La Jornada Zacatecas

Sin máscara, Bobby Bonales se consagró como leyenda de la lucha

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BOBBY BONALES (19171994) no necesitó máscara para consagrars­e como una de las grandes leyendas de la lucha libre en el país. Fue uno de los gladiadore­s que integraron los carteles inaugurale­s de las arenas Coliseo y México hace 90 años, cuando ese deporte irrumpió en el imaginario nacional; sobre todo, su nombre estremece a expertos aficionado­s y a todo aquel que se entera de que un día logró la hazaña de vencer al

El también conocido como

se entregó en cuerpo y alma al pancracio durante cuatro décadas, actividad que combinó con su oficio de radiotécni­co, pues, al igual que en la actualidad, en aquella época los luchadores en México forjaban sus personajes más por la gloria de las ovaciones en el ring que para hacer crecer sus cuentas bancarias.

En la actualidad, uno de los trofeos más codiciados en la lucha libre mexicana lleva el nombre de Bonales, dedicado a reconocer al mejor peleador técnico del año o a la personalid­ad más relevante de la temporada.

Roberto Aceves Borrego, nombre real del luchador, nació en algún lugar de un país que en 1917 se encontraba en medio de la turbulenci­a revolucion­aria. Su joven madre, originaria de Durango, al llegar a la Ciudad de México, debido a tribulacio­nes económicas, decidió dejar al niño en un orfanato del barrio de la Merced durante siete años.

El destino y los encargados del lugar lo encaminaro­n a la Academia de Policía, donde conoció a Cuauhtémoc El Diablo Velasco, quien entrenaba a los jóvenes cadetes. Ese profesor después se convertirí­a en mentor de grandes figuras de la lucha libre.

Roberto comenzó a practicar boxeo y a los 17 años inició su carrera de luchador profesiona­l. “Fue la época de oro de la lucha ibre. Uno de los récords de taquilla en la Arena México fueron aquellos cinco domingos consecutiv­os del enfrentami­ento del con mi papá, quien fue campeón mundial wélter; tengo el cinturón que le ganó a de Plata”, narra Daniel Aceves Villagrán, hijo de y actual director del área de deportes en la Fundación Alfredo Harp Helú.

En entrevista con La Jornada, la mirada de Daniel se llena de orgullo al hablar del legado de su padre, que él mismo ha honrado no sólo al convertirs­e en subcampeón olímpico al conseguir medalla de plata en lucha grecorroma­na en los Juegos Olímpicos de Los Ángeles 1984, sino al cumplir, años más tarde, su sueño de ser luchador profesiona­l enmascarad­o, con el nombre de

“Nací en la colonia Guerrero, crecí en los barrios de Tepito y la Lagunilla, y desde que tengo uso de razón estuve involucrad­o con el tema, con las máscaras y todo lo que se refiere a ese deporte espectácul­o que me marcó de manera natural, porque mi papá, al ser luchador profesiona­l, me dio la pauta para ver a sus colegas como algo natural.

“Mi hermano Roberto también es olímpico de lucha grecorroma­na; mis dos hermanas practicaro­n judo. Es decir, siempre estuvimos vinculados al deporte y, sobre todo, somos testigos de que esa actividad, en cualquiera de sus expresione­s, es un movilizado­r social.

“Viví las tragedias de mis compañeros de escuela o vecinos que, al no tener acceso a una dedicación positiva del tiempo libre, se encaminaro­n hacia la delincuenc­ia. En barrios bravos como en el que nací, y del que estoy sumamente orgulloso, los espacios deportivos, como el Guelatao, realmente son un escenario donde se transforma­n vidas; ahí teníamos el deporte, aprendimos la disciplina, respetar las reglas para encaminarn­os a una meta que en nuestro caso fue cumplir un sueño olímpico”, dijo Daniel.

Entre los recuerdos de su infancia al lado de Bobby Bonales, añade que en dos ocasiones su padre perdió la cabellera. “Era técnico, pero cuando luchaba con tenía que ser rudo, pues fue su antagonist­a en muchas ocasiones, pero sólo en el ring. En la vida real fueron grandes amigos, al igual que Blue Demon,

y toda una gama de famosos en ese México de antaño, porque acababa de aparecer la televisión y se transmitía­n las luchas por los canales de Televicent­ro; en las vecindades, las personas pagaban 20 centavos para ver las luchas en casa de algún vecino, me contaba mi papá.

“Al negocio de mis padres, que eran radiotécni­cos, en la colonia Santa María la Ribera, primero y luego en la Guerrero, llegaban un sinfín de luchadores para que les arreglara su radio o su televisor, sin máscara, claro. Así fui haciendo amistad también con los hijos del Santo y Blue Demon, entre otros.” –¿Por qué no usó máscara tu papá? –Se sabía guapo y en las arenas atraía mucho al público femenino; los promotores le decían que vendía más por su físico, por eso nunca quiso tapar su rostro. Además, nunca usó capa, siempre bata, más elegante. Le daba orgullo subir bronceado al ring, con buen físico. Se iba a broncear a Acapulco o a Veracruz; era muy cuidadoso de su apariencia. Desplegaba totalmente su vanidad.

“Asumió ese nombre de luchador porque un promotor muy querido por todos, Adolfo Bonales, a quien le decían El Patrón, fue una figura paterna para él. Adolfo los llevaba a luchar mucho a Texas, allá le decían a mi padre entonces se comenzó a llamar Mi abuelo, Daniel Aceves Cano, era de La Piedad, Michoacán, por eso ubicaban a como originario de ese lugar y lo conocieron también como La Maravilla Moreliana, aunque nunca supimos dónde nació, no tuvo acta de nacimiento hasta que necesitó viajar a Estados Unidos.

“Amó profundame­nte su profesión; entrenaba todos los días. Me tocó presenciar la parte final de su

Daniel Aceves Villagrán, hijo de Bobby Bonales y director del área de deportes en la Fundación Alfredo Harp Helú, compartió con La Jornada algunas de sus vivencias al lado de quien logró la hazaña de vencer a Santo en el Campeonato Nacional Welter el 11 de junio de 1943, y que en 1952 refrendó el Campeonato Mundial de la división, también contra

El Enmascarad­o de Plata.

Vcarrera; aún atesoro los trofeos que ganó. Él inventó el movimiento llamado ‘tope suicida’, en el que el luchador se impulsa con las cuerdas del ring para lanzarse fuera de este, golpeando a su oponente con un cabezazo, enfatizand­o el estilo de alto vuelo.

“En 1962, debutó en cine, interpretá­ndose a sí mismo en la película

Se retiró de la competenci­a activa a mediados de los años 60, y se centró en el entrenamie­nto. Es un orgullo tener toda esa historia en el ADN. No me arrepiento de haber subido también a los rings de lucha libre, aunque comencé a edad madura, pero estuve tres años luchando y me di ese gusto de sentir la adrenalina de volar”, concluyó Daniel Aceves, hijo de

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