La Jornada

Pedro Sánchez intenta atajar la crisis del PSOE en España

- ARMANDO G. TEJEDA Correspons­al MADRID.

El secretario general del Partido Socialista Obrero Español ( PSOE), Pedro Sánchez, intentó atajar la crisis que vive su formación con una comparecen­cia pública, sin preguntas, en la que lanzó dos mensajes: forzar a que el Comité Federal del partido decida la estrategia a futuro y, en el caso de que finalmente se acuerde facilitar la formación de un gobierno del derechista Mariano Rajoy, entonces presentar su renuncia al cargo.

Desde que estalló la crisis del PSOE y se iniciaron los enfrentami­entos y las peticiones de dimisión, Sánchez no había comparecid­o ante los medios. Había guardado silencio atrinchera­do en la sede de su partido con sus principale­s colaborado­res y se negaba a asumir que la dimisión en bloque de la mayoría de la Comisión Ejecutiva Federal –la dirección del partido–, le obligaba a abandonar sus responsabi­lidades, según rezan los estatutos del organismo.

Finalmente convocó a los medios, a los que leyó una de- claración en la que insistió en que su estrategia sigue firme: convocar para mañana al Comité Federal – especie de parlamento interno– y que ahí se decida la celebració­n de un congreso extraordin­ario en el que la militancia determine si el PSOE se tiene que abstener para facilitar el gobierno del derechista Partido Popular ( PP) o, por el contrario, debe inten- tar formar un gobierno alternativ­o y “transversa­l”.

Esta es la principal cuestión que divide a la dirección del PSOE; unos son partidario­s de que se facilite la formación de un gobierno ante el escaso margen de maniobra que tiene el partido con sólo 185 diputados, mientras que su principal rival y fuerza más votada en los comicios, el PP, tiene 137. l partido Rusia Unida (RU) obtuvo –en las recientes elecciones parlamenta­rias– la mayoría calificada de dos tercios de los votos, pero habida cuenta de que las otras tres organizaci­ones políticas que tienen derecho a formar bancada no son sino una suerte de comparsas para crear el espejismo de oposición, puede afirmarse que el oficialism­o logró el carro completo: los 450 escaños de la Duma. Los seguidores del presidente Vladimir Putin consiguier­on 54.2 por ciento de los votos depositado­s. Y para enmendar que la escasa participac­ión real restaría brillo a la gran victoria, en las dos últimas horas antes del cierre de las casillas apareciero­n infinidad de circunscri­pciones, lejos de Moscú y bajo control de los caciques locales, con idéntica afluencia, 62.2 por ciento, debido según los matemático­s que estudiaron el extraño fenómeno a que se utilizó el mismo programa de computació­n para elevar la cifra de asistencia hasta 47.8 por ciento. Fragmentad­os por el protagonis­mo de sus líderes, incapaces de crear una sola y amplia coalición, los adversario­s del Kremlin no lograron ni un solo escaño, mientras RU –al contar con 43 diputados más que el mínimo requerido– puede aprobar cualquier proyecto de ley y, lo más importante, las enmiendas a la Constituci­ón que le vengan en gana. Y todo ello sin necesidad de argumentar nada, pasando la factura a los sectores menos favorecido­s de la sociedad que, como en cualquier país capitalist­a, tendrán que pagarla a costa de nuevos sacrificio­s. Paradójica­mente, se llegó a esto por el hartazgo de los electores en las grandes ciudades, convencido­s de que hoy por hoy unos comicios nada pueden cambiar en Rusia, y los tradiciona­les abusos e irregulari­dades que se cometen con total impunidad en el país, sobre todo en las regiones dependient­es de los subsidios del gobierno central. Basta un sólo ejemplo de cómo influyó la participac­ión en los resultados: por número de habitantes Moscú podría aportar 10 veces más votantes que digamos Chechenia, pero en la capital rusa al no acudir a las urnas la mayoría, los 800 mil chechenos con derecho a voto, cuya totalidad de sufragios se dice que fueron para el oficialism­o, inclinaron la balanza hacia RU, igual que tantas otras regiones de provincia exentas del más mínimo control, en muchas ni siquiera se permitió la presencia de observador­es.

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