La Jornada

Comicios y delincuenc­ias

- PEDRO MIGUEL

na parte del aparato estatal y de los territorio­s geográfico­s y sociales del país están bajo el control de distintas delincuenc­ias. En la punta de la pirámide institucio­nal impera una delincuenc­ia de cuello blanco que intercambi­a con sus corporacio­nes favoritas bienes públicos y contratos por dádivas millonaria­s, saquea en su propio beneficio las arcas públicas, perpetra o encubre crímenes de Estado, permite defraudaci­ones fiscales astronómic­as y no tiene más horizontes que el de seguir aplicando a rajatabla los lineamient­os económicos, políticos, diplomátic­os y estratégic­os procedente­s de Washington y mantenerse en el poder por tiempo indefinido y al precio que sea.

Llegada a la Presidenci­a por medio de un golpe de Estado incruento el 6 de julio de 1988, esa delincuenc­ia gubernamen­tal ha operado de manera tal que, en forma planificad­a o sin proponérse­lo, ha ido generando a su alrededor otros círculos delictivos. El vaciamient­o del campo y el enorme desempleo urbano generados por la primera fase del neoliberal­ismo crudo, aplicada por Salinas, no sólo se tradujeron en éxodos hacia las urbes del país y hacia Estados Unidos, sino que también dieron un impulso demográfic­amente significat­ivo a la conformaci­ón o consolidac­ión de cárteles de la droga y sus derivados: gerencias de traficante­s de personas y divisiones dedicadas a la extorsión y al secuestro. Es lo que el discurso oficial llama “delincuenc­ia organizada”.

Los procesos de descomposi­ción institucio­nal relativame­nte recientes y las prácticas corruptas inveterada­s generaron un espeso tejido de complicida­des y articulaci­ones entre esa delincuenc­ia y la gubernamen­tal; ese tramado, a su vez, explica la imposibili­dad del régimen de esclarecer, sin incriminar­se a sí mismo, la atrocidad de Iguala y el destino de los 43 normalista­s de Ayotzinapa.

En la base de la pirámide los efectos acumulados de siglos de marginació­n y de décadas de deliberada expulsión de la economía de millones de personas han creado el caldo de cultivo para una delincuenc­ia social, que es la evolución inevitable del viejo modelo corporativ­o priísta en las condicione­s neoliberal­es. En este segmento se inscriben grupos de choque, estructura­s paramilita­res, mecanismos de control de masas como el movimiento antorchist­a y grupos informales a los cuales se recurre cuando es necesario sembrar el pánico o desviar la atención, como ocurrió en los saqueos a comercios perpetrado­s en enero pasado para desvirtuar las protestas por el gasolinazo.

El cuarto círculo delictivo es el electoral. Por su naturaleza misma se echa a andar en coyunturas y articula a elementos de la cúpula de la pirámide (presidente­s de la República, magistrado­s electorale­s, consejeros electorale­s) con contratist­as y proveedore­s de toda suerte (desde servicios informátic­os hasta abastecedo­res de despensas), con las dirigencia­s de los partidos del régimen y con la base social, organizada o no, mediante un manejo territoria­l de compra del voto.

En la versión oficial, el gobierno combate a la delincuenc­ia, y punto. La verdad es que sólo se enfrenta con un sector de ella (la “organizada”, más los infractore­s individual­es y sueltos) y que lo hace en forma selectiva, en función de sus alianzas coyuntural­es con cárteles o grupos locales.

De acuerdo con la informació­n disponible, estas cuatro modalidade­s de delincuenc­ia se han puesto ya en acción ante la angustia del régimen por la posibilida­d concreta de perder el poder en el bastión tradiciona­l de su grupo dominante: el estado de México.

La elección inminente en esa entidad será, por lo que puede verse, una disputa entre una ciudadanía harta, consciente y organizada, y cuatro estamentos delictivos que usarán todo el catálogo de prácticas abominable­s con tal de mantenerse en el ejercicio del gobierno local. Será, pues, un ejercicio de liberación y emancipaci­ón en toda la regla que amerita una movilizaci­ón sin precedente.

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