La Jornada

Goya y el drama norteño

- JOSÉ CUELI

eresa del Conde escribió hace 15 días un espléndido artículo sobre la exposición Francisco de Goya: único y eterno. Hace una excelente crítica de los trabajos del artista que se muestran en el Museo Nacional de San Carlos, en la Ciudad de México.

Me vino al recuerdo su texto conforme me fui enterando de los trágicos sucesos en una escuela primaria de Monterrey. Drama que conmueve a la República y torna inevitable preguntars­e: ¿es un problema de nota roja, o bien, es un problema social? ¿Es síntoma de la pérdida de cohesión social? No lo sé, mucho habrá que reflexiona­rse sobre el tema.

Vinculado a esta tragedia Goya vislumbró como profética mirada el eterno retorno nietzschea­no y el instinto de muerte freudiano plasmándol­o con magistral pincel en terribles escenas que huelen a sangre y muerte que dan cuenta de trágica desolación.

Escalofria­ntes imágenes penetradas del silencio de la muerte que se desplaza sigilosa, fantasmal, enmascarad­a e incorpórea.

El dibujo para el aguafuerte que inició la serie de los sueños y representa al pintor dormido en su mesa de trabajo, rodeado por monstruos creados por la fantasía, a la que añadió la siguiente frase al aguatinta:

‘‘La imaginació­n cuando es abandonada por la razón crea monstruos que unidos a ella se convierten en madre de las artes y fuentes de las maravillas”.

Goya pintó en ‘‘futuro anterior” (a posteriori) dando cuenta con ello de la barbarie humana, el instinto de muerte enunciado por Freud casi un siglo después. El hombre es como en el pasado, miserable, ruin y sanguinari­o. ¿De qué sirve la civilizaci­ón? Goya desde sueños sabía que no servía para detener la necesidad omnipotent­e del hombre más allá de las justificac­iones.

Forma paradójica de encontrar el equilibrio síquico, la autonomía, frente a un mundo de monstruos terribleme­nte violento, Goya da vuelta por el interior a la imaginació­n, sueños y sensacione­s, pese al temor o temores que fueron una revelación en piel, instintos, deseos y manera de tocar la tela, ver el mundo con el abandono como norma y la previa como inspiració­n en grandes recuerdos que viven unidos en furiosa amalgama. Identi- ficación con la muerte, comunión con el misterio.

El pintar de Goya fue desdoblami­ento, desgarrón sicológico, cercanía permanente con la sexualidad y la muerte, vivencia en las sombras, maldita y temida por ignorada que surge de adentro, donde se transmiten la variedad de sentimient­os hijos de la sexualidad interioriz­ada y transmisor­a. Magnetismo que no surge, se da, será fija. Ubica y define un ansia de ser divorciada del mundo exterior, con el que choca brutalment­e, porque es un pintar trágico; juego con la vida y la muerte y lo desconocid­o. Magia como pensamient­o de eternidad, como la más hermosa y terrible visión sobre la Tierra. Pintar demoniaco y quizá por eso al demonio lo representa con cuernos asesinos, como visión exterior y percepción de la muerte.

Espíritu soñador de mujeres y muerte que fue vida, sentir de huecos y dolor de estómago de vacíos de principio a fin; pena expresada como coro de voces. Saber de toda la vida, que el amor es magia y que la magia es muerte; tocar sin tocar, pasión interna; paciencia infinita para esperar el ardor de la sangre en tiempos circulares, seguidos y sin prisa, espacio de un extraño instinto que tiene la elegancia suprema de la naturalida­d.

No habrá que perderse la muestra Los disparates.

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