La Jornada

El tiempo, el verdadero gran elector de los mejores filmes

■ La clave para la aceptación o rechazo no está en las películas, sino en la forma en que el público responde a ellas ■ Cintas muy laureadas hoy permanecen en el olvido total, mientras que otras produccion­es que fueron atacadas son considerad­as de arte, c

- GEOFFREY MACNAB

¿Han visto La buena tierra? ¿No? Tampoco yo. Cuando se estrenó, en 1937, esta adaptación de la novela de Pearl S. Buck acerca de campesinos chinos que luchan contra la sequía y el hambre fue considerad­a una de las mejores películas jamás producidas por Hollywood, “una cinta exaltada, hermosa y sobriament­e dramática”, en palabras del New York Times. Su estrella, Luise Rainer, ganó el segundo de sus dos Óscares consecutiv­os a mejor actriz por su representa­ción de “la patética joven esclava... modesta y sin embargo indomable”.

Ochenta años después, rara vez se exhibe esa cinta, si acaso. La admiración de los críticos y de los votantes de la Academia no logró garantizar su longevidad; es una película olvidada. La propia Rainer había desapareci­do de la conciencia pública desde mucho antes de su muerte, ocurrida en Londres en 2014, a los 104 años de edad.

Hay muchos otros filmes como La buena tierra, que parecían importante­s y señeros en su presentaci­ón, pero que rara vez han vuelto a exhibirse después: pronto quedaron fechados y la popularida­d de sus estrellas se desvaneció.

Saturación

También ocurre lo contrario. Hoy las películas se juzgan más que nunca con exabruptos. Una cinta cuya producción tal vez se llevó años recibe un fin de semana de prueba. Si las reseñas son tibias y la taquilla decepciona, no logrará sostenerse en pantalla. El año pasado hubo 853 estrenos tan sólo en Gran Bretaña. Con tal saturación, no hay tiempo de promover un título y dar oportunida­d a que el público lo descubra. O es amor a primera vista, o la relación termina para siempre. La ironía es que muchas cintas ahora considerad­as obras maestras (e incluidas en la lista de “los mejores filmes de todos los tiempos” de la prestigiad­a revista Sight & Sound tuvieron estrenos poco auspicioso­s y sólo muy despacio se abrieron paso hacia el canon.

El drama de casa de campo La Regle Du Jeu ( Las reglas del juego), de Jean Renoir, estrenado en el verano de 1939, en vísperas de la Segunda Guerra Mundial, recibió reseñas asombrosam­ente duras, fue atacado por asistentes por ser “antipatrió­tico” y con el tiempo se prohibió su exhibición por ser “negativo” y “depresivo”.

La historia de cómo el magnate periodísti­co William Randolph Hearst la emprendió contra El ciudadano Kane, de Orson Welles ( 1941), se ha contado muchas veces. Al final la cinta fue exhibida en su forma original y no sufrió la indignidad de su sucesora, The Magnificen­t Ambersons ( 1942), que fue presentada antes del estreno a un ruidoso compuesto por jóvenes fanfarrone­s y sus novias en Pomona, Los Ángeles, la noche de un sábado de 1942. Esperaban ver un musical; el relato de Welles de cómo George Amberson Minafer recibió su merecido les causó confusión y aburrimien­to. El estudio reaccionó cortando 50 minutos de la película y mutilándol­a en el proceso. ( Es un triste ejemplo de un filme que nunca tuvo oportunida­d de “mejorar” con la edad.) Vértigo, de Alfred Hitchcock (1958), que desplazó a El ciudadano Kane de la cima de la encuesta más reciente de Sight & Sound, tuvo una recepción sorprenden­temente apagada. Considerad­a hoy por gran cantidad de críticos y cineastas la mejor película de todos los tiempos, obtuvo ingresos modestos en taquilla en comparació­n con otras cintas de Hitchcock de esa era. Cinéfilos y reseñistas parecieron preferir con mucho a su sucesora, North By Northwest (1959).

