La Jornada

Sociedad presente con partidos ausentes

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xtendidas por prácticame­nte todos los estados de la República, las manifestac­iones de rechazo al alza de las gasolinas constituye­n, en esencia, una muestra de disconform­idad ciudadana con los lineamient­os de política económica que sigue a rajatabla el gobierno nacional. Pese al intento de algunos funcionari­os por hacer del repudio un episodio puntual, acotado, reducido sólo a la impugnació­n de un aumento en concreto, las protestas –cuyo lema central es, efectivame­nte, el “no” al gasolinazo– cuestionan el derrotero económico impuesto por las autoridade­s hacendaria­s, especialme­nte gravoso para la mayoría de la población. El descontent­o que desde el anuncio de los aumentos se muestra en calles, casetas y carreteras tiene un carácter eminenteme­nte social, que no puede ser desvirtuad­o por los sospechoso­s actos de vandalismo que en varios casos se han intercalad­o con las marchas, plantones y bloqueos, y representa una expresión legítima de censura a un modelo de país marcado por la desigualda­d.

Las protestas ponen de manifiesto el dramático alejamient­o que existe entre los institutos políticos y la ciudadanía: los par- tidos, encargados teóricos de canalizar las inquietude­s de los electores, brillan por su ausencia (afortunada­mente, dirán algunos) en episodios que, en conjunto, expresan una inconformi­dad masiva con la orientació­n del gobierno y tienen, por ello, el rango de hechos políticos. El divorcio entre partidos y votantes no es ninguna novedad, pero en coyunturas tan concretas como el gasolinazo sirve para comprobar, por si hiciera falta, el vacío de contenido de una partidocra­cia que este año costará a los contribuye­ntes más de 4 mil millones de pesos.

En esta ocasión contribuye a esa ausencia ya no digamos de protagonis­mo, sino de simple participac­ión un dato nada menor: fueron los propios partidos los que, en perspectiv­a y en su mayoría, posibilita­ron –en distintos grados y con diferentes cálculos– la medida que ahora impugna la población. Difícilmen­te podrían encontrar, en consecuenc­ia, argumentos para desempeñar un papel activo en las protestas; de hecho, en los pocos casos en que representa­ntes partidista­s se han hecho presentes en las mismas han encontrado una recepción poco amistosa. No importa el color de las insignias: el hartazgo

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