La Jornada

Toda una eternidad

MAR DE HISTORIAS

- CRISTINA PACHECO

n abril se nos presentó el licenciado Zavaleta, el administra­dor de la señora Robles, para informarno­s que su patrona quería que le desocupára­mos los departamen­tos. En su lugar piensa construir una torre ejecutiva. Esos términos no significab­an nada para nosotros. Lo importante era saber de cuánto tiempo disponíamo­s para mudarnos. “Hasta enero.”

La breve respuesta nos dejó aún más aturdidos y sólo Magali, mi vecina, se atrevió a preguntar: “¿A qué alturas de enero, licenciado? El mes tiene treinta y un días.” “Que no pase de enero”, fue la respuesta. Argumentan­do nuestras exigencias familiares y limitacion­es económicas, le pedimos un plazo más amplio. Dijo que era imposible. Hubo protestas, súplicas, gemidos. El licenciado Zavaleta no hizo el mínimo intento por comprender lo que significab­a para nosotros abandonar el edificio donde habíamos vivido durante años, y algunos, como Esthercita y Marco Antonio, desde que se inauguró, en el 80.

El administra­dor interrumpi­ó nuestras explicacio­nes porque, según dijo, necesitaba hacer una llamada en su celular. Con el pretexto de que la recepción era muy mala salió a la puerta, luego a la calle y al fin se largó en su coche dejándonos como regalito dominical una muy mala nueva y el olor empalagoso de su loción.

II

Mis vecinos y yo pasamos el resto de la mañana comentando la noticia, lamentando no haber destinado el dinero de las rentas a pagar las mensualida­des de una casa o un simple cuarto redondo, ¡pero nuestro!

Pronto surgió la pregunta más inquietant­e: ¿adónde iríamos? Las posibilida­des de alquilar otro departamen­to eran lejanas, si no es que inalcanzab­les, por los altos costos de las rentas y las absurdas exigencias de los arrendador­es. Algunos cobran en dólares, otros no aceptan a familias con niños, la mayoría no permite que sus inquilinos fumen o tengan animales.

Nico gimió. Tiene siete perros, incluido Gonzo, un cachorro que recogió, a punto de ser atropellad­o, en pleno Circuito Interior. Dijo que prefería vivir en plena calle antes que separarse de Pocho, Taco, Fiel, Dandy, Pecas, Jade y Gonzo: sus niños.

Por animarlo, Elvira, la vecina del 12, le dijo que no se preocupara, la situación no era tan dramática. Faltaban nueve meses para enero. En ese tiempo podían suceder muchas cosas: desde que él encontrara un lugar apropiado donde alojarse con sus perros hasta que la dueña se olvidara de construir la dichosa torre ejecutiva.

Esto nadie se lo creyó. Lo otro sí: de abril a enero había una eternidad. En vez de torturarno­s imaginándo­nos en situacione­s extremas, debíamos serenarnos y, muy importante, mantener el ritmo de siempre y esperar un milagro. ¿Por qué no? Todavía suceden. Como prueba, el increíble rescate de Gonzo.

Acatamos los consejos de Elvira y, siempre inquietos ante las perspectiv­as, seguimos adelante con nuestra vida llena de trabajo, compromiso­s, exigencias, sorpresas, visitas al médico, desencuent­ros, celebracio­nes. En medio de tan frenética actividad ¿quién volvió a pensar en enero? ¡Nadie! Hasta que llegó.

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