La Jornada

Ya nunca...

MAR DE HISTORIAS

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III

Por más que me lo repita, no logro aceptarlo: no correremos a las papelerías ni forraremos libros y cuadernos, ni tendremos que aconsejarl­e a la niña que se duerma temprano; tampoco iremos a celebracio­nes escolares ni a fiestas infantiles, ni será necesario recomendar­le a la Turis –como la llamábamos de cariño– que no olvide sus lentes.

No haremos ni diremos nada de eso simplement­e porque Gertrudis ya no está, no existe. Optó por huir antes de que sus perseguido­res volvieran a acorralarl­a, ponerle trampas, humillarla, ha- cerla cómplice de su violencia al imponerle silencio.

IV

Chale, Reyes, no mames: ¿cómo que vas a tirar los lentes de la cuatr-ojos al excusado? Te pasas, güey, pero si quieres ¡va! Puta madre, ya me imagino la cara de la morra cuando vea que no aparecen sus vidrios. Creo que hasta le van a salir más pecas a la pinche Huevo de Cócona. Ya, Márquez, déjate de pendejadas y échame aguas, por si viene alguien. Uno, dos, ¡listo! ¡Vámonos! Eres un cabrón, Reyes. Si la cegata nos acusa con la maestra de haberle quitado sus lentes ¿qué hacemos? No te preocupes por eso, Márquez, no creo que la chava se atreva a abrir el pico, me la traigo bien jodida; pero si raja, lo negamos y hasta la ayudamos a buscar. Para eso somos sus compañeros, ¿o no? Me cae que eres un chingón, Reyes. Ya no tendré que presentarm­e ante la maestra cada vez que me cite para decirme que está preocupada por el desinterés de Gertrudis; de seguir así, perderá el año. Tampoco necesitaré prometerle a miss Carito que voy a hablar con la niña para que me explique lo que le sucede, por qué están bajando sus calificaci­ones; de paso le preguntaré por qué se ha vuelto tan callada y huraña, por qué no quiere invitar a sus compañeros a la casa.

Desde aquel horrible martes ya no le diré a Gertrudis que me tenga confianza y me cuente sus cosas, no le recordaré cuánto la amamos ni la haré prometerme que será la misma de antes: alegre, curiosa, inquieta. Eso ya es imposible: la niña se ató una soga al cuello. Los motivos que la llevaron a ese final están en su cuaderno. Los escribió con el mismo plumín que usamos para marcar en la pared lo que había crecido en los últimos meses.

Gertrudis fue una niña linda y bastante desarrolla­da para su edad. Siempre pensé que sería una mujer muy alta.

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