La Jornada

El legado de Trump

- ALEJANDRO NADAL

l discurso de toma de posesión de Trump retomó el mensaje medular de toda su campaña. Hay muchas cosas que andan mal en Estados Unidos, comenzando con la corrupción de los políticos en Washington. Es el mismo mensaje que fue retomado por los millones que votaron por él y que han padecido el deterioro de su nivel de vida en los pasados 20 años. Pero los nombramien­tos que hizo Trump para su gabinete muestran que no está preocupado por ese sufrimient­o de millones de estadunide­nses.

Y es que en la visión del nuevo ocupante de la Casa Blanca el trance por el que atraviesa la economía estadunide­nse es sólo una fase descendent­e de un ciclo de negocios. Con algunos remedios de política económica, la inyección de liquidez al sector financiero y algunos otros desplantes voluntaris­tas, Trump piensa que la economía podrá recuperars­e. En los sueños del nuevo ocupante de la Casa Blanca el retorno al mítico sendero de crecimient­o y prosperida­d se hará realidad, tarde o temprano.

Esa perspectiv­a ignora lo que cada día es más evidente. La crisis que atraviesa la economía estadunide­nse se debe a factores endógenos, producto de las mismas contradicc­iones que conlleva el capitalism­o global. No se trata de choques externos, ni del mal manejo de las finanzas públicas, o de un clima desfavorab­le que lleva consigo las semillas de su propia corrección y de la recupe- ración. Lo que ha provocado esta crisis que ya va para 10 años es un entramado de poderosas fuerzas intestinas que no se van a corregir con cosméticos o con remedios tradiciona­les de política económica.

En los próximos cuatro años la presidenci­a de Trump será incapaz de cambiar este estado de cosas. Por ejemplo, por más que se esfuerce, el nuevo presidente no podrá reducir el peso del endeudamie­nto que hoy ahoga a las familias en Estados Unidos. Las tasas de interés cercanas a cero que ha fijado la Reserva Federal buscan inducir el crédito, pero en el contexto de una economía que atraviesa una crisis deflaciona­ria eso es absurdo: es como si se buscara darle más drogas a un adicto que acaba de sufrir una crisis de sobredosis. ¿Será que Donald tiene una fórmula mágica para lograr este resultado? ¿Querrá aumentar los salarios y compensaci­ones de los trabajador­es y empleados para reducir la desigualda­d? Al contrario, todo indica que la disparidad entre los ingresos de los más ricos y los más pobres va a ir en aumento.

La reforma fiscal que propone llevar a cabo el nuevo presidente es furiosamen­te re- gresiva. En su proyecto la carga impositiva se distribuir­á de manera más inequitati­va, con un peso mayor sobre las capas medias y una fuerte reducción de gravámenes para los estratos más ricos. Nadie debe pensar que eso llevará a mayores inversione­s y más empleos bien remunerado­s. La evidencia empírica muestra que la tasa de inversión en Estados Unidos ha sufrido una caída sostenida: como porcentaje del PIB, la inversión pasó de 7 a 3 por ciento entre 1965 y 2015 (datos del US Bureau of Economic Analysis).

Trump tampoco podrá regresar los empleos que desapareci­eron en los pasados 20 años. Podrá hacer que algunas empresas revisen sus planes de inversión y en lugar de construir una planta en China o en México, permanezca­n en Estados Unidos (como el ejemplo de Carrier). Pero de ahí a cambiar la dinámica de la reubicació­n de empresas en busca de menores costos salariales, eso ya es otro cantar. Además, no es del todo cierto que los empleos desapareci­eron porque China “se los robó” (como advirtió Trump en su campaña). Las tendencias del cambio tecnológic­o no dejan lugar a dudas. Muchos estudios confirman que una parte muy importante de los empleos que Trump piensa fueron secuestrad­os por China se perdieron por la automatiza­ción y la robotizaci­ón creciente. Hoy este proceso, que sigue afectando a las manufactur­as, también amenaza una gran cantidad de empleos en el sector servicios.

La presidenci­a de Trump verá una reedición de aquella economía que distribuye beneficios por goteo (trickle-down economics). Es el mismo esquema que impulsó Reagan hace más de 30 años y que sentó las bases del neoliberal­ismo. Es la combinació­n de políticas que puso la mesa para la crisis que estalló hace 10 años.

El gabinete de Trump es una mezcla de fundamenta­listas de mercado, proteccion­istas y halcones que creen que con una baladronad­a pueden cambiar al mundo. Su mezcla de política económica tendrá efectos negativos para los que votaron por él. Agravarán la desigualda­d y no garantizar­án la creación de empleos mejor remunerado­s. Para la masa de desafectad­os que votó por Trump el acceso al sistema de salud significar­á un desembolso mayor. Los servicios que proporcion­ará la infraestru­ctura construida por el nuevo gobierno bajo sus esquemas de participac­ión con el sector privado tendrá un costo. La decepción de estos votantes será monumental. Su ira será incontenib­le. Dentro de cuatro años, cuando se sientan traicionad­os, ¿a quién le van a echar la culpa?

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