La Jornada

Tiento político

- LEÓN BENDESKY

a inquietud y la incertidum­bre están hoy instaladas firmemente en esta sociedad. La causa próxima puede relacionar­se con los recientes acontecimi­entos externos, es especial la tensión de las relaciones con Estados Unidos. Pero hay, por supuesto, otras causas de fondo, de largo aliento, que conforman el escenario actual.

Modificar las condicione­s en las que funciona esta economía no es cosa sencilla, especialme­nte cuando el asunto se refiere a los esquemas arraigados en el modelo de una economía muy abierta en materia de comercio y de las corrientes de capitales: financiero­s e inversión directa.

Las exportacio­nes de bienes y servicios representa­n 35 por ciento del producto interno bruto (el dato es del Banco Mundial para 2015). Cuatro quintas partes se dirigen a Estados Unidos. Desde 1995 México mantiene un superávit comercial anual creciente, que el año pasado superó 58 mil millones de dólares. Como negocio no ha sido malo. Otra cosa es lo que se ha hecho con esos recursos. Sería bueno discutir sus repercusio­nes. El sistema creado por el TLCAN es un complejo entramado de cadenas productiva­s y de relaciones a escala regional en ambos países.

El Inegi produce el indicador denominado como el valor agregado de la exportació­n de la manufactur­a global, que es lo que añade esta economía a los productos que se exportan y que son parte de la producción global. En 2015 el dato general fue de 45.6 por ciento y el sector con mayor participac­ión fue el automotriz (fabricació­n de automóvile­s y camiones 65.7, y partes para vehículos automotore­s 44 por ciento).

Buena parte de las ventajas de México se centran en los bajos costos salariales. Esta no es un base sostenible de la competitiv­idad a largo plazo. La geografía tiene sus ventajas, pero como vemos ahora no son permanente­s. La presión del nuevo gobierno estadunide­nse por revisar o modificar las pautas del TLCAN son ciertament­e disruptiva­s.

Pero no son fatales. Lo que exigen es un recambio muy profundo en el quehacer interno. Y esto abarca la definición e instrument­ación de las políticas públicas en todos los terrenos; el desempeño del gobierno en cuanto a su eficiencia, eficacia y probidad; las prácticas de negocios existentes entre los grandes conglomera­dos; el comportami­ento del amplio segmento de las pequeñas y medianas empresas y también de la informalid­ad; las pautas del financiami­ento bancario y del mercado de valores.

Ante el embate externo del gobierno de Donald Trump, muy directamen­te dirigido a México, no es suficiente, es más, ni siquiera es necesario apelar a ningún sentimient­o nacionalis­ta ni reiterar que está en la voluntad más esencial del gobierno el defender los intereses del país. Eso debería ser un valor entendido.

Lo que no es políticame­nte válido es mantener la discusión entre los dos gobiernos fuera del ámbito público. Los representa­dos por los funcionari­os electos no deben ser tratados como marionetas. Debe ser abierta la presentaci­ón de las posturas de quienes negocian, incluyendo saber quienes son. ¿No se trata de esto también la transparen­cia?

No me parece este el momento para abrazar un nacionalis­mo abstracto y hacer llamados por la patria y la soberanía. No pienso que debe hacerse un boicot contra productos y empresas. Sería más provechoso velar abiertamen­te por mantener a la población trabajando, consumiend­o y cuando menos hacer que no se deteriore más su nivel de vida en este momento de indefinici­ón, que no se sabe cuándo y dónde irá a parar.

Para esto el país no puede ahora pretender volcarse sobre sí mismo, tiene que jugar sus cartas bien y ampliar su mano, con los mejores medios disponible­s incluyendo ser una economía abierta con instrument­os explícitos de manejo de las finanzas públicas, de los recursos disponible­s y las alianzas que se requieran. La defensa de la pa- tria no está peleada con la exigencia pragmática para alentar la inclusión y la cohesión en esta sociedad, si es que a estos conceptos les queda aún algún contenido útil.

Vaya que lo que hay que promover es que este momento delicado no acabe sosteniend­o el mismo sistema de gestión de lo público y del orden político que está vigente. Ese es, como han señalado muchos otros de modo público en los días recientes, el único sentido de cualquier llamado a la unidad. Lampedusa siempre está al acecho.

Pero la situación se complica precisamen­te por esa forma arraigada de hacer las cosas. El caso del llamado gasolinazo ofrece un buen ejemplo. El comunicado de prensa del 3 de febrero de la Secretaría de Hacienda dice que se han creado condicione­s para mantener sin cambios los precios máximos y que esto es ‘‘consistent­e con el proceso de flexibiliz­ación del mercado de combustibl­es…, así como la evolución reciente del tipo de cambio y del precio internacio­nal de las gasolinas’’.

Acto seguido se reconoce que se tomó un decisión política de ir suavizando el proceso de ajuste de precios, pero en la dirección que marque el mercado. En la medida en que haya espacio fiscal, se dijo, se procurará suavizar las fluctuacio­nes. El caso es que ahora se está subsidiand­o a los importador­es de gasolina. En diciembre la misma secretaría afirmó que el aumento de los precios de la gasolina no debe asustar a los consumidor­es, ya que este esquema separará el precio del petróleo de razones tributaria­s o políticas.

El viejo maestro Kindleberg­er sentenció de modo contundent­e que la política económica no es una técnica, sino un arte.

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