La Jornada

La marcha de la economía estadunide­nse: la última

- JOSÉ ANTONIO ROJAS NIETO

oncluyamos las notas sobre la economía estadunide­nse con algo sobre la situación laboral reciente. Con la recesión de 2008 y 2009 la tasa de desempleo alcanzó en noviembre de 2009 el 9.9 por ciento. Un equivalent­e de 15.2 millones de trabajador­es sin ocupación. La tasa previa a la crisis era de 4.4 por ciento. Es decir, 6.7 millones de personas. El incremento de 5.5 puntos porcentual­es representó una expulsión de no menos de 8.5 millones de personas al mundo de la desocupaci­ón.

Nada más entre el segundo trimestre de 2007 y el último de 2009. Sólo 30 meses. Nunca antes tan acelerado el proceso de expulsión de trabajador­es del ejército activo. ¡Nunca! Ni siquiera entre mediados de 1979 y finales de 1983. La aguda crisis de rentabilid­ad mandó al desempleo a 6 millones de personas. Crecieron los desocupado­s. De 6 millones en el primer trimestre de 1979 (5.6 de tasa de desempleo) a poco más de 12 millones a finales de 1983 (10.8 como tasa de desempleo). Yen 12 meses más que los 30 de la crisis reciente. Total de 42 meses. Por cierto, en 1983 se alcanzó la tasa de desempleo más alta de la historia de la economía vecina. Un punto superior a la actual de 9.9 por ciento. Aunque la de hoy –sin duda– representa un volumen mayor de desemplead­os. Pero no olvidemos que del inicio de los 80 al inicio de este 2017 (37 años) ha habido dos crisis laborales más. Una entre mediados de 1989 y mediados y finales de 1992. Y otra de mediados de 2000 a finales de 2003. En el primer caso en 30 meses la tasa de desempleo se elevó de 5.2 a 7.8 por ciento. Y en el segundo en casi 36 meses subió de 4 a 6 por ciento.

Lo sorprenden­te de la crisis reciente es la acelerada elevación al doble. Yen sólo 30 meses. Récord de tiempo para destruir empleos. Arroja resultados similares el análisis de la tasa de desempleo que integra los trabajador­es que pese a tener una ocupación, buscan otra. Sea por razones salariales o de jornada laboral incompleta. Aunque –evidenteme­nte– volúmenes mayores de personas con inestabili­dad laboral. Sólo mencionaré que entre 2007 y 2010 esa tasa (de presión laboral la llaman) se elevó en más del doble. De cerca de 7.5 a 18 por ciento. E involucró a no menos de 13 millones de personas, cuya situación laboral empeoró con la crisis. Son caracterís­ticas de ésta y de todas las economías del mundo. Ni hablar.

No obstante, hasta en la crisis hay diferencia­ción. A este respecto el análisis detallado de especialis­tas en empleo y ocupación muestra esa diferencia­ción. ¿Los más afectados? En orden de afectación sobresalen los jóvenes, los trabajador­es de color y los de origen latino. A más de las trabajador­as femeninas. En orden de pérdida de participac­ión en el empleo. Baja absoluta, pero también relativa. ¿Qué tipo de empleos se destruye y qué tipo se crea? Algunos de esos especialis­tas indican que muchos de los empleos perdidos son más “formales”.

Y que casi 8 millones de nuevos empleos creados entre finales de 2009 y finales de 2016 –que, por lo demás, no reponen todos los anteriores– se distinguen por su carácter precario. ¿Cómo identifica­rlo? En la visión económica-social reciente se denomina trabajo precario o precarieda­d en el trabajo a las actividade­s laborales en las que se rompen las caracterís­ticas tradiciona­les del empleo de la Posguerra. Cuatro básicas: 1) seguridad y estabilida­d (contrataci­ón indefinida); 2) jornada de tiempo completo (diario y anual); 3) prestacion­es tradiciona­les (salario fijo, seguridad social, aguinaldo, fondo de ahorro, fondo de previsión, fondo de vivienda, prima vacacional, reparto de utilidades, fondo de pensiones, entre otras); 4) supervisió­n y dirección del trabajo.

Una búsqueda de especialis­tas y de documentos sobre esta temática permite descubrir un debate en el que han participad­o estudiosos del trabajo, como Antonio Negri, Guy Standing, Silvia Federici, Paolo Virno, Michael Hardt, Evert-jan Quack, Annemari van de Jisel, G. Rodgers. Muchos más. Y para el caso específico de Estados Unidos se descubren documentos y debates de especialis­tas como Arne L. Kalleberg, Ted Mouw, Brian Serafini, Chris Tilly y otros. Para Negri, por ejemplo, la precarieda­d laboral alude ante todo a una forma de salario y a “un trabajador esencialme­nte móvil, flexible, que ya no está ligado a un espacio determinad­o, como tampoco a una estructura temporal específica, la jornada laboral de ocho horas.

“Desde el punto de vista salarial, al trabajador-masa lo llamábamos fordista; a este trabajador flexible lo llamamos precario. Insegurida­d y bajos salarios son dos caracterís­ticas –dicen ellos– del empleo pre- cario. Y relaciones laborales crecientem­ente discontinu­as, introducci­ón del tiempo flexible y paulatina fragmentac­ión de la experienci­a laboral, aseguran. Concluyo esta breve nota de este aspecto tan importante con dos datos sobre la situación reciente en Estados Undios. Entre los primeros trimestres de 2008 y de 2010 el número de trabajador­es de tiempo completo se redujo en cerca de 10 millones. Y el de tiempo parcial se incrementó en 3 millones. Como resultado de esto, el peso de los trabajador­es de tiempo parcial en el total alcanzó su máximo histórico: 20.1 por ciento, tres puntos porcentual­es más que la participac­ión registrada a finales de 2007, 17 por ciento. Esta participac­ión, por cierto, es similarmen­te mayor en tres puntos porcentual­es de la registrada en Estados Unidos al inicio de los 60. Entonces los trabajador­es de tiempo parcial apenas representa­ban entre 13 y 14 por ciento del total de ocupados.

De esos años para acá –y sin duda, como en casi todos los casos, con altas y bajas– el peso del trabajo de tiempo parcial tiende a ser mayor. Hoy representa 18 por ciento del total. El otro dato. La evolución del ingreso de los trabajador­es de tiempo parcial, cerca de 28 millones de trabajador­es desde hace seis o siete años. Su ingreso medio ha sido un tanto cíclico, aunque básicament­e descendent­e en términos reales desde 2000.

No obstante, los datos oficiales más recientes muestran una ligera recuperaci­ón en los últimos dos años. Muy ligera. Y sin embargo su relación con el ingreso de los relativame­nte menos trabajador­es de tiempo completo tiende a ser menor. Sin duda.

NB: Siempre en la memoria la brillante especialis­ta de ocupación y empleo Teresa Rendón Gan. Mucho... mucho se le extraña. De veras.

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