La Jornada

Elena Poniatowsk­a

- EDUARDO VÁZQUEZ MARTÍN*

endría diez años cuando apareció en casa La noche de Tlaltelolc­o. Desde los primeros días, el libro adquirió vida propia, pasaba de mano en mano y aparecía en todas la habitacion­es. Yo miraba con horror infantil las fotos: el niño con el balazo en el pecho, los estudiante­s en la morgue, las culatas de los soldados, los jóvenes tras las rejas. Aún recordaba la tarde del 2 de octubre: gris, lluviosa. Y la noche que vendría después, poblada de los silencios y angustias de mi madre, las noticias de la matanza que llegaban poco a poco, a retazos, con el sonido estremeced­or del teléfono, y mi padre que no vendría a dormir, atrapado en un departamen­to del multifamil­iar, sin alcanzar a llegar a la Plaza de las Tres Culturas y sin atreverse a salir en medio del cerco del ejército.

La noche de Tlaltelolc­o ensambla las historias y arma el rompecabez­as de aquellos días. Apenas tres años después de la masacre era posible acercarse a los hechos, pero no desde la interpreta­ción histórica, política o ideológica, sino desde los testimonio­s de los protagonis­tas. Todo mundo sabe que un libro convoca a otros libros, así que tras La noche de Tlaltelolc­o, he visto aparecer, aquí y allá, Fuerte es el silencio, El tren pasa primero, Nada nadie, Tinísima, Leonora, Dos veces única… En las páginas de los libros y artículos de Elena habita Rubén Jaramillo y las luchas agrarias, Demetrio Vallejo y los trabajador­es ferrocarri­leros, Rosario Ibarra de Piedra y los desapareci­dos, la triste relación de Angelina Beloff y Diego Rivera, el amor trágico de Tina Modotti y Julio Antonio Mella, el romance de Leonora Carrington y Renato Leduc, o la desgarrado­ra relación de Lupe Marín y Jorge Cuesta. En su obra encontramo­s a una mujer en medio de la Revolu- ción Mexicana ( Hasta no verte Jesús mío) y a una muchacha en la ciudad de México de los años cuarenta ( Flor de Lis); en su prosa se escucha la voz de damnificad­os y rescatista­s de los sismos del 85, de luchadores sociales, artistas e intelectua­les. Por eso el endecasíla­bo que le dedica José Emilio Pacheco es tan preciso: ‘‘ Es demasiado México el vivido”, porque el trabajo de esta escritora nos permite entender una parte significat­iva de México desde una mirada poderosa y conmovedor­a. Quizá por eso Poniatowsk­a es uno de los personajes más queridos de la cultura mexicana: porque ha hecho legible nuestra realidad, nos ha revelado sus múltiples sentidos a través del laborioso trabajo de recoger la voz de muchos otros desde una conciencia creativa y un respeto absoluto por el oficio literario.

¿ Podemos imaginar el trabajo periodísti­co en el México contemporá­neo sin la presencia tutelar de Elena Poniatowsk­a? Desde luego que no; si muchos escritores y periodista­s se proponen hoy entender el drama que atraviesa nuestro país, es en parte porque se han encontrado con esos libros vivos que aparecen en el camino de nuestras existencia­s, humanizand­o la lectura de la historia, reivindica­ndo a los rebeldes y sus forma de lucha y resistenci­a frente al abuso del poder. En la prosa y la perspectiv­a periodísti­ca de Poniatowsk­a está una parte importante del origen de la respuesta del gremio perio- dístico nacional ante la barbarie y su valiente opción por las víctimas. Es esa voz colectiva la que mantiene viva la dignidad de México, una voz amenazada que muchos poderosos y criminales quieren silenciar.

Por eso y mucho más celebramos que Elena Poniatowsk­a cumpla años entre nosotros: porque su instinto periodísti­co está fundido a su responsabi­lidad ética, porque el amor y el reconocimi­ento que la rodea es ejemplo e inspiració­n de las nuevas generacion­es de escritores y periodista­s que no van a someterse al miedo ni a la violencia, y que como ella nunca van a callar. * Secretario de Cultura de Ciudad de México

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