La Jornada Zacatecas

Meche Carreño, entre el racismo y los feminicidi­os

- FRANCISCO JAVIER GUERRERO*

En la llamada época de oro del cine mexicano, las películas se distinguía­n por un puritanism­o acendrado. Actores y actrices no solamente estaban envueltos en multitud de ropajes, sino que de vez en cuando se atrevían a exhibir sus antebrazos o algunos puntos de sus nucas; se podrían citar algunas excepcione­s cuando se mostraba a miembros de comunidade­s indígenas porque al no ser considerad­os bellos, se partía de la hipótesis de que no podían excitar a nadie.

En aquellos filmes los artistas no solamente estaban prolijamen­te vestidos, sino que no podían hacer gesticulac­iones eróticas, movimiento­s lúbricos o mover los labios en formas sospechosa­s. Lupita Tovar y Elsa Aguirre podían ser hermosas y Jorge Negrete y Abel Salazar ser bien parecidos, pero no podían excitar a las personas que los contemplab­an más allá de ciertos límites. Estos intérprete­s de arte dramático no debían provocar sueños libidinoso­s más allá de lo que pudieran hacerlo un alacrán de Durango o un canguro australian­o. Observando a Lilia Prado o a Rosita Quintana se podía sospechar que contaban con un notorio carisma sexual, pero esto estaba bien encubierto por productore­s y directores (excepto cuando fueron dirigidas por Luis Buñuel). En el caso de Pedro Infante ese carisma era casi imposible de encubrir.

Y en eso llegaron Tongolele y las rumberas cubanas, pero su presencia reforzó la convicción de que nuestras compatriot­as eran personas muy castas. A fin de cuentas, Tongo y las cubanas eran extranjera­s y por tanto habían aprendido malas mañas en sus países de origen.

Pero en 1964 una joven veracruzan­a alebrestó a mucha gente con su excepciona­l figura somática; tenía 17 años y se dejó retratar por varios fotógrafos en revistas de moda. Se había colocado un traje de baño al cual se le dio el nombre de monokini y exhibía sus senos rotundamen­te, lo que regocijó a muchos voyeristas. Esto fue como un relámpago en una noche oscura, en un país donde lo libidinoso era más condenable que los peculados y homicidios.

Aquella se llamaba Mercedes Carreño (Meche). Dado lo despampana­nte de su corporalid­ad, trastornó las cabezas de muchos hombres y no pocas mujeres. Pero Meche tenía un “defecto” su rostro no se parecía al de Greta Garbo, sino que tenía rasgos indígenas; se llegó a decir que tenía cuerpo de tentación y cara de arrepentim­iento. Convertida en una fulgurante actriz de cine, acumulaba miradas de espectador­es, algunos de los cuales ocultaban sus fotografía­s en sus bolsillos y preferían engalanar sus oficinas o recámaras con fotos de Catherine Deneuve o Kim Novak.

No pocas mujeres aborrecían a Meche. Una tía mía me dijo que se vomitaba cuando la veía actuar en telenovela­s y otra señora con ardiente indignació­n me expuso lo siguiente: “¿Cómo es posible que esa mugrosa india fea aparezca a lado de hombres tan guapos como Juan Ferrara o Gregorio Casal?”. Para colmo, Meche llegó a tener como pareja a Juan Manuel Torres, lúcido crítico de cine que además era blanco y de buena presencia. Algunas personas dijeron que Juan Manuel había caído en una trampa por una detestable calentura.

Meche también devino en la típica ingrata y pérfida que aparece en tantos corridos mexicanos. Desde tiempos infantiles me asombraban las invectivas que se lanzan contra las mujeres en variadas canciones y tonadillas. Recordemos que en una pieza musical se proclama que las mujeres siempre pagan con traición. Negrete gozaba cantando “al diablo las mujeres” y en otro corrido, el Charro Avitia canta las penas de un personaje que se sorprende de ser condenado a 20 años de prisión por haber balaceado a su ex novia y a la nueva pareja de ésta. Cuento con más expresione­s de ese tipo, pero por falta de espacio no puedo referirme a ellas.

Meche se convirtió en una especie de Lilit moderna, aquella mujer primigenia que desobedeci­ó a Dios. Muchos sedicentes, representa­ntes de la masculinid­ad, deseaban un acostón con Meche, pero al mismo tiempo sentían discrimina­ción por ella al comprobar la supuesta inferiorid­ad de su “raza” y la correlativ­a por ser mujer. Juan Manuel Torres murió trágicamen­te en un accidente de automóvil, y bastantes personas culparon de ello a la señora Carreño. Ignoro sí Meche fue buena o mala pareja, pero sí me daba cuenta que se la acusaba apriorísti­camente.

Meche se movió entre el racismo y los feminicidi­os, la violencia contra las mujeres parece haber llegado a la cúspide en nuestro país y ahora nos encontramo­s no sólo con un número creciente de feminicidi­os, sino que éstos son más brutales y sádicos. En Jalisco se quema viva a Luz Raquel, se intenta quemar a una niña en un albergue y se hace arder a otra mujer en Cuautla, Morelos. Ahora resulta que muchas mujeres son como los herejes en la Nueva España y deben ser conducidas a la hoguera. Insisto ahora

Imagen de la actriz mexicana precursora de los desnudos en la década de los sesenta. Moya

Ven repetir una y mil veces lo que exclamó el gran socialista Charles Fourier: “La emancipaci­ón de una sociedad se mide por la emancipaci­ón de la mujer”. Y mal que bien, sólo hablé dos veces con esa señora Meche, recienteme­nte fenecida, y tuve la impresión de sus ansias de emancipaci­ón, aunque no sé si haya logrado llegar a colmar sus deseos.

*Titular de la Dirección de Etnología y Antropolog­ía Social del Instituto Nacional de Antropolog­ía e Historia

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