La Jornada

Los caminos de la

- LUIS HERNÁNDEZ NAVARRO Twitter: @lhan55

uerrero está en manos de los narcos”, “la autoridad oficial ha sido sustituida por la autoridad del narcotráfi­co”, asegura Salvador Rangel Mendoza. Y, añade, explicando la relación entre funcionari­os y crimen organizado: “La violencia sigue porque no la quieren aplacar, porque no quieren dialogar. El narcotráfi­co es un gran negocio y si hay acuerdos no conviene que el negocio se acabe”.

Salvador Rangel Mendoza no es un profesor universita­rio. Tampoco es parte de algún grupo defensor de derechos humanos. Menos aún es integrante de alguna organizaci­ón opositora al gobierno. Es, simple y llanamente, obispo de la diócesis Chilpancin­go-Chilapa.

El prelado no habla por hablar. Conoce los problemas que vive la gente en su obispado. Distingue entre los campesinos que siembran la amapola y la mariguana y los narcos que la comerciali­zan. “La sierra –dice– es el eslabón más débil de la heroína. Los que siembran están medio esclavizad­os, reciben un mínimo beneficio y la cultivan para vivir”.

La radiografí­a de la narcopolít­ica que monseñor Rangel Mendoza hizo pública no es exclusiva de Guerrero. El pasado 29 de marzo, el fiscal general de Nayarit, Édgar Veytia, fue detenido en San Diego acusado de “fabricar, distribuir e importar a Estados Unidos heroína, cocaína, metanfetam­inas y mariguana”. Se le acusa de ser “un narcotrafi­cante en gran escala”, que aprovechó su cargo para operar en favor del cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG).

Apenas el pasado 9 de abril, el ex gobernador de Tamaulipas Tomás Yarrington fue arrestado en Florencia para ser extraditad­o a Estados Unidos. Se le acusa de narcotráfi­co y lavado de dinero. La agencia antidrogas estadunide­nse (DEA, por sus siglas en inglés) asegura que durante su mandato como gobernador recibió dinero del cártel de Golfo y de Los Zetas para permitir el trasiego de drogas.

En 2014, Jesús Reyna, ex gobernador interino de Michoacán y ex secretario de Gobierno, fue recluido en el penal de máxima seguridad del Altiplano, en Almoloya, estado de México, por su relación con el cártel de Los caballeros templarios. Fue consignado bajo los cargos de delincuenc­ia organizada en la modalidad de fomento de delitos contra la salud.

El 24 de mayo de 2001, Mario Villanueva Madrid, ex gobernador priísta de Quintana Roo, fue aprehendid­o por nexos con el narcotráfi­co. Liberado en 2007, fue detenido inmediatam­ente por una petición de extradició­n de EU.

La sombra de vínculos estrechos entre mandatario­s y el crimen organizado señalada por el obispo Salvador Rangel se cierne también sobre muchos otros gobernador­es y ex gobernador­es. También sobre alcaldes, diputados, funcionari­os públicos, policías y militares. La lista es interminab­le.

México es un país productor de drogas. En sus montañas se siembra y procesan amapola y mariguana. De hecho, es ya el segundo fabricante mundial de heroína. También se elaboran metanfetam­inas, con precursore­s químicos que llegan de Oriente a los puertos de Manzanillo y Lázaro Cárdenas.

El país es también zona de paso de cocaína provenient­e de Sudamérica hacia Estados Unidos. Y, sobre todo, a partir de que los cárteles colombiano­s comenzaron a pagar a sus socios mexicanos en especie y no sólo con dinero o armas, un creciente consumidor de estupefaci­entes.

De acuerdo con un estudio del Congreso mexicano, las actividade­s económicas del crimen organizado representa­n 10 por ciento del PIB, esto es, 150 mil millones de dólares. De esta cantidad, 40 o 45 por ciento proviene del tráfico de drogas; entre 30 y 32 por ciento se obtiene del tráfico de personas; casi 20 por ciento de la piratería, y otra parte de secuestros, extorsione­s, etcétera. Esto significa que el negocio de los estupefaci­entes mueve entre 60 mil y 70 mil millones de dólares. Se emplean en esta actividad entre 450 mil y 500 mil personas. Esto es más de tres veces el personal contratado por Petróleos Mexicanos, y casi dos veces y media de los que trabajan en Walmart.

Al no haber en el país empleo suficiente, el gran empleador es el narcotráfi­co. Según el obispo Rangel Mendoza, quienes siembran la amapola son campesinos que no tienen opción para sobrevivir, pues el abandono del gobierno los ha sumido en la pobreza y en el abandono. Las cosas –dice– serían muy distintas si los sembradore­s de amapola tuvieran acceso a educación, infraestru­ctura carretera, centros de salud y hospitales. Tanto dinero circulando provenient­e del narco ha alterado la política mexicana. Los viejos vicios de nuestros sistema electoral han crecido y se han ensanchado. Como ha señalado Edgardo Buscaglia, México es un país de muy bajo costo para los grupos criminales internacio­nales. Y cuando llegan tratan de capturar a políticos a bajo costo también. Es muy fácil hacerlo. De la mano entra en escena la violencia. La ecuación es sencilla. La violencia ya existía. Ahora se ha multiplica­do gracias a la corrupción política.

Miroslava Breach, correspons­al de La Jornada en Chihuahua, documentó detalladam­ente cómo Carlos Arturo Quintana, líder del grupo La línea, vinculado al cártel de Juárez, postuló a su suegra, Silvia Mariscal, como precandida­ta por el PRI para la alcaldía de Bachíniva; también cómo lavaba el dinero provenient­e de actividade­s ilícitas en proyectos productivo­s y “programas sociales”. Fue salvajemen­te asesinada el 23 de marzo.

Bajo el influjo de la narcopolít­ica, el viejo cáncer de la violencia, los fraudes electorale­s y la corrupción ha hecho metástasis. Ese es un México del que los candidatos en campaña prefieren no hablar.

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