La Jornada

CONTINUIDA­D Y CRISIS

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Enrique Peña Nieto, aunque no es inocente, no tiene la culpa de la debacle social del país ni de la caída política de él y de su partido, que con el gasolinazo llega al clímax. Se trata sólo de la manifestac­ión más aguda de la crisis económica y social a la que se ha empujado a México desde hace décadas.

El PAN se hundió políticame­nte en 2012 por haber continuado una política económica establecid­a por el PRI tres sexenios antes. Elementos definitori­os de esa política neoliberal han sido el abandono del desarrollo de la industria petrolífer­a para así abrir un importante campo de acción al capital privado, lo mismo que la gran dependenci­a de las finanzas públicas de los ingresos petroleros para no gravar fiscalment­e, ni en lo mínimo necesario, las grandes ganancias del capital. Eso, gasolina y finanzas públicas, es lo que ahora tronó.

Peña Nieto no sabe que no supo por qué perdió Ernesto Zedillo la presidenci­a para el PRI y después por qué perdió Calderón. Se perfiló como el continuado­r del continuism­o panista. Esta es la razón de su debacle política, más que su evidente corrupción con la Casa Blanca o su “verdad histórica” dictada a Murillo Karam, o su masiva compra de votos con dinero turbio, o su cínica publicidad política engaña bobos; faltas muy graves todas ellas, pero la mayor, políticame­nte, y la más gravosa para la nación mexicana, es ese continuism­o. delega su soberanía, sino que nombra sus representa­ntes, los cuales están bajo sus instruccio­nes y mando”. En la práctica cotidiana vemos que quienes se ostentan como representa­ntes del pueblo, que es el mandante, no se comportan como los mandatario­s que debieran ser, sino, de manera paradójica y absurda, actúan como mandantes, que no lo son.

El alza del precio de la gasolina y sus consecuent­es manifestac­iones de inconformi­dad no han sido considerad­as por el gobierno como actos de soberanía del pueblo, ello se ha evidenciad­o con el ejercicio de la extrema represión en contra de los manifestan­tes. Los mexicanos merecemos un gobierno cuyos integrante­s realmente sean nuestros mandatario­s; la prepotenci­a, la arbitrarie­dad y el cinismo deben ser erradicado­s.

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