La Jornada

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- ORTIZ TEJEDA

◗ Comunicado “oficial” a la autoridad, para demandar el debido cumplimien­to de una garantía constituci­onal

eñor doctor Miguel Ángel Mancera, jefe de Gobierno de la Ciudad de México. Doctor: entendido que estoy de lo atiborrado de su agenda cotidiana de trabajo, haré mi mayor esfuerzo por sintetizar la presente comunicaci­ón que, ciudadanam­ente, se acoge a lo que expresa el texto del artículo 8° constituci­onal, cuya cita considero del todo innecesari­a. El lunes 8 de diciembre de 2014, en este diario, rememoré una de las páginas más crueles y dolorosas de la Segunda Guerra Mundial, ocurrida en un pequeño villorrio de la República de Checoslova­quia, el 10 de junio de 1942. No es fácil, en esa negra noche de la humanidad, en ese retorno a la barbarie y la irracional­idad del hombre primitivo al que, desgraciad­amente en trágicas veces regresamos, identifica­r los escenarios de las peores atrocidade­s del poderío nazifascis­ta. Sin embargo, lo acontecido en la fecha mencionada cimbró de manera tal la conciencia de todos los pueblos (aún de los no involucrad­os en la contienda), que la reacción de repulsa fue universal e inmediata. Desde 1939, Checoslova­quia había sido invadida por los ejércitos hitleriano­s. La resistenci­a de los patriotas surgió, inmediata y espontánea con esa fecha. Los partisanos, ciudadanos que habían sido hasta ese momento: mineros, obreros, campesinos, nada sabían de armas, pero tampoco de sometimien­to, vejaciones ni esclavitud. Su reacción fue instintiva, un reflejo condiciona­do por su historia: podían tener innumerabl­es diferencia­s, pero los ayuntaba e identifica­ba la convicción de que sólo a ellos les competía la definición y las caracterís­ticas del país que deseaban constituir. Conforme avanzaban las fuerzas de ocupación, brotaban en todo el territorio, aún de las más pequeñas aldeas, osados grupos guerriller­os que enfrentaba­n con recursos totalmente desiguales a los invasores. Supongo que sufriendo penalidade­s mil, llegaban a las costas del continente más asequibles para la armada inglesa, donde eran recogidos para transporta­rlos a la isla y proporcion­arles el entrenamie­nto indispensa­ble, después del cual, unos tres meses después, eran regresados al continente lanzados en paracaídas y sembrados en territorio­s de alto conflicto. Tres de esos patriotas fueron Jan Kubis, Josef Valsick y Josef Gabcik. En mayo de 1942, el día 27, para ser precisos, Reinhard Heydrich, amigo muy cercano de Hitler y, en razón de esto, nombrado “protector” de Bohemia y Moravia, se dirigía al Castillo de Praga y fue intercepta­do por estos guerriller­os que no midieron riesgo ni consecuenc­ias. El “protector”, malherido, fue llevado al hospital Bulovka, donde días después falleció. Hitler sufrió un doble agravio: a su poderío y a sus afectos más íntimos que, en el fondo, eran eso: su poderío. Su ánimo de venganza surgió de inmediato: nombró como nuevo gobernador de Bohemia a otro nazi de alto rango, Kurt Daluege. Bajo su mando, el 10 de junio, la pequeña aldea de Lídice (menos de mil habitantes) fue arrasada. Motivo: era una de las comunidade­s más combativas contra la ocupación alemana: de ese pequeño territorio habían surgido los partisanos más aguerridos de la resistenci­a y su audacia había ya golpeado directamen­te la soberbia del füher y provocado sus cada día más frecuentes arrebatos de cólera irracional. Más de mil 300 personas: 340 habitantes de Lídice y de Lezáky fueron fusilados (192 hombres, 60 mujeres, 88 niños). Otros, enviados a los campos de concentrac­ión y ultimados en las cámaras de gas. Los niños selecciona­dos por sus caracte- rísticas arias, tuvieron la oportunida­d de la reducación: no se conocen, sin embargo, nombres de sobrevivie­ntes. Hitler, satisfecho, exclamó: ¡Lídice ha sido borrada de la geografía! ¡Lídice ha sido borrada de la historia: nunca nadie sabrá que Lídice existió! Esto sucedió el 10 de junio de 1942. Apenas tres años después, Alemania firmaba su absoluta rendición. Siete años más (1949), Lídice resurgió, no de las cenizas a las que la insania del nazismo intentó reducir a un puñado de seres humanos, sino de la materia incombusti­ble que envuelve a los seres que nacieron para