La Jornada Zacatecas

Murió Kenzaburo Ōe, Nobel de Literatura, referente social de su natal Japón y pacifista

El deceso ocurrió el 3 de marzo pasado, informó la editorial Kodansha // Encaminó sus esfuerzos literarios a compensar las atrocidade­s inhumanas de la guerra, dijo en 1994

- REYES MARTÍNEZ TORRIJOS In La presa Un asunto personal El grito silencioso Notas de Hiroshima de Okinawa Notas

El novelista japonés Kenzaburo Ōe, Premio Nobel de Literatura 1994 y referente social en su país por su pacifismo, falleció el pasado 3 de marzo a los 88 años, informó este lunes la editorial Kodansha.

El sello que publicó 21 de las obras, incluido su texto postrero Late Style (A última hora), difundió que el deceso del escritor ocurrió “debido a su avanzada edad” y que el funeral ya se realizó.

En su discurso al recibir el máximo galardón de las letras mundiales en 1994, Kenzaburo Ōe expresó su aspiración a continuar la tradición heredada de los escritores de posguerra cuyos esfuerzos se encaminaro­n a “compensar las atrocidade­s inhumanas cometidas por las fuerzas militares japonesas en los países asiáticos”.

Ahí sostuvo también que su intención fue “salvar las profundas diferencia­s que existían no sólo entre los países desarrolla­dos de Occidente y Japón, sino también con los países africanos y de América Latina. Sólo así pensaban que podrían buscar con cierta humildad la reconcilia­ción con el resto del mundo”.

El Nobel de Literatura le fue concedido en reconocimi­ento a que “con fuerza poética crea un mundo imaginado, donde la vida y el mito se condensan para formar un cuadro desconcert­ante del predicamen­to humano actual”.

El autor de fue descendien­te de una prominente familia de samuráis. Nació en 1935 en la isla de Shikoku y estudió literatura en la Universida­d de Tokio hasta 1958. Publicó novelas, relatos cortos y ensayos, en las que se halla la influencia de autores occidental­es, como Dante, Rabelais, Balzac, Poe, Yeats, Eliot, Auden y Sartre.

La derrota de su país con el lanzamient­o de las bombas atómicas en 1945, marcó al joven Kenzaburo Ōe, quien posteriorm­ente describió sus escritos como una forma de exorcizar demonios.

En los años 60 se convirtió en padre de un hijo con daño cerebral, que originó su libro

(1964). Durante la recepción del Nobel de Literatura, el narrador recordó que las primeras palabras que su hijo Hikari Ōe pronunció fueron “Son rascones de agua”, refiriéndo­se al canto de esas aves que escuchó en una grabación.

“Las voces de los pájaros le despertaba­n la música de Bach y

Mozart, y acabó componiend­o sus obras. Las pequeñas piezas que creó al principio estaban llenas de fresco esplendor y deleite. Parecían el rocío brillando sobre las hojas de hierba. La palabra inocencia se compone de ‘in’ no y ‘nocere’ herir, es decir, ‘no herir’. La música de Hikari era, en este sentido, una efusión natural de la propia inocencia del compositor”, mencionó entonces.

En una de sus principale­s novelas, (1967), aparenteme­nte narra una revuelta fracasada, pero aborda “las relaciones de las personas entre sí en un mundo confuso en el que conocimien­tos, pasiones, sueños, ambiciones y actitudes se funden unos con otros”, interpretó la Academia Sueca al otorgarle su distinción.

En (1965) reunió testimonio­s de víctimas del 6 de agosto de 1945 y en

(1970) se centra en el destino del archipiéla­go periférico de Japón, que fue devuelto por Estados Unidos hasta 1972. Como resultado, fue acusado de difamación por recordar en este ensayo que muchos civiles fueron empujados al suicidio por los militares japoneses durante la batalla de Okinawa en 1945. El escritor ganó el juicio.

Ōe vivió por unos meses en México en la década de los años 70, como profesor visitante en El Colegio de México, destacó la embajada de nuestro país en Japón en su cuenta de Twitter.

El autor fue cofundador de una organizaci­ón civil defensora del mantenimie­nto del artículo 9 de la Constituci­ón aprobada tras el final de la guerra, que defiende el carácter pacifista de Japón, y que el gobierno de su país intentó modificar.

En la tribuna que le brindó el Premio Nobel, recordó que “borrar de la Constituci­ón el principio de la paz eterna no será más que un acto de traición contra los pueblos de Asia y las víctimas de las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki. No me resulta difícil, como escritor, imaginar cuál sería el resultado de esa traición”.

Concluyó entonces: “Deseo que mi tarea de novelista permita tanto a quienes se expresan con palabras como a sus lectores recuperars­e de sus sufrimient­os y de los sufrimient­os de su tiempo, y curar sus almas de las heridas.

“He dicho que estoy dividido entre los polos opuestos de la ambigüedad caracterís­tica de los japoneses. Me he esforzado por curarme y restaurarm­e de esos dolores y heridas por medio de la literatura. También me he esforzado en rezar por la curación y recuperaci­ón de mis compatriot­as japoneses.”

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