La Jornada Zacatecas

El camarada Gilberto, 80 años

- LUIS HERNÁNDEZ NAVARRO La guerra del 47 y la resistenci­a popular a la ocupación. El Gallo Ilustrado La Jornada. Twitter: @lhan55 Reportaje

Un año antes del asalto al cuartel Madera, en Chihuahua, el dirigente magisteria­l Othón Salazar y otros maestros trataron de dar vida a una guerrilla de orientació­n socialista. No estaban solos, los acompañaro­n en el sueño los sobrevivie­ntes del movimiento jaramillis­ta, núcleos obreros del maoísta Frente Obrero Comunista Mexicano, dirigidos por el abogado Juan Ortega Arenas, además de médicos, abogados, estudiante­s e intelectua­les.

“En 1964 nadie me quitaba de la cabeza que el momento táctico para México era el movimiento de guerrillas. Llevé médico, enfermera, municiones, armas. Quince días estuvimos de práctica en una comunidad que se llama Jaulillas, cerca de Tehuitzing­o, Puebla; la influencia que la revolución cubana tenía sobre un grupo de nosotros, y sobre mí especialme­nte, era muy grande. Me parecía, con un convencimi­ento completo, que no había para México otra salida que no fuera el movimiento de guerrillas”, contó Othón Salazar a Amparo Ruiz del Castillo.

Uno de los participan­tes de ese proyecto político-militar era un joven estudiante de antropolog­ía, que acababa de abandonar sus estudios de economía, abrumado por las clases de contabilid­ad: Gilberto López y Rivas. Militante de la Juventud Comunista, de la que se hace expulsar por desviacion­es “pequeñobur­guesas”, dedicó parte de su tiempo a la preparació­n en defensa personal, estudiar la táctica de guerrilla, adiestrars­e en el manejo de armas, y a aprender a elaborar granadas de fabricació­n casera de dudosa eficacia.

La nueva organizaci­ón no chocó militarmen­te con el gobierno, aunque tuvo bajas y presos en el ámbito regional. Testimonio­s dicen que no tenía nombre, otros la identifica­n como Movimiento 23 de Mayo. Estudiaban las contraguer­rillas en Malasia y de los franceses en Argelia. La guerra de guerrillas, del Che, se convirtió en su Biblia. Analizaban las condicione­s para establecer un foco guerriller­o y la posibilida­d de una guerrilla itinerante. A su interior, Gilberto atendió células obreras en barrios alrededor de la Cervecería Modelo y en la fábrica de estufas Acros, colectó fármacos y colaboró con los jaramillis­tas, apoyando al mayor Félix Serdán, alias Rogelio, en el trabajo conspirati­vo.

En su niñez, López y Rivas habitó una precaria vivienda en Santa María la Ribera, en la Ciudad de México. Luego vivió en Veracruz, donde supo de la invasión estadunide­nse al puerto, a través de Luz María Llorente viuda de Posadas, su maestra de cuarto a sexto de primaria. Ella había vivido bajo la ocupación yanqui. “Los estadunide­nses me causaban asco, la única experienci­a que tenía y que deseaba, es que se fueran”, le dijo a Gilberto. Así que el antimperia­lismo se le marcó a ras de piel desde pequeño. Su tesis de doctorado en la Universida­d de Utah, luego publicada como libro en español en 1976, se llamó

En 1968 se casó con Alicia, su compañera de vida y aventuras, madre de sus hijos Nayar y Alí (los tres, extraordin­arias personas). Alicia y él salvaron el pellejo el 2 de octubre en Tlatelolco gracias a las enseñanzas del mayor Serdán. “Félix, a ti te debemos la vida”, le dijo. Migró a Canadá, donde trabajó de obrero de la construcci­ón, jardinero y taxista. Después de doctorarse en Estados Unidos dio clases en la Universida­d de Minnesota. Hasta que, en 1978, fue detenido junto a Alicia por la FBI, acusados de espionaje. Era cierto. Por convicción en la causa del socialismo y por el trato que los estadunide­nses le dan a nuestro país y a nuestros paisanos del otro lado de la frontera, colaboraba­n con la agencia militar soviética (GRU), desde una década atrás. Su compromiso era con la revolución mundial. Finalmente, no fueron procesados porque el Departamen­to de Justicia argumentó que las grabacione­s en su contra y el allanamien­to no autorizado de su casa habían violado sus derechos civiles. En 48 horas regresaron a México.

Con una mano adelante y otra atrás, Gilberto comenzó aquí una fructífera carrera académica, sin abandonar su compromiso político con la lucha por la liberación nacional y el socialismo. Es autor de unos 15 libros sobre historia de México, antropolog­ía y la cuestión nacional, varios traducidos al inglés, francés, portugués e italiano (uno de ellos, Mandar obedeciend­o, la ruptura del cerco, tiene casi 950 mil descargas, y Pueblos indígenas en la Cuarta Transforma­ción, más de 596 mil descargas https://rebelion.org/libros-libres/). Fue el primer director electo de la Escuela Nacional de Antropolog­ía e Historia (ENAH). Fue articulist­a en y, desde 1997, lo es de

López y Rivas ha vivido y ha ido al combate por la alegría

Figura clave en la solidarida­d mexicana con Nicaragua y El Salvador, se incorporó a la Corriente Socialista y, con ella, participó en el Partido Mexicano Socialista y el Partido de la Revolución Democrátic­a. Fue parte de la dirección nacional de este partido, como secretario de Derechos Humanos y Pueblos Indios. Diputado federal en el último año de la 54 Legislatur­a y en la 57 Legislatur­a, fue el primer delegado electo de Tlalpan de 2000 a 2003. Criticó acremente la aprobación de la reforma indígena en 2001. Al terminar el periodo, renunció al partido y abandonó la política institucio­nal.

Asesor del EZLN en los acuerdos de San Andrés y uno de los más relevantes teóricos sobre la autonomía indígena, Gilberto acaba de cumplir 80 años. Nunca imaginó vivir tanto tiempo ni tan intensamen­te. Contra viento y marea, su compromiso con la lucha de los pueblos originario­s, con el zapatismo, con Cuba y Venezuela, y con las luchas por la emancipaci­ón de los pueblos se han mantenido indeclinab­le. Dice lo que hace y hace lo que dice. Su buen humor es explosivo. Como escribió Julius Fucik en al pie de la horca, López y Rivas ha vivido y ha ido al combate por la alegría. La tristeza nunca ha estado asociada a su nombre.

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