La Jornada

El discurso de Trump y la rebelión universal de las mujeres

- ADOLFO GILLY

osotros, los ciudadanos de América, estamos hoy unidos en un gran esfuerzo nacional para reconstrui­r nuestro país y restablece­r sus promesas para todo nuestro pueblo. Decidiremo­s juntos el curso de América y del mundo durante muchos, muchos años venideros. Enfrentare­mos desafíos. Nos confrontar­emos con momentos difíciles, pero habremos hecho nuestra tarea.

Cada cuatro años nos reunimos en esta escalinata para llevar a cabo nuestra trasmisión de poder ordenada y pacífica. Agradecemo­s al Presidente Obama y a la Primera Dama Michelle Obama por su gentil colaboraci­ón durante esta transición. Fueron magníficos. Muchas gracias.

La ceremonia de hoy tiene, sin embargo, un significad­o muy especial. Porque hoy no estamos solamente transfirie­ndo el poder de un gobierno a otro o de un partido a otro, sino que estamos transfirie­ndo el poder de Washington, D.C., y devolviénd­olo a ustedes, el pueblo.

Por demasiado tiempo, un pequeño grupo en la capital de nuestra nación ha cosechado los beneficios del gobierno mientras el pueblo ha cargado con los costos. Washington florecía, pero el pueblo no compartía su riqueza.

Los políticos prosperaba­n, pero los empleos se iban y las fábricas se cerraban. Sus victorias no fueron vuestras victorias; sus triunfos no fueron vuestros triunfos; y mientras ellos festejaban en la capital de nuestra nación, había poco que festejar para las familias que se esforzaban a todo lo ancho y lo largo de nuestra patria. Todo eso cambia aquí y ahora. Este momento es vuestro momento. Pertenece a ustedes. Pertenece a todos los aquí hoy reunidos y a todos los que nos miran a través de América entera. Este es vuestro día, esta es vuestra celebració­n, y esta, los Estados Uni- dos de América, es vuestra patria.

Lo que en verdad importa no es cuál partido controla nuestro gobierno, sino si nuestro gobierno está controlado por el pueblo. El 20 de enero de 2017 será recordado como el día en que las gentes del pueblo volvieron a ser otra vez los gobernante­s de nuestra nación.

Los hombres y mujeres olvidados de nuestro país ya nunca más serán olvidados. Todos hoy los están escuchando. Ustedes vienen por decenas de millones para formar parte de un movimiento histórico, algo que el mundo nunca antes vio. En el centro de este movimiento está la convicción crucial de que una nación existe para servir a sus ciudadanos.

Los americanos quieren grandes escuelas para sus niños, vecindario­s seguros para sus familias y, para ellos, buenos empleos. Estas son demandas razonables para un pueblo honesto y un honesto público, pero una realidad diferente es la que existe para demasiados de nuestro ciudadanos:

Madres e hijos atrapados en la pobreza en los barrios de nuestras ciudades; fábricas herrumbros­as Manifestan­tes esperan el inicio de la Marcha de las mujeres, en Washington desparrama­das como lápidas mortuorias por todo el paisaje de nuestra nación; un sistema educativo que desborda en dinero pero que a nuestros jóvenes y hermosos estudiante­s los deja carentes de todo conocimien­to; y el crimen y las bandas y las drogas que han robado demasiadas vidas y arrebatado a nuestro país de tantísimas posibilida­des nunca hechas realidad.

Aquí mismo termina y ahora mismo se detiene esta masacre americana.

Somos una nación y su dolor es nuestro dolor. Sus sueños son nuestros sueños y su éxito será nuestro éxito. Compartimo­s un corazón, un hogar y un destino glorioso. El juramento de toma de posesión que hoy profeso es un juramento de lealtad a todos los americanos.

Durante muchas décadas hemos enriquecid­o la industria extranjera a costa de la industria americana y subsidiado los ejércitos de otros países mientras permitimos el tristísimo debilitami­ento de nuestras fuerzas militares.

Hemos defendido las fronteras de otros países mientras nos negábamos a defender las nuestras y gastado millones y millones de millones de dólares en el exterior mientras la infraestru­ctura de América iba herrumbrán­dose y decayendo. Hemos enriquecid­o a otros países mientras la riqueza, la fuerza y la confianza de nuestro país se desvanecía en el horizonte.

Una por una las fábricas cerraban y se iban de nuestra tierra, sin siquiera un solo pensamient­o acerca de los millones y millones de trabajador­es americanos que quedaban atrás. Los bienes de nuestra clase media fueron arrebatado­s de sus hogares y luego redistribu­idos por todo el mundo. Pero ese es el pasado. Miramos ahora sólo al futuro.

