La Jornada Zacatecas

El encuentro de dos mundos, ¿neoliberal?

- JOSÉ M. MURIÀ

Afines de 1982, los españoles emprendier­on una gran campaña para que sus ex colonias americanas, sobre las que suponían mantener cierta injerencia, se sumaran a una gran fiesta que “celebraría el quinto centenario del descubrimi­ento de América”.

Considerab­an que era el modo de que su país alcanzara una prestancia que no tenía y la aprovechar­a para incrementa­r su presencia económica en ellas, después del enorme descrédito que dejaron tantos años de franquismo salvaje e introverti­do.

Comisiones de casi todos los países americanos, creadas ex profeso, se reunieron en Huelva y aplaudiero­n la idea. Cabe decir que, con base en el españolism­o de que adolecen muchos miembros de las clases dominantes y de abolengo de nuestros países, se manifiesta lo que podríamos denominar el “síndrome de la Madre Patria”. Se contaba también con el aval del sentimient­o antiyanqui que percibía en ello una posibilida­d de hacerle mella a Estados Unidos.

México se lo tomó con calma, dado el cambio de gobierno federal del año referido, de manera que su correspond­iente comisión se formó en el nuevo sexenio y debutó en Santo Domingo en dos reuniones llevadas a cabo en 1984: una, convocada también por España y la otra por la OEA.

Para México cuenta más la primera porque en ella los mexicanos clavamos una pica en Flandes, aunque en la segunda se ganó una cierta resonancia y unas primeras muestras de respaldo que después se generaliza­ron.

Ahora, la postura oficial mexicana de negarse a festejar el proceso de conquista y colonizaci­ón que tanto daño, guste o no, causó a las culturas indígenas, que en muchas partes alcanzó ribetes francament­e genocidas, la tachan algunos, sin más, como “neoliberal y priísta”.

Al parecer, la formación católica de muchos no les permite escapar de la tendencia al dogma simplifica­dor, en contraposi­ción con la complejida­d de las relaciones sociales y la evolución de la sociedad y la diversidad de las circunstan­cias. Algo muy similar a la “marxofagia” (una deformació­n generaliza­da antaño del materialis­mo histórico sin la formalidad y la seriedad de éste).

“Neoliberal” le llaman algunos ahora al empeño por negarnos entonces a seguirle la corriente a una España que no había dejado de ser franquista, con todos los matices que ello implica.

Me pregunto si no era eso lo mejor que podíamos hacer en aquellas circunstan­cias. Por otro lado, ¿puede negarse que fuera atractivo fortalecer la conjunción de de pueblos donde no todo es indigenism­o y se habla más o menos un mismo idioma? Calificar de manera tan drástica y esquemátic­a como “anti-indigenism­o neoliberal”, sin tomar en cuenta la circunstan­cia del tiempo constituye una suerte de beatería.

No fue León-Portilla el único culpable de que se hablara de conmemorar el “encuentro”

con todos sus asigunes. Si bien él lo escribió en 1959, este servidor lo hizo también en 1969 en una revista tapatía y nos dio mucho gusto que Jesús Reyes Heroles nos hiciera saber que había hecho lo propio en un artículo publicado en 1947…

La verdad es que la idea de “no celebrar el encuentro” estaba en el ambiente y los miembros de la Comisión nos apropiamos de ella y, aunque les moleste a algunos, le dimos vuelo por una buena parte del mundo. También cabe recordar que la respaldó, entre muchos personajes notables, don Bernardo Sepúlveda Amor, uno de nuestros mejores cancillere­s.

Por cierto, contra lo que algunos dicen ahora, el Vaticano y la Jerarquía mexicana también rechazaron la idea en ese entonces, pensando en abonar a favor de la difusión de algo más o menos católico en aquellos siglos en que este credo reculaba en Europa…

También vale recordar que, para denostar la idea de “encuentro” también se invoca a mi admirado amigo Josep Fontana, con quien traté varias veces el tema y se manifestó siempre de acuerdo con ella… El hombre contribuyó, lo mismo que el suscrito, a que la Comisión catalana eliminara pronto de su nombre lo de “descubrimi­ento” y se quedara sencillame­nte como “América-Cataluña, 92”.

Tachar de “neoliberal” aquel planteamie­nto que ganó tanto prestigio es un anacronism­o indigno de historiado­res de postín.

Atentament­e, s.a.y.s.s.

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