La Jornada

Medalla de Oro del FICMaya a la bailarina Elisa Carrillo

- FABRIZIO LEÓN DIEZ MÉRIDA, YUC.

Cuando Elisa Carrillo se convirtió en un chelo, la suite de Bach adquirió la justa dimensión. El violonchel­ista pulsó de sus brazos a la bailarina como arco y de la suite número uno creó un destello en el mural vivo del teatro Peón Contreras, en Mérida.

Ayer por la noche, la bailarina clásica dio una muestra estética de la vanguardia, por momentos, en medio de varios paisajes sensuales, románticos y de gran nostalgia, protagoniz­ados por bellos cuerpos amigos de la elasticida­d y el trabajo diario.

Primero La bella durmiente despertó al bebé en la sala de conciertos; Sherezada nos perturbo, obvio. Romeo y Julieta, esa pareja que pone nervioso al amor, y el Lago de los cisnes, que remite a lo imposible, supongo. Es decir, como ver Casa Blanca en el cine: nunca se equivocan, no te cansas de escucharlo­s en blanco y negro, sabes de qué se trata y te tiene absorto con cada movimiento y del humo del cigarro, sin filtro, que emana de sus labios.

Cuatro bailarinas y sus parejas en escena. Un público atento y festivo al encanto singular que ofrece el ballet en puntas y giros perfectos. Una orquesta pasada por los siglos y el clima con la temperatur­a adecuada, fueron los elementos que mantenía a decenas de espectador­es al borde del balcón en los palcos del teatro y a otros cientos más, inmóviles en las butacas, durante la función de gala en la cual el Festival Internacio­nal de la Cultura Maya (FICMaya) honró a la prima ballerina del Ballet Estatal de Berlín, con la Medalla de Oro.

Regresaron Los amigos de Elisa Carrillo, después del intermedio, con una propuesta moderna. El corsario, que no dejó aplauso sin darse; Las llamas de París hizo extrañar el servicio urgente de un barman, y Transparen­te, que por fados, uno lamentó no conocer Portugal, todavía.

El buen gusto en los cuerpos de estos profesiona­les en movimiento y lo agreste del pensamient­o de quien lo ve logran que los compases de la partitura y las sombras proyectada­s quiten las ansias de estar viendo el celular, contestar el mensaje que no cam- bia la vida o seguir esperando la llamada que va a solucionar el problema económico inmediato.

Eso sucedió hacia el final de la función dirigida por Elisa Carrillo, hasta que se convirtió en chelo, y su pareja, en Johann Sebastian Bach, dirigidos por un maestro de la forma y el vacío: Nacho Duato.

Y todo cambió. Sólo por esa pieza se justifica la hazaña, el mito, los años. Elisa en Sol mayor. Las corcheas en sus brazos, las curvas de madera por osmosis absorben la cintura, el cuello vibra en las cuerdas y de sus piernas se desembocan ríos a los mares.

La humedad con fondo negro y el tacto en la vista. Y ahí nos tiene a todos. El gobernador se llevó la mano a la barba. El hermano de la bailarina repitió la sensación de orgullo, el director del festival entrecerró los ojos, mientras los periodista­s dejaron en paz sus rutinas, lo silvestre del pensamient­o y el áspero termómetro de la razón. Solo la belleza, la fuerza y Bach.

Elisa se convirtió en chelo y la imaginació­n en una pregunta: Y, si Elisa fuera un blues, ¿sería la guitarra Lucille en manos de Elisa, chelo, en escena BB King interpreta­ndo The Trill is Gone? Elisa y amigos. El elenco estuvo integrado por Elisa Carrillo, Joseph Gatti, Mikhail Kaniskin, Krystina Kre- tova, Kateryna Kukhar, Mikhail Lobukhin, Ana Sofía Scheller y Aleksandr Stoianov.

Nacho Duato fue el director artístico y Rafael Mendoza estuvo a cargo de la iluminació­n.

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Foto FICMaya

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