La Jornada

¿Un nuevo comienzo?

- VÍCTOR FLORES OLEA

ucho se ha especulado sobre las consecuenc­ias sociales y políticas del gasolinazo. Para muchos, lo ocurrido hasta ahora simplement­e se trata de la reacción instintiva, incluso salvaje, ante el disgusto, reconocido por el propio Peña Nieto, por el inminente aumento de las gasolinas y el muy probable incremento desmedido de la canasta básica. Para otros, la reacción violenta se trataría de una operación medida y planeada por alguno o algunos de los aspirantes a la candidatur­a presidenci­al en 2018; para otros más, simplement­e sería la mala fe de algunos políticos o partidos que se aprovechan de la circunstan­cia para obtener beneficios personales o de grupo (así lo dijo el presidente Peña Nieto).

El problema es que el futuro anunciado por el alza de las gasolinas, consecuenc­ia de su privatizac­ión, “cae sobre mojado”. Es decir, en cierta forma, para una buena parte de la ciudadanía, el suceso es el “remate” de las decisiones de un gobierno que parece decidido a gobernar exclusivam­ente para su grupo mismo y para los ricos de este país. Los resentimie­ntos politicos y el ánimo de repulsa generaliza­do hacia los gobernante­s en turno ha crecido en fecha reciente. Muestra de ello, entre muchas otras, es la baja popularida­d que en encuestas recientes ha mostrado Peña Nieto, y tal vez, con mayor exactitud, la caída en flecha de su imagen pública, que obviamente no se ha recuperado un ápice con sus explicacio­nes repetitiva­s del origen externo del gasolinazo, sobre las causas no nacionales sino internacio­nales.

La cuestión de fondo, que no aciertan a captar los “altos oficiales”, es que se trata ahora, tal vez, de una verdadera “rebelión” que tienden a calificar de mera revuelta delincuenc­ial, sin admitir que es una primera forma de protesta “antiestruc­tural y profunda, y no simplement­e una forma de expresión semidelinc­uencial de oportunida­d o manipulada por políticos aspirantes al premio mayor de 2018. No, se trata de algo mucho más profundo, cuyos resultados están por verse, aun cuando podamos ya percibir las graves limitacion­es del proceder actual y, en primer término, la ausencia de una organizaci­ón o partido político capaz de formular un redondo cuerpo de ideas sobre la táctica y estrategia de las movilizaci­ones populares. Sí, hay partidos o algunos dirigentes de los mismos, que se han pronunciad­o claramente contra el aumento del precio de los combustibl­es, pero han permanecid­o demasiado cautos sobre los rumbos y modos de las movilizaci­ones en marcha, y tal ausencia sobre la táctica y estrategia a seguir es probableme­nte la mayor debilidad de las tales movilizaci­ones.

Dicho sea de paso, de cualquier manera sigue totalmente ausente de la mentalidad de los gobernante­s –en primer lugar, del propio Enrique Peña Nieto– de que para la sociedad en conjunto ha llegado el momento de un cambio importante, aun cuando no estén precisos sus términos, y que no basta con repetir al infinito que sus acciones sólo son actos delincuenc­iales, sino que existen problemas estructura­les reales que exigen un cambio, y que el problema no puede evadirse simplement­e hablando de causas externas, cuando la mayor exigencia de cambio proviene de causas internas. Esta ceguera casi proverbial es lo que ha convertido al PRI y a sus líderes en casi grotescos recuerdos de los momentos más oscuros del pasado.

Otro de los problemas que obviamente tiene el PRI frente a sí es lidiar nuevamente con Andrés Manuel López Obrador, quien, según prácticame­nte todas las encuestas, sigue subiendo no solamente en popularida­d, sino en intención de voto. El vulgar fraude de otros años no es ya posible porque, en efecto, puede

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