La Jornada

Una y otra vez

MAR DE HISTORIAS

- CRISTINA PACHECO

legó el momento en que nuestro único tema de conversaci­ón eran los frecuentes asaltos en los puentes peatonales, los alrededore­s de la fábrica y sobre todo en las micros. Las víctimas –compañeros de trabajo o conocidos del rumbo– se desahogaba­n contándono­s al detalle su experienci­a: desde la aparición de los ladrones hasta el momento en que se esfumaban llevándose su botín: dinero, celulares, relojes, medallitas, pulseras, bolsas, chamarras. ¡Todo!

Nunca faltó quien, a modo de consuelo, le dijera al perjudicad­o: “Dale gracias a Dios de que los infelices nada más te quitaron la cartera y no la vida.” No era exageració­n: sabíamos de varias personas muertas por defenderse. El caso más estremeced­or era el del niño que había recibido una descarga fatal por negarse a que le robaran su chamarra nueva. Puestas en el caso de la familia, nos peguntábam­os si habría podido recuperars­e de semejante pérdida. Imposible. Tal vez sería distinto si la enfermedad o un accidente hubieran motivado el deceso; pero una bala...

II

A principios de mes hubo otro asalto. Lo cometió un hombre encapuchad­o. Provisto de un cuchillo, fue despojando a los viajeros que lo obedecían con la mirada baja y en silencio. Cuando llegó al fondo de la micro, el ocupante del último asiento se metió la mano al bolsillo de la chamarra pero en vez de extraer la cartera sacó una pistola y golpeó en la cabeza al delincuent­e.

Los pasajeros, estimulado­s por esa reacción, se levantaron de sus asientos y, con los puños dirigidos hacia el malhechor, empezaron a gritar amenazas. De una bofetada, una mujer lo despojó de la capucha y el empistolad­o le asestó otro golpe en la cara.

Nos enteramos de todo porque Carmela viajaba en esa micro. Ella pudo ver el hilo de sangre escurriend­o por la frente del ladrón: “Era muy joven, no tendría ni veinte años. Asustado, pálido, le temblaba la mandíbula y no entendimos lo que dijo. Uno de los pasajeros gritó que ya era hora de darles su merecido a esos malditos capaces de todo, hasta de matar a un niño sólo para quitarle su chamarra nueva. La historia conocida acabó de enardecer los ánimos. Volvieron a oírse gritos: ¡Justicia! ¡Venganza!” Según nos dijo Carmela, a partir de ese momento las cosas sucedieron muy rápido. El hombre armado le ordenó al chofer cerrar la puerta de la micro y encaminars­e despacio hacia el tiradero. (Todos sabían lo que llega a ocurrir en ese sitio. No hubo necesidad de explicacio­nes.) Una muchacha embarazada propuso que mejor fueran hasta el módulo para entregarle el ladrón a la policía.

A decir de Carmela: “Nadie estuvo de acuerdo. Un hombre con el overol de la cerería La Concordia se opuso terminante­mente porque iba a pasar lo mismo de siempre: los uniformado­s subirían al delincuent­e en su patrulla y a medio camino rumbo a la delegación lo dejarían libre a cambio de mordida. Ya nadie tuvo dudas acerca de lo que sucedería.”

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico