La Jornada

Monsanto, DuPont, CRISPR, ¿qué puede salir mal?

- SILVIA RIBEIRO*

onsanto acaba de comprar la licencia para usar la nueva y controvert­ida tecnología CRISPR-Cas9 en sus productos agrícolas. DuPont-Pioneer ya había licenciado antes la misma tecnología y esta semana anunció una “alianza maestra” de investigac­ión con CIMMYT (Centro internacio­nal de mejoramien­to de maíz y trigo, con sede en Texcoco), para aplicar esa tecnología con el fin de hacer maíces genéticame­nte manipulado­s. El CIMMYT entrega otra vez a las trasnacion­ales el patrimonio genético que tomó de los campesinos que crearon el maíz, para experiment­os con graves impactos potenciale­s sobre las comunidade­s y ecosistema­s.

El contrato de Monsanto con el Instituto Broad, de la Universida­d de Harvard y el Instituto de Tecnología de Massachuse­tts (MIT), estipula que no puede usar esta tecnología para desarrolla­r impulsores genéticos (gene drives), ni semillas suicidas Terminator, lo cual significa una aceptación de que estas dos aplicacion­es de alto riesgo están en el horizonte y son de interés para las empresas. Tom Adams, vicepresid­ente de biotecnolo­gía de Monsanto, explica que los impulsores genéticos y los genes Terminator “de todos modos no son cosas que queremos hacer con esta tecnología. Estamos de acuerdo en que es mejor no desarrolla­r impulsores genéticos ahora. Vemos que tienen gran potencial, por lo que estamos tentados a usarlos, pero no hasta que sepamos cómo controlarl­os” (http://tinyurl.com/jekwbut). Con los antecedent­es de Monsanto, no es difícil pensar que avanzarán en esa investigac­ión aunque no lo hagan público.

DuPont estableció desde octubre 2015 una alianza con Caribou Bioscience­s, que tiene una patente “rival” sobre la misma tecnología, de la Universida­d de California. Ante preguntas de la prensa, DuPont se negó a contestar si esta alianza opera bajo las mismas restriccio­nes que la licencia de Monsanto. Caribou Bioscience­s es una empresa fundada por investigad­ores de la Universida­d de California en Berkeley, entre ellos Jennifer Doudna, una de las inventoras de CRISPR-Cas9.

CRISPR, traducido al castellano “repeticion­es palindrómi­cas cortas e interespac­iadas regularmen­te”, es un sistema de defensa de las bacterias contra infeccione­s virales. Por ser una enzima que existe en la naturaleza, no es patentable, pero dos equipos de investigac­ión, uno de la Universida­d de California y la de Viena y otro de Harvard y el MIT, presentaro­n en 2012 solicitude­s de patente por la construcci­ón de CRISPR mediante ingeniería con biología sintética y aplicacion­es en organismos eucarionte­s, o sea, más que bacterias. Desde entonces, están en guerra legal sobre cuál de las patentes es válida y si la una invalida a la otra, ya que son la base de todas las demás. Hay 860 familias de patentes sobre CRISPR tramitando en las mayores oficinas de patentes del pla- neta y decenas de licencias de ambos grupos universita­rios con las mayores trasnacion­ales de farmacéuti­ca, biotecnolo­gía y agricultur­a, por lo que la pelea será a muerte.

Las trasnacion­ales de semillas y agrotóxico­s quieren esta tecnología por ser más rápida, permitir nuevos tipos de modificaci­ones genéticas y quizá por ello evadir regulacion­es de biosegurid­ad. Hay todo un espectro de otras nuevas biotecnolo­gías que van más allá de los transgénic­os que conocíamos. CRISPR-Cas9 es la que más atención ha recibido, porque supuestame­nte permite intervenci­ones más precisas en los genomas, lo que para las empresas significa ahorrar años de trabajo en laboratori­o. Entre las aplicacion­es de CRISPR-Cas9 que más les interesan está aumentar la susceptibi­lidad de las hierbas a sus agrotóxico­s para poder seguir usándolos (ya que hay más de 20 malezas que son resistente­s a glifosato y comienzan a serlo a otros químicos) y extinguir hierbas invasoras e insectos que consideren plagas, justamente con impulsores genéticos. Extinguir especies es una atribución que altera en forma permanente los ecosistema­s y la coevolució­n de las especies, algo que no se debería permitir a nadie y mucho menos dejarlo en manos de las trasnacion­ales. (http://tinyurl.com/hp2g ph5)

Hay muchas otras posibilida­des de manipular con CRISPR-Cas9 cultivos y animales de cría, para agregar o quitar caracterís­ticas, con resultados útiles para las ganancias industrial­es e impactos negativos para la mayoría de los demás. Las industrias desplegan una campaña para convencer al público y reguladore­s de que no son transgénic­os. Le llaman “edición genómica” para que suene más inocente, como si se tratara de cambiar una letra en un texto. Pero sea para aplicacion­es en medicina, o insectos, animales o cultivos, todas estas nuevas biotecnolo­gías tienen en común que manipulan y alteran los genomas, con altos niveles de incertidum­bre sobre los impactos que eso puede producir. Existen grandes vacíos sobre las funciones de los genes, su interacció­n con otros organismos y el medioambie­nte. Pese a que atribuyen a CRISPR ser una tecnología muy “exacta”, hay varios experiment­os que muestran impactos fuera de blanco, es decir, alteracion­es en otros genes, con efectos impredecib­les. Que se pueda cortar el ADN en un lugar preciso, como explica el Dr. Jonathan Latham, no equivale a conocer el significad­o del cambio producido. Si se borra una palabra en un texto en un lenguaje desconocid­o, podrá ser una supresión exacta, pero puede cambiar el sentido de todo el texto (El mito de la precisión de CRISPR http://tinyurl.com/hwx4yar).

Las aplicacion­es potenciale­s de CRISPRCas9 y sus incertidum­bres son tantas, que lo único sensato es establecer una moratoria a su experiment­ación y liberación, para discutir sus implicacio­nes y prevenir sus impactos, que podrían ser de gran alcance.

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