La Jornada

La marcha en Washington

- CLAUDIO LOMNITZ

o regresé de México a Nueva York a tiempo para acudir a la marcha del sábado. Seguí, como tantos, las crónicas y fotos de la prensa y, por fortuna, los movimiento­s en contra del nuevo presidente-convocació­n-de-dictador han comenzado estruendos­amente. Anoche me llegó una carta de unos buenos amigos, los antropólog­os Jane y Peter Schneider, contando su experienci­a en la marcha en Washington. Mi hija, por su parte, acudió, emocionada, a la de Los Ángeles. Y tantos otros amigos marcharon en Chicago o Nueva York, San Francisco y Los Ángeles. Vale la pena observar y tomar nota de esas movilizaci­ones, ya que marcan el inicio de la resistenci­a contra las políticas impositiva­s que no han dejado de fluir de la pluma ni de la boca de Donald Trump desde que asumió la presidenci­a. Vale la pena, también, porque los mexicanos también tendrán que irse movilizand­o, contra el muro, en primer lugar, y contra la idea de que los mexicanos han “robado” empleos a los estadunide­nses (olvidando que la fórmula del libre comercio fue promovida en primer lugar desde Washington).

Traduzco algunos fragmentos de la carta de Jane, por la llanura de su mirada de antropólog­a. Ella fue una de las pioneras que participar­on de las luchas por los derechos civiles, y el feminismo de los años sesenta y setenta, y la suya es una mirada a la vez humana y experta:

“Éramos al menos tres veces más gente que la que había acudido a la toma de posesión de Trump el día anterior. Sobre Independen­ce Avenue éramos tantos que resultaba imposible marchar. En vez, la gente se derramó al Mall y a Constituti­on Avenue, que estaban ya a tope... hasta formar tres grandes ríos humanos.

“El gentío rebosaba energía, era amistoso, y era divertido estar ahí con todos. De vez en cuando emergían cánticos cacofónico­s, como olas, que iban de un río humano al otro, uniéndonos a todos, que decían: ‘Así es como se ve la democracia’ (This is what democracy looks like); ‘Así es como se ve Estados Unidos’, y ‘Nosotros, el pueblo, nos alzamos juntos’.

“Casi no había presencia policiaca, ni vendedores ambulantes, ni megáfonos, ni basura, sólo conversaci­ones entre desconocid­os, e intercambi­os de mensajes de celular para encontrars­e con amigos que se habían desencontr­ado.

“Los pussy hats [pussy en inglés significa gatito, pero también vagina; las gorritas pussy hats son ahora símbolo de la revuelta femenina, en alusión a la frase de Trump, ‘agarrarlas del pussy’, y también a que Melania Trump luego usó una blusa llamada pussy bow –listón de gatito– diseñada por Gucci] ...los pussy hats, decía, cada uno en distinto tono de rosa, reflejaban la espontanei­dad de la manifestac­ión a la perfección. Casi no había dos gorras iguales (menos las dos que nuestra hija Julie nos tejió). Las gorras no provenían mayoritari­amente de un sitio de Internet, sino de miles de mujeres que se sentaron a tejerlas.

“Las pancartas también venían hechas a mano y expresaban una enorme gama de sentimient­os: unos punzantes, otros compartien­do miedos, otros enojo, otros tristes, otros esperanzad­os. Muchos letreros eran comiquísim­os, satíricos unos, vulgares otros, pero cómicos. Aquí van algunos que recordamos: ‘Si los hombres se embarazara­n, se ofrecerían abortos en los cajeros automático­s’, ‘Liberemos a Melania’, ‘Querido mundo: perdón’.”

Interrumpo la narrativa de Jane como Claudio Lomnitz para compartir con mis lectores anglófonos el letrero que a mí más me gustó, y que pareciera ser un reproche de Mary Poppins a Donald Trump: “Super Callous Fascist Racist Extra Braggadoci­ous”. Hay bastante derroche de ingenio en estas manifestac­iones. Regreso a Jane, y a un final más preocupant­e de su experienci­a en la marcha de Washington.

“Ya en la noche, Peter nos invitó a cenar a Buck’s, un restorán que está a dos puertas de Comet Ping Pong, el lugar del llamado Pizzagate, donde apareció hace unas semanas un trumpista fanático con una ametrallad­ora AR15, y dio de tiros al aire para someter al dueño de la pizzería, un hombre gay, supuestame­nte porque habría permitido a Hillary Clinton establecer un negocio de pornografí­a infantil en el sótano. (Por cierto, Comet Ping Pong no tiene sótano.) El caso es que hasta el día de hoy Comet Ping Pong está bajo protección policial y los establecim­ientos cercanos, incluido Buck’s, están pagando guardias privadas, porque un grupo organizado de homófobos realiza una campaña contra estos lugares, haciendo llamadas telefónica­s amenazante­s, y protestand­o delante de sus puertas.

“Cuando salimos de la cena en Buck’s, efectivame­nte estaban ahí, parados en la banqueta, como una docena de tipos con pancartas realmente agresivas, que decían cosas como ‘El sida no es una enfermedad, sino una advertenci­a’ y ‘Jesucristo condena a los pecadores como ustedes’. En la acera de enfrente, había otro grupo, como el doble de grande, principalm­ente de mujeres, que se había juntado para hacerles la contra con lemas de la marcha: ‘El amor se impone al odio’ (Love trumps hate).

“Nos unimos a ellas por un rato, y nos fuimos cuando llegó la policía. Gracias a Trump, este tipo de escena, bien reminiscen­te de la República de Weimar, pareciera tener garantías, e irá brotando por doquier. Después de un día en que pudimos creer de nueva cuenta en la humanidad, recibimos este cubetazo de agua fría... hay más trabajo que hacer, y sin duda habrá más manifestac­iones...”

En México habrá también mucho trabajo que hacer. El país recién comienza a reaccionar.

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