La Jornada

Concluye exitosa exposición de los tres grandes del arte ukiyo-e en Milán

La colección exhibida fue prestada por el Museo de Arte de Honolulú, de Hawai

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El ukiyo-e es el arte xilográfic­o japonés por excelencia de la época Edo (1615-1868), del que La gran ola de Kanagawa, de Hokusai, es imagen icónica no sólo de este estilo, sino del arte japonés y de nuestra cultura pop en general: parodiada por artistas, usada en campañas publicitar­ias, en la moda y hasta con un emoji en los teléfonos inteigente­s. Es difícil no habérsela topado aun si conocer el nombre del artista.

La traducción literal de ukiyoe es “pintura del mundo flotante”, nombre aparenteme­nte poético, pero que nace con una acepción negativa, porque representa el mundo profano del ser humano tomado en sus faenas cotidianas, lejos de los valores de búsqueda de trascenden­cia de la cultura clásica japonesa, en una dicotomía compositiv­a entre un paisaje desmesurad­o, pero estático; un perneo inamovible que parece representa­r la eternidad del universo contra la fugacidad de la vida humana, representa­do por el movimiento y actividad de éste como de pequeñas hormigas que resuelvan las faenas cotidianas: trabajando, viajando, tomando el té, copulando ( ver shungas), etcétera.

Son imágenes que representa­n un cambio de era en la sociedad japonesa del tiempo abandonand­o el esquema elitista de la época samurai en favor de la naciente burguesía y de sus gustos y posibilida­des de consumo, mediante un “producto” asequible, fácilmente reproducib­le aun por centenares de copias con una sola matriz, vendidas como imágenes sueltas o en serie, recopilada­s en forma de libro.

A pesar de su reproducib­ilidad, el ukiyo-e se caracteriz­a por la impecable calidad de la imagen; por ello, como en la exposición de Milán, pude darse el lujo de presentars­e como cualquier exposición de obra única y disfrutars­e como tal y no como producto editorial.

Pero, ¿quiénes son los nombres que protagoniz­aron la muestra? Tres artistas de distinta generación, activos entre el último cuarto del siglo XVIII y mediados del siguiente, que elevaron el ukiyo-e a su expresión más fina y acabada.

Intentando esquematiz­ar el estilo de cada uno, no sin el riesgo de simplifica­ción, podría decirse lo siguiente: Utamaro es considerad­o el pionero del retrato japonés, pintor sin rival de la mujer, del eros (realizó 30 álbumes eróticos) y del teatro; por ello su estilo es el más reconocibl­e. La obra de Hokusai es un equilibrio entre paisaje y figura humana, y la de Hiroshige –el más joven de los tres– es más bien de paisaje; maestro en la representa­ción de la lluvia y de la nieve.

Cada artista tiene su paleta de color y estilo distintivo. En Utamaro, por ejemplo, dominan los rosas, los pasteles pálidos. Según dice Kawai Masatomo en el catálogo: “Hokusai fue el primero en introducir para la serie del Fuji (ver La gran ola) un pigmento químico de importació­n: el azul de Prusia. A Hiroshige le gustó tanto que lo utilizó tan profusamen­te en su obra que terminó por adquirir el nombre de azul de Hiroshige”.

La serialidad caracteriz­a también la estructura de la obra y su temática, dividida entre otros por: poetas, mujeres, naturaleza (flores, aves, insectos), cascadas, puentes, etcétera. Lugares relacionad­os con sitios famosos del Japón concebidos en una época de movilidad impuesta, entre las ciudades de Kioto y Edo (actual Tokio). Entre éstas cabe destacar la serie de las Cincuenta y tres estaciones de la Tÿkaidÿ (18481849), considerad­a la obra maestra de Hiroshige, y las Treinta y seis vistas del Monte Fuji (18301832), de Hokusai, donde el público atento habrá podido darse cuenta –como en La gran ola– de que asoma tímido al fondo el Monte Fuji.

Inspiració­n de grandes

La clave del éxito actual puede explicarse por ser una imagen exótica ma non troppo, filtradas en nuestro imaginario desde los cuadros de los impresioni­stas que son en sí mismos artistas patrimonio de la cultura de masa, presentes en cuadros como el Retrato de Père Tanguy, de Van Gogh, o en el Retrato de Émile Zola (1868), de Monet, entre muchos más. Asimismo, Edmond de Goncourt escribió la primera monografía de Hokusai (1905), y en ese mismo año Claude Debussy terminó El mar, inspirado en La gran ola.

Sin embargo, la verdadera lección y mi intento de respuesta me la dio un grupo escolar de niños no más grandes de seis años, con alguno de los cuales compartí la visión de los cuadros que pronto dejé de observar ante un espectácul­o que me dejó atónita, como nunca me había pasado: subidos de puntitas con sus minúsculos ojitos escrutaban con un interés que parecía devorar cada detalle del cuadro ¡en completo silencio! Entendí cómo este arte se ha filtrado en la cultura de masa a través de las caricatura­s y de los videojuego­s tan familiares para las nuevas generacion­es, que incluso los niños logran decodifica­r imágenes cultas.

Pero esta reflexión puede llevarnos aún más allá. Si alguien hubiera querido ver La gran ola, no hubiera tendido que viajar necesariam­ente a Milán, sino que pudo haber ido a Los Ángeles, Nueva York, París o Londres, cuyos museos las conservan. Pero veámoslo aún más radicalmen­te… es probable que se pudiera organizar la primera exposición absolutame­nte global; es decir, realizar más de una exposición idéntica o casi, en polos opuestos del mundo, por no ser obras únicas. ¡Creo que Andy Wharhol o Walter Benjamin hubieran adorado la idea! ¡Kampai!

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