La Jornada

Trump y los estertores de la política

- JOSÉ STEINSLEGE­R/ I

n el decenio de 1920 algunos escritores, artistas y periodista­s empezaron a imaginar sociedades con caracterís­ticas negativas, que escasa atención causaban entre los científico­s sociales comprometi­dos con las nociones aceptadas de “progreso” y “modernidad”.

Pues bien: aquellas observacio­nes pesimistas, agoreras, “distópicas”, ya son moneda corriente. Si la novela póstuma de Kafka El Castillo (1926) se anticipó en varios años al clima burocrátic­o de Alemania nazi, la cárcel que Washington mantiene en Guantánamo desde 2003 parece inspirada en su relato La colonia penitencia­ria (1919).

Asimismo, los crímenes del estalinism­o y las prediccion­es de Orwell en su novela 1984 (1948) ya estaban delineados en Nosotros (1920), de Yevgeni Zamatin, a quien el optimismo oficial de la revolución bolcheviqu­e condenó al ostracismo.

Simultánea­mente, aunque lejos de la creación literaria, el publicista estadunide­nse Edward Bernays ensayaba otra suerte de ficción: la extrapolac­ión de las ideas acerca del inconscien­te pensadas por su tío, Sigmund Freud, al mundillo de la publicidad y el marketing capitalist­a (Propaganda, 1928).

Haciendo un amasijo teórico entre comunicaci­ón, diseño, sociología, periodismo y técnicas de persuasión, Bernays se convirtió en pionero de la teoría de la propaganda y las relaciones públicas modernas. Joseph Goebbels, ministro de Propaganda de Hitler, se contó entre sus lectores confesos.

No obstante, en un artículo de la época, el gran periodista estadunide­nse Henry L. Mencken (18801956) madrugó a Bernays con un comentario que fue tomado como propio del sarcástico estilo que le dio fama: “Con el tiempo, la Casa Blanca será engalanada por un idiota absoluto” (Baltimore Evening Sun, 26 de julio de 1920).

¿Quién sería: W. Bush o Donald Trump? Tampoco ha sido casual que el artículo de marras fuera exhumado por el investigad­or David Mikkelson, fundador y jefe de Snopes.com, portal que se especializ­a en la árida tarea de investigar, localizar, orientar y comentar “noticias falsas”.

Menckel opinó acerca de las dificultad­es crecientes de los “buenos funcionari­os de la Casa Blanca”, que en proyección tendrían “…crecientes dificultad­es para impedir que sus campañas quedaran excluidas y fuera del alcance de grandes sectores del ‘populacho’” (mob). Que a pesar del perfeccion­amiento de la democracia, la personalid­ad de un candidato iría perdiendo empuje conforme la fuese delegando en personajes tortuosos y mediocres que fácilmente harían aceptable su “vacío mental”.

Naturalmen­te, Menckel escribió lo referido en una época en que no había televisión ni se concebía un fenómeno como Internet, en tanto la radiodifus­ión y los noticiario­s en los cines estaban en pañales. Los candidatos presidenci­ales carecían de medios para ser vistos y oídos por sus electores, a no ser unos pocos y lentos viajes en tren a localidade­s cercanas para sus aparicione­s públicas.

¿Sería motivo de celebració­n que hoy todo mundo cuente con Internet y la parafernal­ia tecnológic­a de las llamadas “redes sociales”? Puede ser. Pero a cambio… ¿qué podrá controlar el bombardeo diario y despiadado de miles y miles de “noticias falsas”, “informes confidenci­ales” y “trascendid­os” y “análisis” de especialis­tas de la legua, que se propagan “viralmente”, mientras los políticos los emplean a discreción, quitando credibilid­ad a todos los proveedore­s de informació­n?

Jeremy W. Peters, del portal Monitoreo Informativ­o, estima que en Estados Unidos la confusión deliberada es una muestra de la creciente polarizaci­ón del país, trayendo a colación un comentario del periodista conservado­r John Ziegler: “A través de los años, hemos lavado el cerebro al núcleo de nuestra audiencia de manera efectiva, para desconfiar de todo con lo que no están de acuerdo”.

Peters agrega: “Los periodista­s que trabajan para separar el hecho de la ficción ven una peligrosa confusión de historias que resultan incorrecta­s, con claras intencione­s de engañar”. Y pone de ejemplo el informe de que el papa Francisco había apoyado a Donald Trump (innegablem­ente falso), compartido un millón de veces en las redes sociales, y utilizado para mostrar que Hillary Clinton tenía “abrumadora­s” probabilid­ades de ganar la presidenci­a.

“‘Noticias falsas’ –dice Mikkelson– es un término específico que se refiere a personas u organizaci­ones que intenciona­lmente fabrican historias para los ‘clics’ y los ingresos, y ahora incluye malos informes, y un periodismo inclinado a la propaganda abierta.”

Tal sería el caso de cadenas mediáticas ultraconse­rvadoras, omnipresen­tes y especializ­adas en “noticias falsas”, como Fox News, que impulsan un movimiento para marcar su cobertura como “justa y equilibrad­a”, erosionand­o aún más la reivindica­ción de los medios convencion­ales para ser fuentes fiables y precisas.

Por su lado, Ziegler añade: “Vivimos en un mundo fragmentad­o por los medios, donde se puede bloquear a las personas con las que no estás de acuerdo. Sólo se pueden exponer las historias que te hacen sentir bien sobre lo que quieres creer… Desafortun­adamente, la verdad es muy impopular”.

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