Una cena en las tinieblas

El descenso a una galería que se introduce en la tierra conduce a la oscuridad total. Esta cueva a 12 metros bajo el suelo solo es un restaurante donde se come en tinieblas.

Para ingresar a La Cueva de Rafa, como se llama el lugar, hay que recorrer un túnel con poca iluminación hasta encontrar a uno de los meseros, que son ciegos. Allí los asistentes ponen las manos en los hombros de su guía, como si fuera un tren, y continúa el desafío hasta llegar hasta una de las aproximadamente diez mesas disponibles. La experiencia busca transmitir lo que viven las personas ciegas.

Los clientes se mueven con torpeza, pero los meseros dan pasos firmes. Uno de ellos se acerca y se presenta: es Gabriel Bolaños, tiene 28 años. El primer desafío para probar el jugo sorpresa es encontrar el vaso. Cuando lo logro, lo levanto y paladeo lentamente. Huele a dulce, es algo ácido y espeso. No logro identificar la fruta.

El empresario detrás de esta propuesta es Rafael Wild, un ecuatoriano descendiente de europeos. “Me metía en todas las cuevas que había cerca de la casa, me gustaba explorar en la oscuridad”.

Cuando Gabriel trae el plato fuerte, fracaso al buscar el primer bocado. Primero lo busco con los dedos y luego me golpeo la cara con el tenedor varias veces. Mientras mastico, trato de imaginar los rostros de las voces que se escuchan en otras mesas. Le pregunto a Gabriel si a él también le pasa y me dice que es un ejercicio cotidiano en su vida.