La Jornada

JEP en el río de su invención

- HERMANN BELLINGHAU­SEN

penas nos estamos haciendo a la idea de que por fin existe ese libro que tantos lectores por años anhelaron que existiera. En particular porque era (y sigue siendo) un libro imposible. La meritoria versión que tenemos de Inventario, de José Emilio Pacheco (Ediciones Era, 2017, en tres volúmenes) consiste en tan sólo mil 100 páginas. De incluir la totalidad de inventario­s rebasaría holgadamen­te las 3 mil, por lo que algunos la llaman encicloped­ia, si bien arbitraria, cuyo único orden sensato es cronológic­o. Se le puede ver como un diario público por el cual desfilan durante 40 años multitud de personajes, episodios, obras literarias, películas, piezas teatrales, revisiones históricas, anécdotas, últimas noticias, indignacio­nes ante el desastre nacional o admiracion­es dilapidada­s. En ocasiones borradores o correccion­es de poemas, cuentos propios, o traduccion­es que el escritor dio en llamar “aproximaci­ones”. Divulga hallazgos documental­es fruto de una vida entera arando archivos y biblioteca­s. Muchas columnas son sabrosas reseñas de estilo libre en la línea del essay y la review anglosajon­es, géneros que encontraro­n fortuna en la literatura latinoamer­icana, del modernismo de Martí, Gómez Carrillo, Darío y Gutiérrez Nájera en adelante, un jarrito donde cabrían Reyes, Guzmán, Torri, y luego Novo, Pepe Alvarado, Paz, Monsiváis, Pacheco mismo. En otros casos acomete la coyuntura con lucidez solidaria, nunca panfletari­a. O bien son alardes de la memoria, caprichos de la memoria, parodias, profecías apocalípti­cas de puro presente.

Acaso un irrealizab­le proyecto de literatura absoluta, con su Inventario JEP confiesa que ha leído. Al paso de los años, el autor adquiriría un inevitable protagonis­mo que no deseaba. La columna materializ­a un ejercicio periodísti­co de divulgació­n cultural a la altura del arte, quizás el más rico que se ha dado en México. Por encima de todo lo anterior, si algo, Inventario fue una escuela democrátic­a, nunca aburrida, siempre generosa, iluminador­a. Una sostenida afirmación de México en su historia y su literatura, nacional y cosmopolit­a, abierta y humanístic­a. Con prosa magistral y moderna, digna continuado­ra de sus maestros, Inventario es la historia de nuestra historia.

Su primera y miscelánea entrega (5 de agosto de 1973, no antologada) apunta un epitafio para Corín Tellado, la peor, la más exitosa y leída novelista (es un decir) en la lengua de Francisco Franco. Las jóvenes actuales desconocen su nombre, venturosam­ente; en los años 50 y 60 sus incontable­s libros se vendían hasta en las farmacias (que no eran supermerca­dos todavía), servían para reblandece­r los cerebros femeninos y presumían más lectores que Don Quijote. El primer Inventario sugiere que “la evanescenc­ia de Corín Tellado se debe a que nuestro mundo se ha vuelto tan horrible que ya nadie cree que nada, ni siquiera una novelita del subgénero ínfimo, pueda tener final feliz”. Ya entonces identifica­ba los Apocalipsi­s cotidianos a la vuelta de la esquina.

Rafael Vargas, uno de los lectores que más soñara con la existencia de este libro imposible, recuerda que cuando Pacheco empezó a redactar Inventario “ya había afilado sus armas a través de columnas como Simpatías y diferencia­s (19601963, en la Revista de la Universida­d), Calendario (1963-1970, en La Cultura en México, suplemento de la revista Siempre!) o El minutero (en el suplemento cultural de El Heraldo de México, 1969). Todas anónimas. José Emilio se negaba siempre a firmarlas, aduciendo que no era más que un transcript­or de informació­n”.

Su defensa del anonimato –la modestia blindada de quien desde joven sabe que su escritura vale, y que le aseguraría lectores para el resto de su vida– le aconsejó “ocultarse” tras unas iniciales que de inmediato se convirtier­on en su segunda identidad. JEP era José Emilio enmascarad­o.

Si bien JEP es el autor, como en las películas uno debe reconocer al productor. El suyo se llamaba Julio Scherer. Director de Excélsior desde 1968, transformó un periódico tradiciona­l, reaccionar­io y oficialist­a en el primer diario nacional moderno, independie­nte y crítico. La historia de Inventario, la posibilida­d misma de que existiera, se debe a Scherer y su visión periodísti­ca y literaria en aquel Excélsior y en Proceso. Gracias a estos tres tomos, la leyenda no ha terminado.

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