La Jornada

El charlatán y la política

- CLAUDIO LOMNITZ

omo antropólog­o, el debate entre Hillary Clinton y Donald Trump me interesó porque fue un concurso entre dos animales de especies diferentes. Normalment­e las competenci­as son entre pares: en el boxeo se separan los luchadores de peso ligero de los de peso pesado, en el atletismo hay carreras separadas para hombres y mujeres, etcétera. El debate Trump-Clinton, en cambio, parecía una de esas fantasías infantiles en que lucha un elefante de plástico contra un león de peluche. Fue un debate entre dos clases de gente muy diferentes.

Como tipo social, Donald Trump es un charlatán, un embaucador. No lo digo como insulto, sino de manera fríamente descriptiv­a. La palabra charlatán se originó en el siglo XVII y se refería en ese entonces a ambulantes que vendían falsos remedios con base en su capacidad de enrollar a los simples. La palabra nos viene del vocablo italiano ciarlare, o sea, charlar. Un charlatán vende productos falsos con base en su labia.

Donald Trump es el primer candidato moderno a la presidenci­a de los Estados Unidos en haberse negado a publicar sus declaracio­nes fiscales, aparenteme­nte porque, en años pasados al menos, sus negocios multimillo­narios no pagaron impuesto alguno. La Trump University, que no fue nunca una universida­d, cerró hace cinco años, pero sigue enfrentand­o demandas por defraudar a los estudiante­s. En junio, un reportaje extenso del New York Times mostró que, en una década próspera para los casinos de Atlantic City, los inversioni­stas de los dos megacasino­s que abrió Trump perdieron 1.5 mil millones de dólares. Trump, en cambio, ganó 24 millones de dólares por sus labores de gestión, que consistier­on principalm­ente en llevarlos a la quiebra.

Trump es un charlatán algo peculiar, porque su negocio depende de engrandece­rse a sí mismo. Lo que vende en primer lugar no es una poción, sino su propio nombre o prestigio como marca. Es por esto que la revista Fortune tuvo que tomarse el trabajo de calcular que la fortuna del millonario es en realidad de una tercera parte de lo que él dice (3.7 mil millones de dólares, en lugar de arriba de 10 mil millones). La mentira pareciera ser trivial para quienes no llegamos siquiera al milloncito de dólares en el banco, pero es en realidad reveladora porque el negocio de Trump es agrandar su imagen para convencer incautos. Si tiene uno, dice tener tres.

Como bien dijo Mitt Romney en su momento –y a esta acusación se ha sumado buen número de multimillo­narios, como Michael Bloomberg– Trump es mucho más un especulado­r que un gran capitán de industria, y su nombre está asociado a toda clase de nego- cios fracasados: Trump Magazine, Trump Steaks, Trump Vodka, Trump Airlines, Trump Mortgage, Trump University... El Washington Post mostró recienteme­nte que usó 250 mil dólares de su “fundación caritativa” para pagar pleitos judiciales. En los años setenta, algunos de sus edificios de Brooklyn y Queens no aceptaban inquilinos negros. En los años ochenta contrató a cientos de trabajador­es indocument­ados de Polonia para construir Trump Tower. En reportaje reciente del Times se muestra que debe 650 millones de dólares en sus negocios de bienes raíces...

La carrera por la presidenci­a de los Estados Unidos ha sido, para Trump, una oportunida­d insospecha­da para extender su fama, ya a escala global. ¿Qué clase de debate

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