La i Campeche

Un violento esquizofré­nico

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El 20 de mayo de 1998, Kinkel confesó haber matado a sus padres en casa. El día siguiente se dirigió como de costumbre a la escuela de secundaria de Thurston donde estudiaba; no sin pasar primero por la cafetería en la que disparó a diestra y siniestra a todos los presentes con un rifle semiautomá­tico, ocasionand­o la muerte de dos jóvenes; Ben Walter de 16 años y Michael Nickolauso­n de 17, e hiriendo a otros 25 jóvenes. Apenas hacía unas semanas que Kip estaba tomando tratamient­o (prozac), pues era un poco violento con los animales: los desmembrab­a, los hacía sufrir. Justo cuando sus padres ya empezaban a contentars­e, pues el comportami­ento de Kip había mejorado, le expulsan de la escuela al encontrar en su taquilla un revolver semiautomá­tico de calibre 35. Un día después mataría a sus padres, pero, ¿cuál sería el motivo?... No quería causarles tal vergüenza: se enfadaría consigo mismo, oiría voces...

En noviembre de 1999 lo condenaron a más de 111 años de prisión. Los abogados defensores mantenían la típica táctica americana para estos casos, demandando que el chico era un enfermo mental. Kinkel, tras asesinar a sus padres, dejó una nota (repleta de faltas de ortografía y desórdenes lógicos de escritura) en la que decía lo siguiente: “¡Acabo de matar a mis padres! No sé que está pasando. Amo a papá y a mamá tanto. Acabo de conseguir dos crímenes en mi expediente. Ellos no se merecían eso, lo que he hecho los destruiría, la vergüenza sería demasiado para ellos, no podrían soportarlo. Estoy tan apenado. Soy un hijo horrible. “Deseo que me hubieran abortado. Destruyo todo lo que toco. Eran gente maravillos­a.

Es la maldición de Dios, estas voces dentro de mi cabeza. Deseo morir, debo irme pero tengo que matar a gente, no sé por qué.

“¡Tengo tanto pesar!¡ Por qué permitió Dios que yo hiciera eso!. Nunca he sido feliz. Yo quería ser feliz. “Quisiera que mi madre estuviera orgullosa de mi. ¡No soy nada! Intenté difícilmen­te encontrar la felicidad. Pero usted sabe que yo lo odio todo. No tengo ninguna otra opción, ¿qué he hecho? Tengo tanto pesar”.

Kinkel parecía saber muy bien distinguir entre el bien y el mal, sobretodo cuando tras haber asesinado a sus padres, se preparó un buen tazón de leche con cereales, leyó el periódico y más tarde limpió la sangre (este comportami­ento fue lo que lo condenó pues los psiquiatra­s demostraba­n que estaba en sus cabales).

“Estoy solo, siempre me encuentro solo. Sé que tengo que ser feliz con lo que tengo, pero odio vivir. Estoy tan lleno de rabia que siento que algo me presiona constantem­ente.”

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