HAY POCO TIEMPO PARA SOSTENER UNA CINTA; EL AÑO PASADO HUBO 853 ESTRENOS TAN SÓLO EN GRAN BRETAÑA

En la Rusia soviética, la poética obra maestra de Andrei Tarkovsky, Espejo (1975), otro filme situado muy arriba en la encuesta de Sight & Sound, fue descartado por “incomprens­ible” por las autoridade­s y apenas si se exhibió en alguna parte. Mientras los cineastas de Occidente luchaban con los censores y con los pagadores de Hollywood, los del bloque oriental tenían que lidiar con la doctrina del realismo socialista durante el periodo de Stalin. Fue inevitable que un director tan experiment­al y lírico como Tarkovsky batallara para hacer y exhibir su trabajo.

Por supuesto, los filmes no han cambiado. En cierto modo es absurdo sugerir que han “mejorado” con la edad. Aunque hayan sido remasteriz­ados digitalmen­te, los cortes están en los mismos lugares y el diálogo y actuacione­s son los de siempre. La diferencia clave no está en las cintas, sino en la forma en que el público responde a ellas. El productor Jeremy Thomas relató hace poco haber asistido a una exhibición de Bad Timing, de Nic Roeg (1980), en un cine de Londres. En su estreno, la cinta fue atacada por sus propios distribuid­ores, Rank, que la llamaron un filme “enfermo”, hecho por gente enferma para pú- blicos enfermos. Al narrar un turbulento romance entre un siquiatra (Art Garfunkel) y una mujer mucho más joven (Theresa Russell), aborda el amor obsesivo e incluso la necrofilia. Lo que en 1980 parecía una escandalos­a película de explotació­n, hoy es recibido como un ejemplo de cine de arte de consumada factura y gran riqueza temática.

El mismo nivel de admiración se concede a Don’t Look Now, también de Roeg (1973), y a The Wicked Man, de Robin Hardy (1973), con la que fue presentada en doble cartelera. El distribuid­or las trató como si fueran cintas de terror de baja categoría, pero hoy se les considera entre los mejores filmes británicos de su tiempo.

Existen momentos emotivos y en ocasiones cómicos en el nuevo documental De Palma, dirigido por Noah Baumbach y Jake Paltrow. En el filme, Brian de Palma, ahora de setenta y tantos pero tan beligerant­e como siempre, se refiere a los altibajos de su carrera de director. Se considera el verdadero heredero de Hitchcock. Algunas de sus cintas han tenido una clamorosa recepción y enormes ganancias en taquilla (notablemen­te Los Intocables y Misión imposible). Otras han sido desastres, pero él no cree que debieron serlo. Se puede culpar a la estrategia de mercadeo y distribuci­ón, pero el arrecife contra el que se han estrellado siempre ha sido lo que él llama “la moda del momento”. Su thriller Blow Out (1981), estelariza­do por John Travolta, fue saludado con críticas entusiasta­s en extremo, pero el problema fue que mató a la dama principal (Nancy Allen) en el rollo final, con lo que negó a los espectador­es el final romántico que anhelaban. Habían ido a ver la cinta por John Travolta, no porque De Palma lo dirigiera.

Fiasco inesperado

El resultado fue un fiasco inesperado en taquilla. Entonces, más que mejorar con la edad, lo que ocurre es que las películas afortunada­s se ven en un contexto nuevo y más justo. Las exageracio­nes y prejuicios que rodearon a cintas como Heaven’s Gate en su estreno se apagan, y se les presta una atención más cuidadosa.

Al mismo tiempo, ciertas películas de éxito comienzan a parecer mucho peores al paso incluso de pocos años. Christophe­r Nolan ha comentado lo fechados y risibles que aparecen los efectos visuales de la década de 1990 al público actual.

Directores como De Palma pueden consolarse con el hecho de que sus películas son redescubie­rtas y revaluadas. Lo que no pueden rehacer es el daño causado en taquilla. Tal vez mejore la fama de un filme, pero hay muy pocas probabilid­ades de que eso lo convierta en un éxito si fue declarado muerto en su primera ronda.

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Orson Welles dirige una escena de su famosa película El ciudadano Kane, en julio de 1940 ■ Foto Ap

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