilados dientes.

La verdad yo no lo hubiese creído, a no ser porque dos de mis sobrinos empezaron a elevarse, sus cabellos se levantaban como si alguien los estuviese tomando de ahí, varios de nosotros los agarramos de los pies, pero la fuerza con la que iban hacia arriba era demasiada. Finalmente logramos liberarlos, y entramos a la casa. Desde ahí pudimos ver como los árboles se agitaron por largo rato.

Me esforcé mucho por ver lo que los otros veían, pero para mi suerte, no lo logré, y lo agradezco, porque desde aquel día, ninguno de los presentes puede ni si quiera acercarse a un árbol, mucho menos volver al campo.

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