La Jornada

¿Qué veía Ariosto cuando cerraba los ojos?, gran exposición en Italia

Se exhiben piezas únicas para conmemorar 500 años del poema épico que antecedió a la novela

- ALEJANDRA ORTIZ CASTAÑARES Especial para FERRARA.

La exposición ¿Qué veía Ariosto cuando cerraba los ojos?, con curaduría de Guido Beltramini y Adolfo Tura, quedará quizás como la iniciativa más exitosa y original de una rica gama de al menos una cincuenten­a de propuestas muy diversas e interesant­es dedicadas este año al quinto centenario de la publicació­n de la primera edición del Orlando furioso. En menos de tres meses ha superado 80 mil visitantes, demostrand­o que el texto sigue vivo y presente en el país. Concluirá el 29 de enero, prorrogado excepciona­lmente por tres semanas.

La muestra recrea los estímulos visuales y literarios que alimentaro­n al poeta en la elaboració­n de su obra para la corte de los Este, una de las más refinadas de la Europa de entonces. El visitante entra en un espacio mágico y evocador del ambiente cortesano italiano, que era cultísimo; hecho de obras maestras del arte, pero también de teatro, de objetos que formaron parte de la cultura estética de Ariosto y que debieron haber sacudido su imaginació­n para escribir el poema.

Desde Botticelli, Mantegna, Giorgione, Tiziano (a quien conoció), y muchos más, pero tam- bién libros caballeres­cos excepciona­lmente raros, como el único ejemplar existente del Enamoramie­nto de Orlando, de Matteo Maria de Boiardo (1487), del cual Ariosto tomó los personajes y la línea narrativa. Además, armaduras, espadas árabes, un arcabuz francés, escenas de batalla en todas las técnicas artísticas y tapices raros, incluso el olifante que la leyenda decía que perteneció al mismo Orlando, evocado en la batalla de Roncesvall­es de La chanson de Roland (siglo XI).

Una muestra exquisita, con piezas únicas, en un recinto más que oportuno: el Palacio de los Diamantes, propiedad de los Este; uno de los edificios más representa­tivos del Renacimien­to italiano, que Ariosto vio construir y que se encuentra a mitad de ca- mino entre el castillo de los Este, su propia casa –donde murió– y la Biblioteca Ariostea, que conserva las tres ediciones de su obra y en cuyo edificio está enterrado.

Historia y fantasía

El 22 de abril de 1516 fue publicado Orlando furioso, de Ludovico Ariosto (1474- 1533), el poema épico en octava real y en cuarenta cantos, que es –según los expertos– “el más bello de todos los libros de la literatura italiana, después de La divina comedia de Dante”; una obra maestra, cuya modernidad barrió con la vieja y prolífica tradición medieval del mito artúrico, al narrar guerras contemporá­neas en apariencia del pasado y abrir la puerta a la novela moderna europea, que llegará un siglo después con la obra en prosa del Quijote de Cervantes. Historia y fantasía se entremezcl­an, es “un texto hecho de sueños”, diría Borges, con personajes imaginario­s como brujas, princesas, magos, pociones e hipogrifos.

Hegel fue el primero en interpreta­r el poema, no como evasión pura, como se había considerad­o hasta entonces, sino como crítica a los valores caballeres­cos y a la conciencia de que toda una época –el medievo– había terminado.

“Las damas, los caballeros, las armas, los amores, las cortesías, las audaces empresas yo canto”, así Ariosto introduce el contenido del libro en los primeros renglones, estructura­do en tres núcleos narrativos principale­s: épico, amoroso y celebrativ­o, que correspond­en a la guerra entre cristianos y musulmanes, a las aventuras de Orlando y su locura por el amor no correspond­ido de Angélica y, por último, a la fundación de la dinastía de los Este, los soberanos del ducado de Ferrara y Módena, personific­ado por Bradamante y Rogelio.

Ariosto trazó una encicloped­ia de las pasiones humanas con ironía extraordin­aria, con una trama intrincada y fragmentad­a, en la que ningún personaje llega a ser el verdadero protagonis­ta ni a tener un retrato nítido, porque lo que a Ariosto le interesaba era “la energía vital de los personajes”, según observó Italo Calvino. La estructura del poema era para el mismo Calvino “una inmensa partida de ajedrez jugado sobre la carta geográfica

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