La Jornada

La otra mujer

MAR DE HISTORIAS

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En cuanto el chaparrito se alejó le hice ver a mi patrona que él la había llamado Beatriz y no Yolanda. “Lo noté, pero no me atreví a corregirlo. Habría hecho pedazos su gran motivo de orgullo: conservar la buena memoria.”

IV

Después de aquella tarde, en varias ocasiones tuvimos experienci­as semejantes: una mañana de agosto, una mujer con un perro chihuahua entre los brazos se acercó diciendo: “No me lo digas: ¡tú eres Rebeca! Estás en una foto con mi hermana Graciela: siempre me hablaba de ti. Hace dos años que Chela no vive en México. En la Feria de las Naciones conoció a un holandés. Se hicieron novios, se casaron y ahora radican en Holanda. Vendrán el próximo diciembre. A mi hermana le daría muchísimo gusto verte. Cuando llegue te aviso. No traigo en qué anotar. Te dejo mi teléfono. Y perdona que me vaya tan rápido, pero me están esperando.”

La mujer del perrito desapareci­ó en el interior de un coche enano. Dije que me era imposible imaginar la casa de Graciela en Holanda. “A mí no –respondió mi patrona. –Hay dos bicicletas en el garage, un reloj de cucú en una pared blanca, queso en el refrigerad­or y un florero con seis tulipanes que se marchitan despacio durante noches muy largas.” Las imágenes me hicieron reír.

V

En nuestra segunda caminata de hoy ocurrió algo especial. Al pasar frente a La Ronda, un café muy agradable, vimos que había poca gente y entramos. A un lado de nuestra mesa conversaba una pareja; al otro, una muchacha sentada en posición de loto escribía en su computador­a. Pedí un té verde. Doña Yolanda tardó en ordenar: “Se me antoja un cortado con un poquito de canela en polvo. Sólo para darle sabor” –agregó como si tuviera que justificar­se.

Luego, se puso a contarme que de Navidad su hijo le había regalado Los diarios de Emilio Renzi. Empezaba a leerlo y... se interrumpi­ó al ver frente a nuestra mesa a un hombre ya mayor, vestido con ropa de pana, que la miraba absorto: “¿Pasa algo?” El hombre le sonrió: “Reconocí tu voz. Veo que sigue gustándote el café cortado con chispas de canela. Aún es mi preferido. Me recuerda tantas cosas. Bueno, tú sabes...” Hizo una discreta reverencia y abandonó el local.

La intensidad con que doña Yolanda siguió mirando al hombre que se alejaba por la avenida me hizo preguntarl­e si lo conocía. “No, pero me hubiera gustado ser la dama con quien me confundió.”

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