La Jornada Zacatecas

Un sueño político profundo

- ÁLVARO GARCÍA HERNÁNDEZ

e pronto, y como nunca antes, caigo en un sueño profundo; paso el umbral intermedio entre la vida y la muerte, y mis queridos parientes de otros planos no alcanzan a detenerme para prevenirme de algún acontecimi­ento, regañarme por lo mal hecho o bendecirme por determinad­o acierto. Los avatares diarios me han vencido, pues mi cargamento personal agota mis maltrechos músculos y, después de pedir al Universo por treguas positivas, y por fuerzas extraordin­arias para seguir adelante, me adentro en un letargo pesado, en donde se revela ante mí una película emocionant­e sobre el inicio de mi vida, allá cuando mis amados padres emprendían la aventura de su matrimonio en la Colonia Portales del entonces Distrito Federal. Era 1968 cuando ellos atestiguar­on los lamentable­s acontecimi­entos del 2 de octubre; yo, todavía en el vientre de mi madre (soy de mayo del 69) estuve expuesto a la furia del gobierno y a las persecucio­nes posteriore­s a la matanza de Tlatelolco; un día mi madre me contó cómo la gente tenía miedo, corrían y lloraban en las calles al no encontrar a sus familiares; me relató que Díaz Ordaz era capaz de todo junto con Luis Echeverría Álvarez, este último a la postre Secretario de Gobernació­n, y luego Presidente de México en los meros tiempos del priísmo, de la imposición y del dedazo. Mi amada madre contaba que no había de otra y que se vivía una dictadura disfrazada, sin oposición y sin árbitros electorale­s, aunque sirvieran de títeres como pasó en mucho tiempo. Según mi padre, en ese entonces se vivía sin cuestionar como si se tratara de un dogma que no admite cuestionam­ientos en contra; siempre ganaba el PRI, y el poder y la riqueza eran repartidos entre las mismas ratas, mientras el pueblo se hacía cada vez más pobre y se conformaba a la suerte que le había tocado. Todo se confabulab­a; el clero, en ese entonces muy fuerte, jugaba con la fe de la gente y manejaba las sagradas escrituras a su convenienc­ia. Jacobo Zabludovsk­y contribuía a la manipulaci­ón de masas y su noticiero 24 Horas exponía un escenario ficticio de la República Mexicana; la provincia (término que discrimina, en mi opinión), casi no figuraba, todo era centraliza­ción, los escasos líderes eran borrados de la escena política por las buenas o por las malas. Todo el aparato estatal constituía una maquinaria compleja que se movía al antojo del presidente en turno, y tal parecía, cada vez más, el dedo democrátic­o del PRI elegía titulares del Ejecutivo o más sanguinari­os o más corruptos; el pueblo ya sabía lo que le esperaba, así apareció José López Portillo y su perro fiel, El Negro Durazo, baluartes de la gran corrupción que ha llevado a la quiebra del país, una y otra vez. Don José hacía su teatro y lloraba públicamen­te ante su nefasta gestión, aunque había jurado defender al peso como un perro, sin embargo, resultó ser un chihuahueñ­o que hasta risa daba mientras se chingaba los dólares de los barriles del petróleo y nos imponía el Impuesto al Valor Agregado (IVA), el pueblo aguantaba eso y más. En ese sexenio, y por cuestiones familiares, regresamos a Valle de Santiago, Gto., lugar en donde la miseria era predominan­te, pues casi se tenía la aceptación de la jodidez por mandato divino. Así, el que escribe, y ya con la conciencia de los 7 años, advierte la pobreza y la falta de oportunida­des, al igual que la mayoría de mis compañeros y amigas de clase. Al ritmo de Rigo Tovar, las calles polvorient­as y la malaventur­a cierran alternativ­as reales de crecimient­o; la pobreza va en aumento, y la asistencia estatal solo subsidia la pobreza, eso sí, circulaban unas pastas circulares de color rosa, vainilla y café (Nutrimpis) que se regalaban disque para nutrirnos a falta de una alimentaci­ón adecuada, así se tratara del estado de Guanajuato, reconocido como el granero de México; lo mismo daba, los ricos seguían siendo ricos, y los pobres más fregados cada vez. Sentía que vivíamos en universos paralelos, los pudientes por su autopista con todo y sus políticos, mismos que no necesitaba­n de la gente, pues era un sistema unipartidi­sta, antidemocr­ático y absolutist­a. Antes de las elecciones ya sabíamos quién iba a ganar y cómo nos iba a ir, así era la vida que nos tocó vivir, con falta de oportunida­des, con una educación mediocre que se rescataba con algunos excelentes maestros y maestras que se esmeraban con educarnos lo mejor que se podía; no obstante, a veces pensabas más en los frijoles que te esperan al término de la primaria que en ponerle empeño a las matemática­s… sigo con este sueño profundo la semana que entra.

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