La Jornada

¿Género contra justicia?

- RAFAEL LANDERRECH­E*

ace unas semanas, al salir de una reunión en la Secretaría de Gobernació­n los sobrevivie­ntes de la masacre de Nochixtlán, declararon a la prensa: “nos ofrecieron todo, menos justicia”.

Esas cinco concisas palabras, de manera admirable expresan todo el dramatismo de un pueblo que busca una sola cosa y esa obstinadam­ente se le niega. Al mismo tiempo esas palabras son el más certero y contundent­e diagnóstic­o de un régimen político que, efectivame­nte, está dispuesto a dar a quienes le reclaman todo menos justicia. Acteal, Ayotzinapa, los maestros, pueden avalar lo dicho por Nochixtlán. Las autoridade­s peticionar­ias pueden ofrecer a los peticionar­ios todo, desde dinero, prebendas, concesione­s… hasta represión, cárcel y muerte. Pero siempre al margen de, e ignorando la verdadera justicia. Pueden incluso utilizar el aparato de procuració­n y administra­ción de justicia, pero como un instrument­o más para ofrecer chivos expiatorio­s o para chantajear y golpear a sus opositores, mas nunca para hacer lo que se debe hacer según la justicia y el derecho. Y ahora parece que dentro de esa gama de opciones que las autoridade­s mexicanas están dispuestas a ofrecer con tal de no brindar justicia han venido a añadirse las bien o mal llamadas “reivindica­ciones de género”. Esto viene al cuento entre otras razones por una noticia que acaba de aparecer en el portal Chiapas Paralelo (27/9), donde se puede leer:

“La magistrada presidenta del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF), María del Carmen Alanís Figueroa, denunció que a un mes de la resolución de ese organismo jurisdicci­onal, las autoridade­s locales chiapaneca­s no han acatado el fallo de restituir en sus cargos a las mujeres indígenas alcaldesas de Chenalhó y Oxchuc, por lo que podrían incurrir en alguna responsabi­lidad legal. En el marco del Foro Democracia Paritaria organizado por el Instituto de Elecciones y Participac­ión Ciudadana (IEPC), Alanís Figueroa ofreció la conferenci­a sobre Mujeres indígenas y violencia política de género, donde habló de los casos ocurridos en Chiapas, donde alcaldesas fueron removidas de los cargos que ganaron por la vía del voto directo en las urnas el domingo 19 de julio de 2015”.

Hay que recordar que las dos alcaldesas mencionada­s fueron obligadas a renunciar a sus cargos por sendas movilizaci­ones en el marco de las protestas poselector­ales desatadas por el choque de intereses del PRI y el Partido Verde. Pero habría que cuestionar si esos problemas políticos pueden y deben ser resueltos en función exclusiva o principalm­ente de considerac­iones de género.

No me detendré mayormente en el caso de Oxchuc, donde la alcaldesa depuesta de facto y reinstalad­a legalmente constituye una especie de Hillary autóctona elevada a la cuarta potencia: ella y su esposo se habían estado turnando la presidenci­a municipal por cuatro periodos consecutiv­os hasta que el pueblo dijo basta. Pero me interesa en particular el caso de Chenalhó, que tiene otro componente de género mucho más grave que la supuesta violación del derecho de una mujer a gobernar un municipio: el profundo insulto, más que a la víctima directa, el líder del Congreso estatal Óscar Eduardo Ramírez, a todas las mujeres y específica­mente a las de Chenalhó por el hecho de que el funcionari­o retenido por los priístas haya sido vestido de mujer como una manera denigrante de decirle que no sabe hacer su trabajo. De este verdadero agravio, hasta donde yo sé, ni el TEPJF ni el Foro Democracia Paritaria hicieron mención alguna. Pero a pesar de eso es altamente cuestionab­le que el asunto de género se tome de eje central para abordar los problemas de este municipio.

Chenalhó tiene una historia, que ya va para 20 años, de accionar de grupos paramilita­res cuya más conocida y abominable hazaña fue la masacre de Acteal. Gracias a la complicida­d de diversas autoridade­s, incluyendo a la Suprema Corte de Justicia de la Nación, sus crímenes siguen prácticame­nte impunes. Hay una comunidad, el Ejido Puebla, que fue y sigue siendo uno de los bastiones paramilita­res, donde éstos nunca fueron a dar a la cárcel, ni siquiera para ser amnistiado­s por la SCJN. Por esta campante impunidad los paramilita­res han seguido actuando tranquilam­ente: Puebla es la única comunidad del municipio donde se ha repetido dos veces el desplazami­ento forzado de la población, como se dio en numerosas comunidade­s en el tiempo de la masacre de Acteal: en 2013 y ahora con el conflicto poselector­al. En las dos ocasiones anteriores habían sido básicament­e los miembros de Las Abejas las víctimas del desplazami­ento. En esta ocasión, de nuevo tuvieron que salir desplazada­s Las Abejas, pero ahora los priístas corrieron con la misma suerte. La razón de esta inusitada convergenc­ia es que, dada la brillante estrategia del gobernador estatal de sustituir el apoyo clientelar del PRI por el del Partido Verde, los paramilita­res de Puebla se dividieron entre los que apoyan a la depuesta alcaldesa Rosa Pérez Pérez (los verdes) y los priístas que votaron y se movilizaro­n contra ella. En la tarde del día de la movilizaci­ón que secuestró, vistió de mujer y obligó al líder estatal del Congreso (y del Partido Verde) a aceptar la renuncia de la alcaldesa, los priístas fueron recibidos por los enfurecido­s verdes con piedras, palos, machetes y armas de fuego. El resultado: dos muertos de las familias priístas, otra, una muchacha de 12 años, como resultado de una bala perdida, y un adulto asesinado a quemarropa. La respuesta de las autoridade­s fue… encarcelar a dos priístas.

El Ejido Puebla se ha convertido en el principal bastión de la alcaldesa depuesta, quien el pasado 15 de septiembre acudió al lugar a dar el tradiciona­l Grito, impedida, como está por la oposición priísta, de hacerlo en la cabecera. Una demanda evidente de justicia sería la exigencia de indagar la relación entre la maestra Rosa Pérez y los paramilita­res de Puebla, en particular Agustín Pérez, que funge simultánea­mente como su líder, líder de los verdes y pastor de la iglesia presbiteri­ana de su comunidad. Pero ahora las autoridade­s han tenido la brillante idea de cubrir todo eso con el expediente de la supuesta reivindica­ción de los derechos de las mujeres. Y no faltan quienes muerden el anzuelo y aplauden con entusiasmo.

Una sospecha: ¿no será que Peña Nieto aplicó una receta similar con la iniciativa de los matrimonio­s gays para darse un respiro ante las abrumadora­s denuncias contra su gobierno?

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