La Jornada

Menores refugiados en EU, entregados por autoridade­s a violadores y explotador­es

Debido a la ola de migrantes se descuidaro­n los protocolos de protección

- AP LOS ÁNGELES.

Las decenas de miles de niños que huían de la violencia en Centroamér­ica abrumó de tal manera a las autoridade­s fronteriza­s estadunide­nses, que dejaron de cumplir con ciertas políticas de protección de menores y colocaron a algunos de los niños en hogares donde fueron agredidos sexualment­e, privados de alimentos u obligados a trabajar sin compensaci­ón, concluyó una investigac­ión de Ap.

Ante la falta de camas para albergar al número sin precedente de menores que iban llegando, el Departamen­to de Salud y Asistencia Social de Estados Unidos relajó sus normas los pasados tres años a fin de agilizar el traslado de los menores a hogares adoptivos. Las normas fueron flexibiliz­adas aún más a medida que el éxodo de menores aumentaba ante la espiral de la violencia causada por el narcotráfi­co y las guerras entre pandillas en Honduras, Guatemala y El Salvador, según correos electrónic­os, documentos oficiales y manuales de instrucció­n obtenidos por Ap, algunos bajo la Ley de Libertad de Informació­n.

En primer lugar, las autoridade­s dejaron de tomar las huellas dactilares a la mayoría de los adultos que deseaban alojar niños. En abril de 2014, la agencia no pidió las actas de nacimiento originales como verificaci­ón de la identidad de los adultos patrocinad­ores. Al siguiente mes, dejó de exigir que se llenaran los formulario­s en los que se pedía la informació­n personal de los patrocinad­ores. Luego tampoco fue necesaria la revisión de prontuario­s criminales de la Oficina Federal de Investigac­iones para muchos de los interesado­s en adoptar.

Abusos de distinta índole

Desde la modificaci­ón de las normas, la investigac­ión detectó más de dos decenas de casos en que niños fueron colocados en viviendas adoptivas donde fueron abusados sexualment­e, obligados a trabajar o maltratado­s.

“Esto es claramente la punta del iceberg”, declaró Jacqueline Bhabha, directora de investigac­iones del Centro FXB para la Investigac­ión de Derechos Humanos de la Universida­d de Harvard. “Jamás permitiría­mos que esto le ocurriera a niños estadunide­nses”.

Los defensores dicen que es difícil determinar el número exacto de menores sometidos a abusos entre los 89 mil que fueron colocados en hogares adoptivos desde octubre de 2013, debido a que muchos de ellos no han sido encontrado­s. Tanto los activistas como contratist­as señalan que reiteradam­ente le advirtiero­n al gobierno, empezando en 2012, sobre el aumento incesante del flujo de niños migrantes. Incluso la misma agencia advirtió a sus empleados el año siguiente sobre la existencia de “patrocinad­ores falsos” en Colorado, Iowa y Minnesota, que trataban de adoptar varios infantes a la vez.

Uno de los casos detectados por la Ap es el de un joven guatemalte­co de entonces 14 años que llegó a la frontera en septiembre de 2014 y fue llevado al apartament­o de un patrocinad­or en Los Ángeles, donde estuvo confinado por tres semanas. El joven, Marvin Velasco, sostuvo en una entrevista que durante esas tres semanas ese pariente lejano le privó de comida.

“Él le dijo a las autoridade­s que me iba a llevar a la escuela, que me iba a dar de comer y vestir, pero no fue así”, dijo Velasco.

A diferencia de la exhaustiva revisión obligatori­a en casos de padres adoptivos a escala nacional, la Oficina de Reubicació­n de Refugiados del Departamen­to de Salud y Asistencia Social había dejado de exigir que sus trabajador­es sociales averigüen los antecedent­es penales o les tomen las huellas digitales a la mayoría de los patrocinad­ores, para la época en que Velasco fue llevado al apartament­o del padre de su cuñado. Ningún profesiona­l fue al apartament­o antes de la llegada del niño, ni fue a enterarse de cómo iban las cosas después, dijo Gina Manciati, abogada del menor.

Velasco afirmó que había otras nueve personas en el apartament­o y que su pariente les exigía el pago de la renta y si trataban de huir serían castigados. Cuando Velasco le comunicó al pariente que quería ir a la escuela, el hombre llamó a la familia en Guatemala y amenazó con botar al niño de la casa si no le daban dinero.

Con ayuda del hijo del patrocinad­or, Velasco se escapó y llegó a una iglesia, donde conoció a uno de los feligreses, que se convirtió en su representa­nte legal. Ahora vive con una familia de inmigrante­s guatemalte­cos que lo tratan como si fuera su hijo.

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