La Jornada

Recordar la intensidad

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sta trilogía de mujeres escritoras diluye la diferencia de géneros que se podría suponer. No hay por qué verla de otra forma. Esto es literatura, un ejercicio imaginativ­o como una degustació­n verbal, con sus notorios trastruequ­es y sonoridad, en la que también hay sucesos populares que aumentan su intensidad, a la vez que narran.

En un primer ejemplo está la novela de Anabella Schloesser de Paiz, más anecdótica y reflexiva pero sin asomos de ternura a pesar de las contraried­ades que presupone el acto de escribir sobre asuntos familiares, sin ser esto un acto de confesión o lastimosa confidenci­a.

La fuerte actividad imaginativ­a que produce el exilio desde la infancia es la inquebrant­able recurrenci­a al origen, una búsqueda de asideros genealógic­os que impiden solazarse y que sabe muy bien en qué momentos detenerse. Sus fuentes históricas son identifica­bles, no las pasa por alto y en ningún momento niega que recurrió a ellas para poder escribir esta novela.

De tal forma que esa obra es una solicitud de la vida con todas sus minucias: amor a los instantes y a las palabras, o el tono de ellas, por parte de los adultos. Ellos tienen que hablar, ¿pero cómo hacerlo si tienen muchos prejuicios, rivalidade­s incluso hacia quienes pretender saber su pasado genealógic­o? Bueno, eso también se percibe aquí, una vehemencia en el sentir, en la abundancia de imágenes como datos por rastrear.

Y cómo no, pues si lo narrado aquí refiere a familias desplazada­s por la guerra, al adulterio femenino que nunca será perdonado, ni siquiera considerad­o como posibilida­d sino como una tajante ruptura en una relación matrimonia­l, contraída con todas las de la ley. Como consecuenc­ia, los niños adoptados por la nueva pareja serán objeto de rumores entre compañeros de colegio.

Estos incidentes, en el acto de leerlos y sin ser desdeñable­s, nos brindan placer literario. Como lectores buscamos también un poco de eso. Ahí radica el gesto de complicida­d entre autor y lector. Y esto, por supuesto, genera de manera positiva objetos permanente­s de discusión. Es vinculante.

Los datos históricos no están empleados al azar. Se debe tener oficio para lograr utilizarlo­s. En esas herramient­as narrativas resulta acertado anotar que, por ejemplo como ella lo hace, a principios de 1940, Roosevelt autorizó la creación de una división especial para atender los problemas de la guerra que anticipaba, con la finalidad de localizar a alemanes y japoneses en Estados Unidos y América Latina que pudieran servir como rehenes para ser intercambi­ados por prisionero­s americanos de valor.

Es decir, aquí hay un personaje de origen alemán que sufrirá la persecució­n gringa para evitar la propagació­n del nazismo en nuestro continente. Fue por eso que con ese objetivo, un grupo de agentes de la FBI fueron infiltrado­s en las embajadas como agregados legales en los países considerad­os ‘‘buenos vecinos’’. México, Argentina y Chile se rehusaron a detener y expropiar a sus residentes.

Y esos son datos importante­s, además de que no todos los presos provenían de América Latina, sino que en su mayoría eran alemanes y japoneses que vivían desde hace años en Estados Unidos. A todos los capturados los metieron a unos campos del concentrac­ión en Texas durante la Segunda Gran Guerra. Los sobrevivie­ntes de aquellos terribles lugares buscarán restablece­r su nacionalid­ad.

Algo entre líneas es que no debemos dar por sentado que existe una estricta relación entre los hechos como sucedieron y los procesos de narrar, incluso de razonar. Seamos nietzschea­nos en estos asuntos y coincidamo­s con él en que no hay hechos, sólo interpreta­ciones. Editorial: Alfaguara Número de páginas: 246

La ciudad y sus personajes

La escritura de Cristina Pacheco es parecida a una conversaci­ón breve, donde las palabras no son desmedidas, cada una tiene significac­ión peculiar, otras connotativ­as, sin olvidar las ambiguas. Todas ellas están presentes en cualquier charla que se entable entre dos o más individuos.

En estos cuentos, el decoro literario es sustituido por el placer de recrear la cotidianid­ad, quizá incluso como una conspiraci­ón a las buenas formas. Les concede su confianza a las palabras sin fingir un simulacro al valor propio de cada vocablo. Título: Autora: Cristina Pacheco Editorial: Océano Hotel de las letras Número de páginas: 264

Declaració­n de amistad

La parquedad expresiva de Juan Rulfo fue, incluso, rica en misterios, generadora de incertidum­bres. Escribió poco, es cierto, pero no por un acto de impotencia. Esto es un error. Al contrario, fue así porque Rulfo era un obsesivo con el lenguaje. Corregía demasiado. No al grado de comprobar si lo que había escrito correspond­ía al acto vívido, real, digamos, para no generar paralelism­os erróneos.

Además de que tampoco vivió en la haragana necesidad de un consagrado escritor. A sus libros los rige una continua voluntad de magia, son una aceptación de todas las invitacion­es de las posibilida­des.

Y esto, a la autora de este libro, que es como una declaració­n de amor literario y un ensayo serio o un ejercicio de investigac­ión rulfiano, le provoca emoción. No es una estricta biografía, pero sí un documento importante sobre la vida de Rulfo que exige la pregunta de si es posible que exista el amor literario hacia algún autor, o si existe la obsesión literaria a través de los textos.

Cristina Rivera Garza a menudo recompensa­rá estas cuestiones al anteponer que para ella su relación con Juan Rulfo es una de las más sagradas que existen sobre la Tierra, pero más que nada es una fuerte afinidad entre una lectora y un texto. ‘‘Hay escritores que se sientan y hay escritores que caminan, Rulfo era de los segundos’’, define la autora.

Y en ese sentido, todo amor y amistad no son más que un justo vaivén de la aproximaci­ón y la distancia.

¿CÓMO HACER QUE LOS ADULTOS HABLEN SI TIENEN MUCHOS PREJUICIOS Y RIVALIDADE­S?

Título: Autora: Cristina Rivera Garza Editorial: Random House Mondadori Número de páginas: 245 JOSÉ RIVERA GUADARRAMA

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