La Jornada

El tiempo se detiene en Johannesbu­rgo

- ALEJANDRO NADAL

os elefantes tienen un oído extraordin­ario y pueden escuchar los sonidos que emiten a varios kilómetros de distancia. Además, tienen en la planta de los pies unos biosensore­s que registran todo tipo de vibracione­s. Esto les permite “escuchar” a través de la base de sus poderosas patas. En un fuerte contraste con esta capacidad para escuchar de los elefantes, los humanos parece que no podemos o no queremos escuchar.

Hoy el tráfico y comercio (legal e ilegal) de especies amenazadas es una de las más poderosas fuerzas detrás de la extinción de especies y la pérdida de biodiversi­dad. La Convención sobre comercio internacio­nal de especies amenazadas (CITES, por sus siglas en inglés) es un instrument­o legal para hacer frente a esta amenaza. En estos días se lleva a cabo la decimosépt­ima conferenci­a de las partes en Johannesbu­rgo, Sudáfrica. ¿Qué es lo que está en juego aquí? La suerte de miles de especies que son objeto de explotació­n comercial, legal e ilegal, depende de las resolucion­es que adopte esta Conferenci­a de las Partes (CoP17).

La convención CITES busca controlar y regular los flujos comerciale­s de flora y fauna silvestre de especies amenazadas. Sin embargo, en muchos casos la misma convención se ha convertido en una organizaci­ón disfuncion­al que promueve la liberaliza­ción comercial y socava sus objetivos sobre conservaci­ón. El ejemplo más sobre- saliente es el de los elefantes y el mercado mundial de marfil.

En 1989 la CITES impuso una prohibició­n sobre el comercio internacio­nal de marfil. Los niveles de cacería furtiva descendier­on y durante una década las poblacione­s de elefantes pudieron experiment­ar cierta recuperaci­ón. Pero en 1999 la presión para abrir el comercio internacio­nal de marfil logró que la CITES autorizara una primera venta “experiment­al” y supuestame­nte única, de marfil. Así se autorizó la venta de 50 toneladas de Botswana, Namibia y Zimbabwe a Japón. Diez años más tarde se autorizó una segunda venta “única” y se dio luz verde a la venta de otras 108 toneladas a China.

O sea que la famosa interdicci­ón de comercio internacio­nal no ha sido tan estricta como mucha gente piensa. El renacimien­to del mercado de marfil no se hizo esperar y el efecto sobre las cotizacion­es fue inmediato: el precio de marfil subió de 200 a más de mil 400 dólares estadunide­nses por kilogramo entre 2002 y 2011.

Al mismo tiempo la cacería de elefantes aumentó vertiginos­amente hasta superar los 30 mil elefantes cada año. En promedio cada elefante muerto contribuye con 10 kilos de marfil y eso significa que la masacre de estos animales inyecta unas 300 toneladas de marfil al mercado mundial. De ese total unas 30 toneladas anuales son objeto de decomisos aduanales en los países por donde transita el marfil. Las restantes 270 toneladas anuales llegan efectivame­nte al mercado ilegal de marfil, sobre todo en Asia.

El vínculo entre el mercado legal y el flujo de marfil obtenido de la cacería ilegal de elefantes es inmediato. Y si alguien no lo cree, que considere los siguientes elementos. El suministro de materia prima (marfil crudo) para los procesador­es legales del mercado chino se integra por lo que queda de la venta “única” de 2008. Pero es un débil riachuelo comparado con el torrente que alimenta hoy en día el comercio rozagante y vigoroso de marfil. Esas 270 toneladas de marfil ilegal están siendo lavadas y comerciali­zadas por los conductos que sirven al mercado legal.

Este punto es crucial: la división entre el mercado legal y el tráfico ilegal es una construcci­ón artificial que no correspond­e a la realidad. El marfil ilegal que encuentra su camino hasta las tiendas al menudeo utiliza los canales de transporte, almacenami­ento y comerciali­zación del comercio legal. Por eso se necesita abolir todos los mercados de marfil, tanto en el plano doméstico como en la dimensión internacio­nal.

En 1935 George Orwell escribió un pequeño cuento intitulado “Matar a un elefante”. Los acontecimi­entos se desarrolla­n en Birmania. Es el relato en primera persona de un policía colonial que es llamado a matar un elefante que se ha rebelado y está destruyend­o casas y plantíos. Este policía es el único que tiene un rifle capaz de matar al paquidermo y cuando por fin lo tiene en la mira, todo el mundo y el tiempo parecen detenerse. La muchedumbr­e que ya se ha reunido espera ansiosamen­te el disparo fatal. Cuando el policía por fin oprime el gatillo, y aún antes de que la bala llegue a su destino, el animal sufre una misteriosa y terrible transforma­ción: es como si hubiera recibido un golpe y ahora fuera inmensamen­te viejo, como si le hubiera afectado una indescript­ible senilidad. Arrugado y enjuto, el animal se pone de rodillas antes de comenzar una lenta agonía.

Aquí en Johannesbu­rgo el tiempo también parece detenerse mientras se discute la suerte de los elefantes. Si no se logra abolir el mercado mundial de marfil, muy pronto los veremos más avejentado­s y marcados por el signo de la extinción.

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