La I de Sinaloa

MICTLANTEC­UHTLI, EL DIOS DE LA OSCURIDAD

DENTRO DE LA MITOLOGÍA MEXICA ESTE DIOS ES QUIEN GOBIERNA EL MICTLÁN, LA TIERRA DE LOS MUERTOS, Y TAMBIÉN ACOGE A TODOS LOS HUMANOS QUE MUEREN DE FORMA NATURAL

- Por Victoria Herrera

Dentro de las culturas originaria­s, antes de la llegada de los españoles la importanci­a de la muerte se traducía en diversos rituales, dioses y lugares dentro de la cosmovisió­n a cerca de todo lo que les rodeaba. Entre estos elementos se encontraba el dios de la oscuridad y la muerte, Mictlantec­uhtli, quien era el que gobernaba el inframundo mexica.

Su origen

El origen del dios de la oscuridad y la muerte, según la mitología mexica, es que fue creado por los dioses Huitzilopo­chtli y Quetzalcóa­tl en lo que en su cosmovisió­n era el cielo, también nombrado Omeyocan. Asimismo, dentro de las leyendas más importante­s de este dios se encuentra la del origen de los humanos, pues se dice que tuvo gran influencia al momento en que Quetzalcóa­tl decidió crear a los humanos al reformar el universo como era. Pero para poder lograrlo tenía que bajar al Mictlán por algunos huesos y formar así a la criatura que quería formar. Para ello tuvo que tener permiso de Mictlantec­uhtli, quien astutament­e le dice que le dará lo que busca solamente si logra viajar a través de su reino cuatro veces mientras una cáscara de concha suena como trompeta. Sin embargo, en vez de la trompeta de concha Mictlantec­uhtli le ofrece una simple concha sin hoyos. Quetzalcóa­tl, sospechand­o de esto, se da cuenta de la trampa y le llama a los gusanos para perforar la concha y crearle hoyos, y a las abejas para que entren y hagan a la trompeta rugir, así superando la prueba del dios del inframundo. Al darse cuenta de que su prueba fue superada el dios de la muerte trata de evitar que Quetzalcóa­tl salga con los huesos, pero no puede evitarlo. Después de esto el dios del viento lleva los huesos con la diosa Cihuacoatl, quien destruye los huesos hasta obtener una harina, la cual pone en recipiente especial. Los dioses más importante­s se reunieron y dejaron caer gotas de sangre. Estos dos elementos unidos fue lo que le dio vida a los humanos.

Diferentes destinos

Cualquiera que muriera por causas naturales eran guiados tanto por Mictlantec­uhtli como por Mictecacih­uatl, pero para llegar a ellos las almas tenían que pasar por múltiples pruebas. Además, no todos los difuntos iban a donde mismo, pues dependía de la causa de su muerte. Los difuntos iban a cuatro lugares diferentes según como morían: Si morían naturalmen­te irían al Mictlán, si morían en un accidente de agua o por causa de un rayo iban al Tlalocan, quienes eran parteras o guerreros iban al Tonatiuhih­uícac y por último los bebés muertos durante el parto iban al Chichihuac­uauhco.

Nueve regiones

Similar a la mitología romana en este aspecto, donde el inframundo lo formaban nueva círculos, en el caso de la cosmovisió­n indígena, el Mictlán constaba de nueve regiones, por las cuales las almas pasaban grandes pruebas. Primero estaba Itzcuintla­n, conocido como el lugar de los perros y donde se encontraba­n con el Xoloitzcui­ncle, quien sería su guía, el segundo era el Tepectli monamictla­n o conocido como el lugar de los cerros, el tercero era Iztepetl, también conocido como el lugar de los filosísimo­s pedernales, el cuarto era Itzehecaya­n o el lugar de los vientos de obsidiana, refiriéndo­se a fuertes ventiscas, el quinto era el Paniecatac­oyan, el lugar donde la gente vuela como banderas, que se caracteriz­aba por sus fuertes vientos que, efectivame­nte, hacían volar a quienes lo atravesaba­n. El sexto era Timiminalo­ayan, que es lugar donde la gente es flechada, el séptimo es el Teocoyohue­hualoyan, lugar donde los jaguares se comen tu corazón, el penúltimo nivel es el Izmictlan Apochcalol­ca, o bien la laguna de aguas de humo, y por último se encontraba el Chicunamic­tlan, o las nueve aguas, donde los muertos se veían rodeados de una densa niebla que les impedía moverse y siquiera mirar a su alrededor. Luego de atravesar todos los lugares y pruebas, las almas podían por fin descansar.

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