¿Partidos o redes?
urante la transición del mesozoico al cenozoico, que duró varios millones de años, ocurrió el fenómeno ampliamente conocido por el cual los gigantescos dinosaurios que dominaron ampliamente la vida en el planeta, súbitamente desaparecieron y su lugar fue ocupado por pequeños animales de sangre caliente: los mamíferos. La causa fue un drástico cambio ambiental, esencialmente climático, provocado por varios factores, incluyendo la llegada a la Tierra de un colosal meteorito. El diseño o prototipo “dinosáurico” perdió su eficacia y fue incapaz de adaptarse a las nuevas condiciones. Algo similar está ocurriendo en el mundo actual, ya no en el teatro de la biología o la historia natural, sino en el de la vida social, incluyendo la economía y la política.
El cuestionamiento cada vez más frecuente que hacen numerosos pensadores sobre estructuras, modelos, diseños y prototipos fundamentales no sólo hablan de que estamos ante un cambio de época, ante un cambio de civilización. También hace temblar pilares esenciales de la cosmovisión del llamado mundo civilizado, industrial y tecnocrático.
Exploremos el caso de la política. El poder político surge cuando se establece una relación de orden y obediencia, lo que supone coerción y violencia y derivado de ello sistemas o estructuras jerarquizadas y centralizadas. La pirámide es el icono de las sociedades basadas en la coerción o dominio. El vértice sitúa a los dominadores y la base a los subordinados. Estas sociedades piramidales no han sido eternas, surgieron hace apenas 5 mil años, por tanto, un emblema que hoy nos parece normal sólo representa una mínima fracción en la historia de la sociedad humana. Durante el restante 98.5 por ciento tal situación nunca existió, pues en las llamadas sociedades primitivas o arcaicas la equidad fue su rasgo preponderante en íntima relación con el tamaño de los conglomerados humanos (bandas, tribus, aldeas, señoríos).
Las sociedades donde aún no aparece el poder político, se definen como aquellas donde hay ausencia de escritura, economías de subsistencia, tecnologías simples e inexistencia de clases sociales. Esto es, sólo en las sociedades civilizadas es donde hay poder y, en consecuencia, formas múltiples y variadas de coerción y de violencia. Los partidos políticos reproducen lo que el Estado antes ya había instituido, y que también fueron imitando las unidades económicas a lo largo de la historia. El crecimiento de la empresa (con patrones y trabajadores subordinados) fue derivando en sistemas cada vez mayores hasta llegar a las súper gigantes corporaciones actuales. Así como la cooperativa (donde los socios son patrones y trabajadores a la vez) se opone a la corporación, las redes son la antítesis de los partidos en las relaciones de poder.
Aunque no se logre ver aún con claridad, las redes están destinadas a desplazar a los partidos como organismos políticos para la gobernanza, es decir, para la toma de decisiones de las sociedades humanas por dos razones. Primero, porque los partidos son pesados y torpes dinosaurios, basados en estructuras verticales, centralizadas, jerárquicas y coercitivas, en tanto las redes son entidades descentralizadas formadas de nodos o entidades equipotenciales. En general, los rígidos diseños que tienden al gigantismo están condenados a desaparecer frente a las formas pequeñas y flexibles. La segunda es que la innovación tecnológica, tanto en la comunicación, la información y el transporte, ha abierto un inmenso universo de posibilidades en el campo de la política, la gobernanza y la toma colectiva de decisiones.
Hoy las redes ponen en jaque a los poderes políticos surgidos de los partidos. Es el caso del movimiento de los maestros del CNTE, de las resistencias locales y regionales contra los mega proyectos, de las radios comunitarias que esparcen sus señales a escala local, o de las publicaciones digitales con redes de millones de lectores. Conforme los instrumentos tecnológicos