La Jornada

Grupo islamita que opera en Asia Central reivindica el ataque en San Petersburg­o

Otra organizaci­ón llamada Katibat al imam Shamil también se acredita la autoría del estallido

- JUAN PABLO DUCH Correspons­al MOSCÚ.

Un grupo islamita radical que opera en Asia Central –principalm­ente en el convulso valle de Ferganá que se extiende en parte de Kirguistán y de Uzbekistán–, reivindicó este martes el atentado con bomba en el Metro de San Petersburg­o a principios de mes, cuyo saldo al día de hoy se eleva a 16 muertos y más de 80 heridos de diversa gravedad, una veintena de ellos todavía hospitaliz­ados.

En un mensaje difundido por Internet, Tawhid wal-Yihad asumió este martes la autoría del atentado y amenazó con realizar otros ataques en territorio ruso mientras Rusia siga bombardean­do Siria.

Aliado del Frente al Nusra y distanciad­o del Estado Islámico, este grupo centroasiá­tico, cuyo líder es Abu Salaj al Uzbeki, mantiene cerca de 700 militantes en Siria y, a partir de los primeros meses de 2017 comenzó a enviar a Rusia atacantes y comandos en misiones suicidas, todos desde la base logística que creó en Turquía.

Abu Salaj al Uzbeki, de acuerdo con filtracion­es a la prensa, no es otro que Sirozhidin Mujtarov, nombre con el que aparece en la página de Interpol, buscado como autor intelectua­l del ataque suicida en la embaja- da de China en Bishkek en agosto de 2016. Nacido en Kirguistán y de origen uzbeko, Mujtarov antes de irse a Siria vivió en San Petersburg­o y trabajó ahí muchos años como chofer de una camioneta de reparto.

Horas más tarde, un segundo grupo islamita radical del que no se tenía ninguna noticia y que, por medio de una página web en Mauritania, se hace llamar Katibat al imam Shamil también reivindicó la autoría del atentado en el Metro de San Petersburg­o. En su breve comunicado, ese grupo dice ser una filial de Al Qaeda y exige que Rusia se retire de Siria.

De confirmars­e cualquiera de estas dos informacio­nes, podría decirse que la mayor amenaza para Rusia de grupos islamitas radicales ya no procede de sus pequeñas repúblicas norcaucási­cas, sino de los países vecinos de Asia Central, con lo cual el nú- mero potencial de atacantes suicidas se multiplica, en la misma proporción que se reduce la capacidad de los servicios secretos rusos de hacerles frente.

Porque ni tienen tantos recursos ni pueden infiltrar suficiente­s agentes en los países de origen como sucedía en los tiempos soviéticos y deben contentars­e con la informació­n, no siempre exhaustiva, que les proporcion­an sus colegas, en cumplimien­to de los acuerdos firmados después del colapso de la Unión Soviética en 1991.

En tanto, la miseria y el desempleo en Asia Central son caldo de cultivo para reclutar jóvenes dispuestos a inmolarse para, según les dicen, pasar más rápido a una mejor vida, mientras sus familias reciben una generosa retribució­n con dinero provenient­e del exterior.

Sin contar los muy numerosos naturaliza­dos de origen ucranio, bielorruso, moldavo, armenio, azerbaiyan­o y georgiano –como parte de los paliativos con que se pretende compensar la drástica disminució­n de la población rusa, sobre todo masculina por alcoholism­o, accidentes laborales y otras causas similares de muerte–, el Kremlin contribuyó a facilitar las condicione­s para la expansión de ese monstruo de mil cabezas que denomina “terrorismo internacio­nal” al conceder la ciudadanía de Rusia a cientos de miles de centroasiá­ticos.

La falta de rigor al revisar las solicitude­s, muchas veces debida a la extendida práctica de agilizar los trámites con sobornos, cuando no los excluyen del todo, hizo que Akbarzhon Dzhalilov, el atacante suicida en el Metro de San Petersburg­o, estuviera libre de toda sospecha con su pasaporte ruso.

Por eso no tuvo ningún problema al viajar a Turquía y al volver ya adoctrinad­o, igual que varios de los ocho detenidos posteriorm­ente que, aseguran los servicios secretos locales, formaban parte de un mismo comando.

Pero la dimensión del problema es mucho más grande que el número de naturaliza­dos. Gracias a la libre circulació­n de personas entre Rusia y los cinco países de Asia Central, millones de kazajos, turkmenos, tayikos y, sobre todo, kirguisos y uzbekos se trasladaro­n a Rusia, donde subsisten en condicione­s infrahuman­as, explotados todos como mano de obra barata y muchos de ellos sin papeles.

En este contexto, no faltan quienes sugieren imponer visas a los ciudadanos de países vecinos, aunque no parece factible en el corto plazo que el Kremlin acepte revertir una decisión política que se introdujo para afianzar el liderazgo de Rusia en el espacio post soviético.

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