Toda una eternidad
“¿Pero cómo? ¿Tan pronto?”, dijimos al recibir la visita del administrador. A finales de diciembre fue a recordarnos que antes del l5 de enero el edificio debía estar completamente desocupado. Aprovechó para decirnos que no se explicaba nuestra demora. Arrebatándonos la palabra, le explicamos que nos habíamos quedado allí por apego al edificio, por no tener adónde ir, por no encontrar una vivienda al alcance de nuestras posibilidades. Todo era cierto, pero en el fondo creo que permanecimos en nuestros departamentos en espera de que algo desviara el proyecto de la señora Robles en nuestro beneficio. No fue así.
III
La última semana en el edificio fue espantosa. A pesar de los adornos navideños, todo se veía triste. Los corredores y las escaleras se volvieron intransitables a causa de los muebles, cajas y maletas dejados en cualquier parte mientras llegaban los camiones de mudanza. Por las puertas abiertas de los departamentos se veía el mismo desorden.
Vivo sola. No pensé necesario pedir ayuda para empacar mis cosas. Me sorprendió que fueran tantas y que hubieran cabido en un espacio tan pequeño. Con los muebles amontonados, se me volvió inmenso y hostil. Insoportable.
Salí de prisa. La mudanza esperaba. Mientras los cargadores iban a mi departamento me quedé en la puerta, tratando de no pensar en nada, ni siquiera en que mis muebles irían a dar a una bodega y yo al cuarto que me prestó Irene, una antigua compañera de trabajo. Lo ocupa su hijo. Podré quedarme allí hasta que él regrese de viaje, en abril. El lunes empezaré a buscar otra vivienda. No quiero que llegue el momento en que tenga que salirme del cuarto y decir: “¿Tan pronto? ¿Pero cómo?” Tres meses no son una eternidad. Ningún tiempo lo es.