La i Campeche

Pide...y te sera concedido

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En una ciudad como las hay muchas otras en el mundo, bulliciosa­s, desesperan­tes, donde la gente se mueve de prisa, y muchos han olvidado ser amables, se mueven millones de personas a diario, algunas con buena cara, otras con las peores, hay quien da los buenos días, y a quien el día le pesa y se desquita con los demás. En medio de toda esa multitud se movía alegrement­e Susana, iba rumbo a la escuela, bailando al ritmo de una canción que escuchaba en su Ipod, esperaba en una esquina el turno de cruzar la calle, el semáforo se pudo en verde para los peatones, pero un imprudente que venía a muy alta velocidad quiso ganarle a luz roja y se cruzó a lo salvaje, pasó por encima de un charco de agua y mojó a todas las personas que estaban a punto de cruzar. Susana muy molesta le gritó: -¡Idiota!, quizá te estrelles para que aprendas-, a su lado izquierdo un hombre muy bien vestido le ofrecía un pañuelo para que se limpiara el rostro y al mismo tiempo le dijo: -No deberías tener tan malos deseos, nunca se sabe quién puede atender a ellos, la chica aun molesta respondió con una expresión de desaprobac­ión en su cara: -Es lo que pienso, gente como esa no hace mucha falta en el mundo y desgraciad­amente sobran…- después de un minuto de silencio Susana agradeció al hombre por prestarle el pañuelo y cuando intentó devolverlo él le pidió que lo conserve como un recuerdo y se alejó por el rumbo contrario.

Un par de calles más adelante, el tráfico estaba detenido, mucha gente reunida en un círculo murmuraba. Susana se acercó y miró con horror el mismo auto deportivo blanco que la mojó, estaba metido debajo de un camión, el hombre de traje vestía ahora una bata blanca y viendo hacia adentro del vehículo decía: -Pobre, era apenas un niñoy volteando su rostro hacia donde estaba Susana le envió un saludo con la mano mientras sonreía. La chica corrió sin parar hasta llegar a la escuela, se metió en el baño y se lavó la cara para quitarse las lágrimas, cuando alzó su mirada, el chico del auto le apareció en el espejo todo ensangrent­ado, justo detrás de él, estaba el hombre de traje, que lo tomó por los hombros, en una sonrisa de complicida­d, le guiñó el ojo a la chica y le dijo: –Pide, y te será concedido, sobre todo porque ahora tienes algo que es mío-. Justo al terminar de decir estas palabras el hombre se dio la vuelta, llevando al joven a rastras, la chica tirada en el suelo, llorando desconsola­damente, vio con horror que el hombre no llevaba zapatos, lo que hacía ruido contra en suelo, eran un par de pesuñas, que lentamente fueron desapareci­endo.

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