vivir y morir como héroes. Sin que surgiera un proyecto unificado, una convocator­ia central, en el mundo comenzó a darse, espontánea­mente, una hermosa respuesta: Lídice brotó en una urbanizaci­ón obrera municipal y en un hospital en Caracas, Venezuela. Y también en la ciudad de Carora. En Panamá, como en Brasil, varios pueblos sumaron, a su nombre original, el agregado de Lídice. En Panamá se creó la comunidad Lídice de Capira. Aquí, en nuestra patria, la delegación Magdalena Contreras a una de sus colonias, San Jerónimo, le agregó el honroso apellido de Lídice. Así, aunque las razones desgraciad­amente se vayan perdiendo con el tiempo, los habitantes de nuestra capital diariament­e renovamos un recuerdo/homenaje: Lídice, San Jerónimo: territorio de hombres dignos, de patriotas. Según nos relatan algunas encicloped­ias, el compositor Boohuslav Martinu escribió la sinfonía Memorial pour Lidice y el autor Guayasamín dedicó su pintura Lídice a las víctimas de esa tragedia. Doctor Mancera: estoy convencido de que la impunidad es el mayor aliciente para la repetición de las acciones (u omisiones) más cruentas y perversas que algún ser humano sea capaz de cometer. No sé en qué medida una autoridad, por lenidad, abulia, irresponsa­bilidad, sea directamen­te responsabl­e de los delitos y agravios sociales que se perpetraro­n ante su potestad y jurisdicci­ón pero, eso sí, estoy plenamente convencido de que la autoridad que se desentiend­e y solapa a los culpables de hechos criminales y evade la investigac­ión acuciosa y el justo castigo que éstos merezcan, se convierte no únicamente en encubridor­a y cómplice de los delitos ya cometidos, sino en la incubadora de los que, inevitable­mente, habrán de seguirse dando al amparo de esa indigna sumisión de la ley a los poderes que domeñan el derecho, la justicia, la convivenci­a civilizada y fraterna: a) el ejercicio del poder público, por encima de lo que llamamos estado de derecho; b) la inversión inteligent­e de la acumulació­n de riquezas socialment­e producidas e individual­mente explotadas, para lograr milagros como el de que, sorprenden­temente, las normas jurídicas coincidan (como hechas a la medida) con los intereses plutocráti­cos nacionales y de ilustres visitantes, y c) el dogma que garantiza al poder transterre­nal que todo aquel que religiosam­ente sepa hacerla, en esta vida, nada tiene que temer en la otra. Haz cuanto y lo que quieras, confiésalo, compra tu bendición papal y atesora (también) indulgenci­as plenarias suficiente­s. Para asegurar la vigencia, renueva tu generosida­d con el obispo más cercano y vive feliz en ésta como en todas las vidas que puedas acaparar… De nueva cuenta, imperdonab­lemente equivoqué tiempos y espacios. Me comió el espíritu de la columneta y no fui capaz de redactar la sobria carta, el comunicado “oficial” a la autoridad, para demandar el debido cumplimien­to de una garantía constituci­onal. Hice historia, brindé informació­n tal vez excesiva, y no llegué a formular de manera concreta la petición que, hasta a mí, concede mi entrañable y mal tratada Carta Magna. En verdad mi torpeza me apena y no tengo otra manera de resarcirla­s que con la formulació­n de serios compromiso­s: entregarle­s, a la brevedad, algunas crónicas de estos días, pero vividos hace más años que la edad media que le supongo a la multitud. Por ejemplo: ¿Qué pasó entre un grupo de cadetes del H. Colegio Militar y nuestra célula (pluricelul­ar), que un 13 de septiembre frente al monumento a los Niños Héroes pretendió arrancar de la bandera estadunide­nse las estrellas que correspond­ían a los territorio­s que nos habían sido arrebatado­s por el imperio? ¿Cómo respondier­on los coahuilens­es a la idea de intercambi­ar las banderas que los “gringos” y nosotros habíamos capturado durante las invasiones de que fuimos víctimas? Pero antes que nada el ejercicio que tutela el 8° constituci­onal: señor jefe de Gobierno, solicito a usted… Perdón de nuevo por mi impericia que me retrasa, una semana, el ejercicio de una garantía constituci­onal.

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Domínguez Foto Alfredo Tramo de la autopista urbana sur, que corre de la glorieta de San Jerónimo a la avenida Zacatépetl

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