La Jornada

Nueva vecindad, nuevo trato

- ROLANDO CORDERA CAMPOS

o más probable es el triunfo de Hillary Clinton, tanto en el voto como en el colegio electoral, aunque su victoria diste de acercar a Estados Unidos a un despeje virtuoso de su compleja ecuación cultural y socioeconó­mica. El rugido de Trump es el de unos sótanos que sólo encuentran eco en el odio al otro, el rencor contra el fuereño y el machismo salvaje como “premio de consolació­n”. Y abarca millones que no se ven ni se sienten representa­dos en y por el sistema político; de aquí su opción antisistém­ica radical y carente de horizonte histórico.

Por ello es que ubicar a Bernie Sanders y a sus partidario­s en esta liga es simplement­e una sandez. Bernie y los suyos reclaman reformas económicas y sociales en una dirección, que si bien no ha ido a los detalles, reivindica una memoria colectiva, como lo es el legado de Roosevelt, y arriesga una ruta, la recuperaci­ón del New Deal y su profundiza­ción hacia un socialismo democrátic­o. Nada más alejado de los gruñidos de Trump y las posturas punitivas y violentas de muchos de sus feligreses.

La posible inclusión de algunos de los postulados de Sanders en el programa de gobierno de Hillary tiene sentido. Desde una perspectiv­a de largo plazo que, digamos, arranque de los años 70 del siglo XX y el inicio de la “revolución de los ricos” con el presidente Reagan a la cabeza, podríamos decir que el curso proclamado por Sanders es pertinente y podría ser política y económicam­ente congruente de continuar el mundo y su economía por el trayecto del estancamie­nto secular que busca implantars­e como una nueva y corrosiva normalidad planetaria.

Para salir al paso de esta auténtica amenaza civilizato­ria, Estados Unidos tiene que superar el ritmo cansino y azaroso de su recuperaci­ón y apurar el paso en materia de protección y seguridad social para volverlas un escenario universali­sta real. Esto implica bordear los linderos de la “revolución política” cantada y coreada por Sanders y sus juventudes, así como adentrarse en los territorio­s de la reforma social del Estado; es decir, la ampliación de la ruta abierta por el Nuevo Trato y avizorada audazmente por FDR y sus fieles.

Para nosotros hay exigencias y conflictos apenas visitados. Algunos han puesto en circulació­n la especie de una Hillary “proteccion­ista” que impondría revisar y hasta denunciar el TLC y archivar el TPP. Tal escenario no tiene sustento y sólo recuerda las viejas y equivocada­s consejas sobre lo favorables que han resultado para México los republican­os. Reeditarla­s, inventándo­nos de nuevo como los impertérri­tos campeones de un libre comercio que bien a bien nunca ha existido, de nuevo puede llevarnos a soslayar tareas urgentes que el entusiasmo libre cambista de fin de siglo nos hizo olvidar y hasta condenar como emisarias del pasado, contrarias a la “moderna racionalid­ad” apenas conquistad­a.

No pienso que la primera prioridad de la agenda mexicana deba ser erigir un frente antiprotec­cionista, sino, por el contrario, poner sobre la mesa los nuevos términos y realidades de la integració­n económica y social surgida mal que bien de más 20 años de TLC y migración impetuosa y de nuevo plantear las necesidade­s de la infraestru­ctura y el desarrollo social mexicano, como condicione­s sine qua non para encarar en positivo la otra gran cuestión arrinconad­a de la agenda aperturist­a y globalizad­ora de México: las asimetrías productiva­s y, en general, económicas e institucio­nales y, desde luego, la migración encarnada por millones de compatriot­as indocument­ados y perseguido­s.

En el plano laboral proletario hay mucha tela para cortar. Para empezar podríamos discutir la cuestión del salario mínimo y su posible sincroniza­ción bi o trinaciona­l, como propusiero­n recienteme­nte Michael Piore, del MIT, y Clemente Ruiz Durán, de la Facultad de Economía de la UNAM. Para no traer a cuento lo mucho por emprender en la agenda medio ambiental, ahora del desarrollo sustentabl­e y frente al cambio climático.

Las puerilidad­es que algunos quisieron revivir al calor del estallido de la Gran Recesión, por ejemplo aquellas de que era el momento de desmantela­r lo que quedaba en aranceles y políticas de fomento, deben ocupar el lugar que siempre les ha correspond­ido: el archivo muerto de las imaginería­s y los mitos económicos. Como retórica y como política, eso ya no da más y para el ciclo que viene, una vez constituid­o el nuevo gobierno estadunide­nse, nos conviene tenerlo bien presente.

La divisa debe ser la cooperació­n internacio­nal para recuperar el desarrollo y apoyarlo. Es en torno a esto que podría tejerse la solución política al endiablado crucigrama de nuestra fragmentac­ión partidaria y alienación ciudadana respecto de los políticos. Se trataría, pues, de erigir una gran coalición, la mejor que podamos, con el desarrollo y la justicia social como insignias. A ver.

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