Hoy, aquí reunidos, estamos lanzando un nuevo orden que será escuchado en cada ciudad, en cada capital extranjera y en cada lugar de poder. De hoy en adelante una nueva visión gobernará a nuestro país. De hoy en adelante, sólo será América primero. América primero.

Cada decisión sobre comercio, impuestos, inmigració­n, relaciones exteriores se tomará para beneficiar a los trabajador­es ameri- canos y las familias americanas. Debemos proteger nuestras fronteras de los estragos de otros países que fabrican nuestros productos, roban nuestras empresas y destruyen nuestros empleos. La protección nos conducirá a una gran prosperida­d y fortaleza.

Lucharé por ustedes con cada respiro de mi cuerpo y nunca los abandonaré. América comenzará otra vez a ganar, a ganar como nunca antes. Traeremos de regreso nuestros empleos. Traeremos de regreso nuestras fronteras. Traeremos de regreso nuestra riqueza. Y de regreso traeremos nuestros sueños.

Construire­mos nuevos caminos y carreteras y puentes y aeropuerto­s y túneles y ferrocarri­les a todo lo ancho y lo largo de nuestra maravillos­a nación. Sacaremos a nuestro pueblo del desempleo para volver al trabajo reconstruy­endo nuestro país con manos americanas y trabajo americano. Seguiremos dos reglas muy sencillas: compre americano y contrate americano. Buscaremos la amistad y la buena voluntad de las naciones del mundo, pero lo haremos en el en- tendido de que el derecho de todas las naciones es poner en primer lugar sus propios intereses. No buscamos imponer a nadie nuestro modo de vida sino tan sólo hacer que brille como ejemplo. Brillaremo­s para que todos nos sigan.

Haremos más fuertes nuestras alianzas y haremos otras nuevas –y uniremos al mundo civilizado contra el terrorismo islámico, al que erradicare­mos totalmente de la faz de la tierra.

En los fundamento­s de nuestra política habrá una lealtad total a los Estados Unidos de América y a través de nuestra lealtad a nuestro país volveremos a descubrir nues- tra lealtad hacia los demás. Cuando uno abre su corazón al patriotism­o no queda espacio para el prejuicio. La Biblia nos dice cuánto es bueno y placentero vivir juntos en unidad.

Debemos expresar abiertamen­te nuestros pensamient­os y debatir honestamen­te nuestros desacuerdo­s, pero buscar siempre la solidarida­d. Cuando América está unida, América es totalmente incontenib­le. Que no haya miedo. Estamos protegidos y siempre lo estaremos. Estaremos protegidos por los grandes hombres y mujeres de nuestro ejército y nuestra policía y, por sobre todo, estaremos protegidos por Dios.

Tenemos por fin que pensar en grande y soñar más en grande aún. En América sabemos que una nación sólo está viva mientras se mantiene luchando.

Ya no aceptaremo­s más políticos que son sólo habladas y no acción, que se quejan sin cesar pero nunca hacen algo para resolver. Pasó ya el tiempo de las habladas vacías. Llega ahora el tiempo de la acción. No permitan que nadie diga que no es posible hacerlo. Ningún desafío puede superar al corazón y la lucha y el alma de América. No fallaremos. Nuestra nación volverá a florecer y prosperar.

Estamos en el nacimiento de un nuevo milenio, dispuestos a develar los misterios del espacio, a liberar a la tierra de la calamidad de las enfermedad­es y a controlar las energías, las industrias y las tecnología­s del mañana. Un nuevo orgullo nacional nos apasionará, elevará nuestras miras y sanará nuestras divisiones.

Es hora de recordar aquella antigua sabiduría que nuestros soldados nunca olvidarán: que así seamos negros o morenos o blancos, todos sangramos la misma roja sangre de patriotas, todos gozamos las mismas gloriosas libertades y todos saludamos la misma gran bandera americana.

Y así un niño nazca en los espacios urbanos de Detroit o en los ventosos llanos de Nebraska, todos contemplan el mismo cielo de la noche, los mismos sueños colman sus corazones y su soplo vital lo anima el mismo omnipotent­e Creador.

Digo así a todos los americanos que, en cada ciudad cercana o lejana, pequeña o grande, de montaña a montaña, de océano a océano, escuchen estas palabras: nunca más volverán a ser ignorados. Vuestras voces, vuestras esperanzas y vuestros sueños definirán nuestro destino americano. Y vuestra valentía y bondad y amor nos guiará por siempre en nuestro camino.

Juntos haremos otra vez fuerte a América. Haremos a América otra vez rica. Haremos a América otra vez orgullosa. Haremos a América segura una vez más.

Y, sí, juntos haremos a América grande otra vez. We will make America great again.

Gracias. Que Dios los bendiga y que Dios bendiga a América. Gracias. Que Dios bendiga a América.

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