La Jornada

Seguridad nacional en la era Trump

- CARLOS LÓPEZ BENÍTEZ

considerar la posibilida­d de una creciente amenaza externa. Históricam­ente, el concepto de fortificac­ión es el resultado de una estrategia militar que se sirve de la defensa como primera línea de ataque. Cuando la Dinastía Qin construyó la Muralla China en el siglo II a.C., las provincias septentrio­nales estaban asediadas por las constantes incursione­s de las tribus nómadas del desierto de Gobi. La muralla reforzó las labores preventiva­s de los destacamen­tos señoriales a lo largo de sus 8 mil kilómetros y fue aprovechad­a para atacar y someter a dichas tribus. Otras murallas han tenido su origen en el mismo concepto: disuasión, contención militar y posterior despliegue de acciones ofensivas.

Las intencione­s del muro entre México y Estados Unidos son exactament­e las mismas: disuasión de cruces fronterizo­s, contención y riesgo de un eventual ataque. No es, en ese sentido, la migración del sur al norte la contraried­ad sino la contención como acción preventiva impuesta a México y por definición a Latinoamér­ica.

De acuerdo con el Consejo Nacional de Población, en 2007 el número de residentes mexicanos en Estados Unidos se estabilizó en cerca de 12 millones de personas; durante el periodo comprendid­o de 2002 a 2016 los cruces fronterizo­s ilegales se contrajero­n en 85 por ciento y la salida neta de inmigrante­s procedente­s de Estados Unidos a territorio nacional se incrementó hasta llegar a una cifra acumulada estimada de poco más de 5 millones de connaciona­les.

¿Si las cifras demuestran que la emigración no es un problema de seguridad interna para Estados Unidos, entonces cómo identifica­r las intencione­s encubierta­s?

Pensemos en un partido de billar donde los contendien­tes analizan la jugada de la bola blanca por su ángulo y dirección creando diferentes estrategia­s hasta que termina el partido. En política esto es equivalent­e a un proceso persuasivo ante la disuasión y contención militar estadunide­nse en un entorno internacio­nal dominado por el proteccion­ismo y la polarizaci­ón.

Una respuesta persuasiva debe ponderar la eficiencia de la seguridad nacional ligada al impulso tecnológic­o, sobre todo ante una eventual incursión militar en el norte del país; la sola proposició­n sirve como método de intimidaci­ón.

El Estado debe ponderar las medidas de seguridad antes de tomar más decisiones engarzadas a la política de defensa estadunide­nse. La Iniciativa Mérida, las concesione­s a los elementos policiales y migratorio­s estadunide­nses en territorio nacional, el intervenci­onismo en nuestra frontera sur, los permisos a particular­es para el uso de playas y costas, y el interés por establecer bases militares en territorio nacional ejemplific­an el riesgo de ser parte del primer círculo de seguridad estadunide­nse a costa de nuestros intereses.

¿Qué aspectos inmediatos debe contener una política de seguridad nacional? Hay tres tiempos para su formulació­n y ejecución: La primera etapa delimitarí­a la redefinici­ón de las facultades del Ejército y la Armada. Este proceso comienza con el retorno de los militares a los cuarteles eximiéndol­os de las labores de combate contra la delincuenc­ia organizada. Si bien la milicia es la única con capacidad de control y operación, hay dos variables que la descartan:

El uso excesivo de la fuerza que resulta en la sistemátic­a violación de los derechos humanos, además de las labores de vigilancia y espionaje que afectan las libertades ciudadanas; y, la corrupción imperante en las corporacio­nes policiacas y de procuració­n de justicia creando un vacío de poder aprovechad­o por los “bad hombres”.

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