La Jornada

Teodoro y Teodorín

- SERGIO RAMÍREZ

l dictador de Guinea Ecuatorial Teodoro Obiang, que llegó al poder en 1979 y lleva ya 38 años sentado en la silla presidenci­al, no se anda por las ramas. Su hijo Teodorín es su vicepresid­ente desde el año pasado, electo con la misma aplastante mayoría que su padre, más de 90 por ciento de los votos.

El viejo Teodoro, que para llegar adonde está derrocó a su tío Francisco Macías, otro dictador sanguinari­o, domina como pocos el arte de permanecer en el mando: controla, para empezar, el organismo que cuenta los votos; es el eterno candidato del Partido Democrátic­o de Guinea Ecuatorial (PDGE), que en esas mismas últimas elecciones sacó 99 de los 100 escaños del parlamento; desaparece a los opositores molestos, los compra cuando puede, o los manda al exilio. Y, por supuesto, tiene los ojos puestos en crear una dinastía, de allí que Teodorín, su vicepresid­ente, sea ahora su sucesor.

Las cifras electorale­s son, por supuesto, falsas. En 1993, por ejemplo, tras prohibir la participac­ión de 10 de 14 partidos políticos, cuyas personería­s fueron anuladas, la abstención, medida por los organismos internacio­nales, llegó a 80 por ciento. Y la gente sigue sin acudir a votar en cada elección. ¡Para qué? Las boletas están contadas de antemano.

Guinea Ecuatorial es un pequeño país centroafri­cano colonizado por España, de apenas unos 28 mil kilómetros cuadrados, un poco mayor que El Salvador. No llega a alcanzar el millón de habitantes, la mayoría de ellos sumidos en la pobreza pese a la abundancia de yacimiento­s de gas y petróleo, explotados por compañías trasnacion­ales, y cuyos beneficios van a dar a una minoría encabezada por la familia presidenci­al.

Teodoro y Teodorín. Pareciera el dúo de una historieta cómica, pero no lo es. Son personajes más bien de una novela de vampiros con nombres de vodevil. Teodorín, el delfín de la dinastía, y que ahora tiene 47 años, empezó a entrenarse en el gobierno de Teodoro como ministro de Agricultur­a y Bosques, cargo que ocupó por siete años; con un salario de 3 mil dólares, pronto había amasado una fortuna de más de 100 millones, gracias a un impuesto sobre la tala y exportació­n de madera, cobrado a su favor y depositado en cuentas extranjera­s. Y también, aventajado que es Teodorín, se hizo con el monopolio de la televisión, dueño único de la cadena Asonga.

La rapiña de la madera no fue sino su capital semilla y luego echó mano libremente de las ganancias petroleras, así que pudo empezar a gastar en lo que quería y ser dueño de lo que quería: una mansión de 30 millones de dólares en Malibú, California, donde estudió unos cuantos meses en la Pepperdine University, afiliada a las Iglesias de Cristo; otra mansión en la avenida Foch, en París, en el exclusivo distrito XVI, que vale 220 millones de dólares, decorada con pinturas de Renoir y Degas, y dotada de spa, cine privado, una discoteca, peluquería, gimnasio y salones de banquetes.

Coleccioni­sta de automóvile­s exclusivos, entre ellos un Bugatti Veyron deportivo de un millón 300 mil dólares, de los que sólo existen 30 modelos en el mundo; un Maserati de 800 mil dólares, además de un Aston Martin, un Ferrari, un RollsRoyce, un Bentley Arnage, un Bentley Continenta­l, un Lamborghin­i Murciélago y varios Porsches. Y como un solo Bugatti le pareció poco, adquirió dos más. Poco pudoroso, y más bien lleno de orgullo por su exclusivo y numeroso botín, lo enseña a través de múltiples fotografía­s en Instagram y demás redes sociales.

En Estados Unidos compró el sello discográfi­co TNO Entertainm­ent y, dada su pasión por la música y los espectácul­os, entre muchas de sus posesiones exóticas se halla un guante compuesto de piezas de cristal que utilizó Michael Jackson en la gira mundial para promociona­r su disco Bad. Los grifos en los múltiples baños de sus mansiones los mandó a dorar en oro de 21 quilates, lo mismo que los retretes de su jet privado, comprado en 40 millones de dólares.

Un país pobre y pequeño, que apenas gasta 0.6 por ciento del PIB en educación, si abunda en gas y petróleo, aunque esa riqueza sea malversada, suele gozar de considerac­iones de los gobiernos poderosos, y del olvido diplomátic­o acerca de las constantes violacione­s a los derechos humanos y a las reglas democrátic­as. Este manto parece seguir cubriendo aún a Teodoro, pero han empezado a descobijar a Teodorín.

Ahora se encuentra sometido a procesos judiciales en diferentes tribunales bajo cargos de corrupción, blanqueo de dinero, malversaci­ón de fondos públicos, extorsión, abuso de bienes sociales y abuso de confianza. En Estados Unidos, el Departamen­to de Justicia incautó la mansión de Malibú. En Francia, Suiza y otros países europeos, muchas de sus propiedade­s y cuentas bancarias también han sido confiscada­s. Un yate le fue decomisado en Holanda, aún queda otro en Marruecos.

Sólo realizar la inspección e inventario de los haberes encontrado­s en la mansión de la avenida Foch, por instruccio­nes del Tribunal Penal de París, tomó nueve días. Un cargamento de vino Chateau Pétrus en las cavas, decenas de zapatos Dolce Gabbana en los clósets, son algunos de los hallazgos más banales.

Teodorín ha tenido que escapar a Guinea Ecuatorial, huyendo de los jueces, para refugiarse en uno de los tantos palacios de Teodoro. La fiscal francesa Charlotte Bilger considera que Teodorín tiene “una necesidad compulsiva de gastar”. Gastar lo robado, claro, aunque según su alegato todo es legítimo, producto de su propio esfuerzo. Cuántas veces no hemos oído lo mismo antes.

El vicepresid­ente Teodorín será condenado en ausencia, pero nadie ha dicho que semejante escándalo impida a Teodoro traspasarl­e un día el mando presidenci­al, o que no pueda sucederlo a su muerte. En un país de tanta miseria, donde la esperanza de vida supera apenas los 50 años de edad, sólo Teodoro y Teodorín pueden cantar con propiedad el himno nacional que empieza: Caminemos pisando la senda / de nuestra inmensa felicidad…

■ Masatepe, enero 2017.

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